El obsceno espectáculo de las listas electorales
«Los que queremos que la vida política se regenere, que los electores puedan controlar mejor a los elegidos, deberíamos afrontar la reforma de la Ley Electoral»
Que en España se respira una atmósfera electoral lo sabemos todos, no hay más que salir a la calle, escuchar la radio, ver la tele, leer periódicos o entrar en las redes sociales. En mayo tenemos elecciones municipales y autonómicas y en noviembre, generales. Además, todas estas citas electorales están cargadas de una indiscutible tensión porque, después de cinco años de Gobierno de Sánchez, que es el más sectario de nuestra democracia, es mucho lo que nos jugamos en ellas: frenar la deriva autocrática de Sánchez y volver a la senda del espíritu y la letra de la Constitución o despeñarnos por el modelo bolivariano, con ruptura de la unidad nacional incluida.
Por eso, es normal y lógico que todos los partidos estén preparando intensamente todo lo que se refiere a las elecciones: programas, estrategias, propaganda, calendarios, encuestas y… listas electorales con los nombres de los candidatos.
Esto de las listas ha hecho que, por primera vez y sin que sirva de precedente, haya prestado atención a unas frases que, el martes pasado, pronunció Pablo Iglesias.
Iglesias fue el líder de Podemos y, como líder, se comportó siempre con modales y formas de carácter caudillista. No hay más que recordar cómo, en las elecciones europeas de 2014, las papeletas de voto de su partido llevaban como logo su rostro, con coleta incluida. Ese liderazgo caudillista se vino abajo estrepitosamente en mayo de 2021, cuando la candidatura de Podemos a las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid sufrió una derrota sin paliativos, con él de cabeza de cartel. Podemos quedó en quinto lugar, superado de forma apabullante por Isabel Díaz Ayuso, pero también por Más Madrid, que es una rama desgajada del tronco de Podemos.
«No es fácil saber en qué se diferencian Unidas Podemos, Sumar, Más Madrid, el PCE y sus variedades regionales»
Pero, aunque el liderazgo formal de Iglesias dentro de Podemos haya desaparecido, parece que todavía goza de bastante influencia entre los que se mueven en el espacio político a la izquierda del PSOE. Hoy en ese espacio se amontonan una serie de formaciones que, con apariencias más o menos diferentes, coinciden en que son partidos comunistas, que, siguiendo a los marxistas Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, camuflan su esencia profundamente totalitaria bajo la etiqueta de «socialismo del siglo XXI».
No es fácil saber quiénes son y en qué se diferencian Unidas Podemos, Sumar, Más Madrid, el PCE, y sus distintas variedades regionales. Incluso sus partidarios más acérrimos no entienden bien qué es lo que les separa.
Con este panorama sería comprensible que los miembros de todos esos grupos y grupúsculos estuvieran preocupados por cómo van a presentarse ante el electorado. Teniendo en cuenta que todos ellos son hijos de la misma ideología totalitaria y que comulgan con los mismos principios del neocomunismo y del wokismo, unirse bajo una sola etiqueta electoral no debería plantearles el menor problema. Pero, ¡ay, amigo!, esa unión tropieza con un obstáculo que puede ser insalvable: las listas. ¿Quién y cómo haría las listas en la formación que pudiera unirlos?
Y aquí es donde se han producido las declaraciones del líder o exlíder de Podemos contra su compañero o excompañero Alberto Garzón, que viene de otra familia de los restos del comunismo. Iglesias ha empezado diciendo que «no tiene ningún sentido hablar continuamente de nuestras listas, de nuestras negociaciones». Lo que demuestra claramente que en sus negociaciones no se habla de otra cosa que de las listas. Para después decir de forma más contundente: «Tenemos que ser serios y no decir que no te importan las listas cuando llevas más de diez años siendo cargo público».
Estas declaraciones y todo lo que subyace detrás de ellas demuestran la extraordinaria importancia que tiene en los partidos la confección de las listas. Hasta el punto de que muchas veces, como se ve en el actual lío en que están metidas las familias comunistas españolas, son el asunto capital.
Iglesias es, no cabe duda, un tramposo al acusar a Garzón de llevar más de diez años enredando para estar en las listas, porque lo que todos comprobamos es que ahora el que quiere enredar es él. Pero al hablar con ese descaro del obsceno espectáculo de la elaboración de las listas, plantea un asunto que merece la máxima atención: nuestra Ley Electoral.
«Con la actual Ley Electoral, el sistema político español ha derivado hacia una partitocracia»
Elaborada en la primavera de 1977 para que estuviera vigente en las primeras elecciones democráticas, fue elevada a la categoría de Ley Orgánica, con poquísimos cambios, en 1985 y ahí sigue. Los que la concibieron, antes de nuestra Constitución, quisieron, por una parte, evitar la enorme dispersión de partidos (la que se llamó «sopa de letras»), que había sido la ruina de regímenes como la IV República Francesa, y por otra, respetar la proporcionalidad, para evitar que se produjeran mayorías aplastantes.
La solución la encontraron en la Ley D’Hont y en las listas cerradas y bloqueadas. Pero la práctica electoral de los últimos 45 años ha demostrado que, con la actual ley, el sistema político español ha derivado hacia una partitocracia, que me atrevo a calificar de nefasta. Porque el poder de los partidos es cada vez mayor y cada vez es menor la influencia de los ciudadanos, que, casi siempre, votan una lista, sin saber bien quiénes son los que van en ella.
Con este sistema se comprende la afirmación un tanto cínica de un viejo político de la UCD que, con bastante gracia, decía que en España los políticos tenían que ocuparse siempre del elector. Pero al decir la palabra «elector» levantaba el dedo índice para señalar que el único elector del que debían ocuparse era el que los elige para ir en las listas y, así, acceder a puestos de responsabilidad pública y, muy importante, a sueldos.
De esto, de influir en los puestos y en los sueldos, es de lo que, detrás de su retórica grandilocuente, ha hablado Iglesias.
Así que, en sentido contrario, los que queremos que la vida política española se regenere, que los electores tengan una mayor relación con los elegidos y puedan controlarlos mejor, deberíamos afrontar la reforma de la actual Ley Electoral para acabar con el obsceno espectáculo de la elaboración de las listas, del que la bronca entre Iglesias y Garzón es un aleccionador ejemplo. Asunto este, el de la Ley Electoral, al que me propongo prestar especial atención.