A la izquierda de Sánchez
«La ascensión de Yolanda Díaz ha sido la última oportunidad que ha visto Sánchez para acabar con Iglesias y reconfigurar la izquierda que quiere, una izquierda a su gusto, una izquierda a su medida»
Poco después de recuperar el poder en el PSOE en 2017, Pedro Sánchez puso en marcha una campaña para el siguiente congreso bajo el eslogan de “Somos la izquierda”. Con ello pretendía, al mismo tiempo, señalar como sospechosos derechistas a quienes le habían precedido al mando del partido y negar la supremacía en esa orilla política a quien entonces se la disputaba con fundadas aspiraciones, Podemos.
De esa forma, Sánchez evitó lo que entonces se consideraba un temido e inminente sorpasso -cosa que le agradecieron algunos poderes que después le ayudaron a consolidarse-, pero no anuló por completo a Podemos, con el que tuvo que compartir el Gobierno en la primera ocasión en la que se enfrentaron en las urnas.
La convivencia en el Ejecutivo ha sido tan azarosa como todo el mundo sabe, aunque no tanto por nobles discrepancias ideológicas sobre los valores de la izquierda y sus obligaciones con los ciudadanos, que se han reducido a algunos asuntos anecdóticos o de política internacional, sino por la lucha de poder que se ha librado entre ambos bandos con la voluntad de destruir al adversario.
La ascensión de Yolanda Díaz ha sido la última oportunidad que ha visto Sánchez para acabar con Pablo Iglesias y reconfigurar la izquierda que quiere, una izquierda a su gusto, una izquierda a su medida. Hace ya mucho tiempo que Sánchez renunció a que el PSOE ocupara un espacio político definido y reconocible, un partido con voluntad de ser mayoritario en la izquierda, que gana cuando puede y pierde cuando toca, pero siempre de acuerdo a unas ideas y una identidad que los electores podrían distinguir del resto. No era necesario explicar a nadie hasta hace pocos años lo que separaba al PSOE de Izquierda Unida.
«Hoy la distinción entre el PSOE y el resto de la izquierda no es tan sencilla. Si se exceptúa la guerra de Ucrania, pocos asuntos de fondo dividen, en realidad, al bloque de la izquierda»
Hoy la distinción entre el PSOE y el resto de la izquierda no es tan sencilla. Si se exceptúa la guerra de Ucrania, pocos asuntos de fondo dividen, en realidad, al bloque de la izquierda, donde ministros socialistas, comunistas y podemistas de diferente filiación compiten con frecuencia en pronunciamientos populistas y radicales.
Esto hace muy difícil la creación de un espacio político a la izquierda del PSOE. A la izquierda del PSOE sólo quedan nacionalismos anticonstitucionales, comunistas chics y víctimas o aspirantes a verdugos de Pablo Iglesias. Sánchez trata de dirigir los acontecimientos en ese sector con la apariencia de que le pertenece tanto como su propio partido y con la convicción de que la unidad de todos es la única garantía de futuro . Si Yolanda Díaz consigue sacar adelante su operación Sumar, le deberá la mitad del triunfo a Sánchez, a quien con toda seguridad entregará en su día la cosecha electoral que esto le proporcione.
Con su política y su gestión, Sánchez ha liquidado el partido centrista y socialdemócrata que heredó y lo ha convertido en una fuerza caudillista y populista. A estas alturas, sólo le queda extender su predominio hacia la extrema izquierda y los radicalismos de todo pelaje si quiere conservar el poder. Es una necesidad, no una convicción. Si Sánchez disuelve al PSOE en una especie de frente amplio a la latinoamericana, no es porque Zapatero y Monedero le hayan convencido de que eso es lo mejor para el país, sino porque no tiene otro camino para seguir en el Gobierno.
Es muy posible que tampoco lo consiga por esta vía y lo que resulte después de todo no sea tan sólo una derrota de Sánchez, sino la profunda devaluación del PSOE y un largo periodo de caos y desprestigio de la izquierda. Pero, eso ¿a quién le importa?