¿Es Montero la mejor ministra de Hacienda de la democracia?
«Ya son tres lustros de desequilibrio profundo continuado en las cuentas públicas tras el último superávit conseguido en el año 2007»
Cada año por estas fechas, el ministro de Hacienda de turno intenta convencer a los ciudadanos de su buena gestión mostrando cifras de cierre del déficit público del ejercicio anterior mejores de las esperadas. Ya son tres lustros de desequilibrio profundo continuado en las cuentas públicas tras el último superávit conseguido en el año 2007. Primero la crisis financiera de 2008, segundo la crisis de deuda de 2010, tercero el cambio de Gobierno en 2011 con el rescate de las cajas de ahorros, y cuarto y último, la pandemia en 2020.
Por unas circunstancias o por otras, España no ha vuelto a la disciplina fiscal en todos estos 15 años. En algunos casos porque no pudo y en otros porque no quiso. Y eso que ha tenido numerosas oportunidades para ello. Formalmente sólo un año, el 2018, con el presupuesto aprobado días antes de la moción de censura con el cual el Gobierno Rajoy abrió la espita de la inestabilidad permanente del sistema público de pensiones, se cumplió el objetivo de Maastricht con un déficit del 2,6% del PIB. Tanto los Gobiernos de Rajoy como el primer Gobierno Sánchez siempre consideraron tolerable y hasta incluso beneficioso tener un déficit superior al 3%. Y ambos tuvieron que bajar considerablemente la cifra desde los dos dígitos (tanto en 2012 que fue el –11,6% como en 2020 que fue el -10,3%) hasta la mitad, pero lo hicieron proporcionalmente más basados en los ingresos que en los gastos.
Durante los dos años siguientes al pico de déficit, ambos Gobiernos usaron activamente la vía de los ingresos para cubrir el agujero presupuestario. Entre 2012 y 2014, la ratio de ingresos públicos sobre PIB aumentó en 3 puntos, mientras que la ratio de gasto sobre PIB apenas bajó en un punto, excluyendo el coste del rescate de las cajas (3 puntos). Ahora, entre 2020 y 2022, mientras la ratio de ingresos ha crecido en 3,1 puntos de PIB, la ratio de gasto ha bajado en 2,8 puntos.
Al igual que sucedió en los años 2005, 2006 y 2007 (con un superávit del 1,2%, 2,1% y 1,9% del PIB, respectivamente) el cierre de 2022 ha sido mucho mejor de lo esperado (-4,9%) gracias a una burbuja de precios. En aquella ocasión fue la burbuja inmobiliaria la que dejó pingües beneficios para las arcas públicas. En esta ocasión es la burbuja inflacionista la que por el momento ha generado un resultado neto para las Administraciones Públicas de, aproximadamente, 3 puntos de PIB de incremento de la recaudación fiscal. Aun así, el cierre de las Administraciones Públicas se ha quedado a 4.800 millones de euros de marcar el primer superávit cíclico de los últimos 15 años, señal de que el ritmo de incremento del gasto nominal estructural es muy superior al crecimiento estructural de los ingresos.
«La trayectoria de las cuentas públicas, cuanto menos, debería mover a la prudencia a quien ocupe el despacho de la calle Alcalá 5 de Madrid»
Esta trayectoria de las cuentas públicas, cuanto menos, debería mover a la prudencia a quien ocupe el despacho de la calle Alcalá 5 de Madrid. No sólo porque ante el mejor ejercicio fiscal de la Historia y con unas transferencias contabilizadas de más del doble de lo tradicional en materia de transferencias de capital procedentes de la Unión Europea (los #NextGenEU) seguimos manteniendo un déficit total cercano al 5% del PIB, sino que además España se colocará en 2023 por encima de Italia en déficit estructural (-4,2%), más aún si se desglosa la cifra y se ve la precaria situación de la caja de la Seguridad Social. Tristemente, la ministra Montero prefiere hacer bromas sobre algo tan serio como es la administración del dinero público, convirtiendo una cuestión central para los próximos años como es volver a cumplir Maastricht con todos los cambios que puedan implementarse durante 2024, en un juego ideológico inexistente.
A la luz de los datos, las declaraciones recientes de la actual titular de Hacienda y Función Pública no pueden ser más desafortunadas. En un ciclo y medio de la economía española han pasado Gobiernos de diferente signo ideológico donde no ha habido diferencias sustantivas en materia de resultados de política fiscal. Generar un resultado virtuoso para la economía, manteniendo una presión fiscal real baja y una correcta y necesaria financiación de unos servicios públicos de calidad es una tesis en la que estamos de acuerdo liberales y socialdemócratas. Los que sin duda nunca estarán de acuerdo serán los iliberales que en este momento gobiernan España y sobre los que tristemente ejercen una influencia notable sobre los ministerios económicos del actual Gobierno de coalición.
Más allá de María Jesús Montero, la cual obviamente no puede calificarse como la mejor hacendista de la democracia, no puede decirse que España haya tenido mucho éxito con sus últimos cinco ministros de Hacienda. Esperemos que los próximos sean mejores para evitar aquella frase de “otro vendrá, que bueno te hará”.