THE OBJECTIVE
Francesc de Carreras

Los mentirosos y los callados

«Ahora estamos en otra etapa: el nacionalismo catalán no sólo domina en Cataluña, como es lo habitual desde 1980, sino también en España»

Opinión
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Los mentirosos y los callados

Carles Puigdemont y Oriol Junqueras.

En memoria de María Teresa Sánchez Concheiro

Uno tiene sus rencores, aunque pocos. En mi caso quizás sólo uno pero no logro quitármelo de encima. No me resulta fácil confesarlo, pero siento rencor hacia los nacionalistas catalanes que mintiendo a sabiendas lograron convencer a una buena parte de sus conciudadanos que separarse de España era posible, fácil y rápido: tres grandes falsedades.

Les guardo rencor simplemente porque han engañado, han mentido, han ocultado la verdad cuando les ha convenido, han desprestigiado a Cataluña, han sembrado el malestar en España y mediante sus narcisistas «embajadas» enredan por todo el mundo. Les guardo rencor por sus embustes, no hay nada personal, a mí no me engañaron ni me callaron. Pero a otros muchos sí: son sus víctimas.

Porque, en efecto, no todos los nacionalistas catalanes son culpables. Ni mucho menos. El nacionalismo identitario es una ideología sentimental que emana directamente del corazón sin haber pasado antes por el cerebro. Es pura emoción: una fe, una creencia que no requiere prueba, una religión laica. Prende con facilidad, evita tener que pensar. Por eso tiene un éxito fácil, también por eso es venenosa, mata el cerebro de las almas cándidas, les bonnes gens, como dicen los franceses.

La mayoría de catalanes que votan o han votado partidos nacionalistas, tanto a los claros (Junts, ERC, CUP) como a los ambiguos (PSC y Comunes), son inocentes, santos y venerables inocentes, no siento por ellos rencor alguno. Yo me refiero a otros, me refiero a los que conocen el significado de las palabras, los mentirosos que juegan con los demás, o los callados que denunciaba Nuria Amat en su libro El sanatorio.

Éstos son los verdaderos culpables, aquellos por los que siento rencor. Sabían que la independencia era imposible y su deber cívico era advertir a los demás que se trataba de una aventura desastrosa cuyos principales perjudicados eran los propios catalanes a los que decían querer salvar. Lo sabían y mentían o callaban. Sandro Rosell, un joven cachorro de Convergència, expresidente del Barça y hombre de negocios, lo dijo con todo el cinismo del mundo: «Si hay un referéndum de independencia votaré sí, votaré a favor, pero al día siguiente me iré de Cataluña».

«¿Quién se ha hecho responsable del odio que generó el eslogan ‘España nos roba’?»

Muchos de estos culpables eran políticos, desempeñaban o habían desempeñado altos cargos, pero otros eran académicos y científicos con suficientes conocimientos como para saber que se iba al desastre y, sin embargo, encabezaban manifestaciones y declaraban que la independencia estaba al caer, solo faltaba un pequeño empujón. Pienso en nombres concretos de economistas, juristas, historiadores, politólogos, sociólogos, escritores, artistas: engañaron o callaron, no sé qué es peor. Lo seguro, visto desde hoy, es que sembraron el mal.

Hasta que el economista Ángel de la Fuente calculó correctamente las llamadas balanzas fiscales entre Cataluña y el resto de España, era moneda común en la prensa y en los políticos catalanes el eslogan «España nos roba» con la aquiescencia del conseller de Economía Mas-Collell, un reputado académico que después, ante la evidencia de los números, hubo de rectificar: ¿quién se ha hecho responsable del «odio a España» que generó este eslogan? ¿Algún economista competente podía sostener seriamente que una Cataluña independiente sería más próspera que una que formara parte de España?

Un grupo nada menos que de politólogos reivindicaron el inexistente «derecho a decidir» (término que, por cierto, se inventó el PNV a mediados de los noventa) y engañaron a más de media Cataluña, incluidos durante un tiempo al PSC, siempre acomplejado ante los nacionalistas. ¿Algún jurista mínimamente competente podía sostener que una Cataluña independiente seguiría perteneciendo a la Unión Europea?

Hace apenas diez años, una buena parte de los más conocidos historiadores catalanes, encabezados por Josep Fontana, participaron en un simposio cuyo morboso título era España contra Cataluña 1714-2014. ¿La llamada guerra de Sucesión que culmina con el triunfo de Felipe V y la caída de Barcelona era una guerra de España contra Cataluña? ¿Algún historiador serio puede sostener esto y no ser abucheado por ignorante? ¿No es cierto que la prosperidad económica de Cataluña empieza, precisamente, con Felipe V? 

Todo esto se decía en los buenos tiempos del procés ante unas calladas élites sociales catalanas que como normalmente suelen hacer -mi memoria recuerda las del franquismo- se apuntan a lo que dice el poder. Estas mismas élites dicen ahora que las cosas han cambiado mucho, las aguas fluyen más calmadas y, en definitiva, que el procés ha terminado. Pedro Sánchez también mantiene esta posición. 

«En las instituciones políticas siguen mandando los de siempre y, lo que es peor, en Cataluña apenas queda oposición»

Yo, sinceramente, no me lo creo. Las corrientes de fondo son las mismas, en las instituciones políticas siguen mandando los de siempre y, lo que es peor, en Cataluña apenas queda oposición. El bloque nacionalista, en el que se han de incluir forzosamente, dado su comportamiento, al PSC y a los Comunes, domina el escenario político y la imposición del catalán en todos los ámbitos, públicos y privados, hace que para muchos el clima sea cada vez más irrespirable. ¿Habrá que esperar a que un grupo de muchachos quemen otra vez contenedores en la Plaza de Urquinaona para decir que el procés no ha terminado? 

Yo estoy de acuerdo con Joan Tardá, un viejo zorro de ERC, hombre claro y sincero que en la entrevista de hace unos días en THE OBJECTIVE sostenía también que el procés no había terminado sino que estaba mutando. Exacto, encontró el verbo adecuado: mutar. 

Efectivamente, de un tiempo a esta parte las estrategias de Puigdemont y Torra han sido abandonadas. Ahora estamos en otra etapa: el nacionalismo catalán no sólo domina en Cataluña, como es lo habitual desde 1980, sino también en España. Hace un par de días impidió ERC, junto con Bildu, su socio habitual, que se reformara la llamada ley mordaza. Así pues, ya mandan en Moncloa que, entre las tensiones que les crea Podemos y la deslealtad nacionalista, afrontan con agonía estos últimos meses de legislatura.

Nadie puede quitarme el rencor que siento. No hay nada personal. Es porque los mismos de siempre siguen y seguirán mintiendo con los callados por testigos. Mientras, naturalmente, que los nacionalistas sigan mandando en Madrid. 

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