Las dos barajas
«Xi y Putin enuncian un fin último sin reparos: la eliminación de la hegemonía ‘de Occidente’, reemplazada por la hegemonía de China con el concurso de Rusia»
El antropólogo Maurice Godelier escribió que la historia no explica nada, dado que la historia debe ser explicada, en el sentido de que la reconstrucción histórica es irrelevante, si se limita a la sucesión de episodios, personajes y datos que no son introducidos en la coctelera de una visión del conjunto. La advertencia es aplicable a las informaciones de prensa que luego dan lugar a comentarios puntuales, desligados del contexto en que tienen lugar los hechos y las declaraciones, o de las estrategias del discurso político que pueden estar dirigidas precisamente a fomentar esa imagen parcelada.
Es lo que sucede con las interpretaciones habituales sobre los movimientos políticos de China y de Rusia, esto es, de Xi Jinping y de Vladimir Putin, desde que sellaron su alianza «sin límites» el 4 de febrero de 2022. Vistas las cosas desde hoy, la apariencia es que cada uno ha trazado su propio camino de forma independiente. Putin ataca a Ucrania y Xi no le respalda de modo abierto ni con las armas, incluso con el tiempo elabora su propio plan de paz de 12 puntos, que el 21 de marzo pasado Putin celebra sin prometer en modo alguno su implementación. Xi habla de paz, Putin insiste en la guerra.
El aparente distanciamiento resulta borrado si introducimos en el relato la complementariedad entre ambas tácticas, una vez que fracasó el propósito inicial de Putin, con sus carros de combate y sus misiles aplastando a Ucrania. Un ataque, el del 24 de febrero de 2022, que no hubiera podido suceder sin el visto bueno de Xi 20 días antes (entre medias, la Olimpiada de Invierno en China, buena razón para esperar). Xi Jinping no envió armas, pero sí apoya decisivamente a Rusia en el plano económico para que pueda sobrellevar las sanciones y bloquea las condenas internacionales.
En sus 12 puntos, toda una declaración de buena voluntad en la forma, incuestionable al respaldar la soberanía e integridad «de los países» -ojo: no de los Estados- y proponer un elenco de medidas positivas, de la exportación de cereales a la reconstrucción-, solo el no al uso de armas nucleares tropieza con Putin. El alto el fuego ya, el «diálogo» entre Rusia y Ucrania como vía para la paz y la condena de las sanciones occidentales, son iniciativas bien concretas e inequívocas a favor de su aliado. Nada sobre la responsabilidad del agresor, colocado en franca posición dominante de ser aplicada la propuesta china a la crisis. Único aspecto estimable, nada irrelevante: situar la paz por vez primera en el centro del escenario, aun de manera tramposa.
A la vista de la reunión de 20 a 23 de marzo entre Putin y su invitado Xi Jinping en Moscú, la impresión es que las dos tácticas, la china y la rusa, se integran en una estrategia del juego que por lo demás responde a una dimensión teleológica compartida, a un fin último, que Xi y Putin enuncian sin reparos: la eliminación definitiva de la hegemonía «de Occidente», con Estados Unidos a la cabeza, reemplazada por una situación multipolar, en apariencia de distintos centros de poder, realmente de bipolaridad asimétrica, donde la hegemonía mundial será ejercida por China con el concurso de Rusia.
«Xi Jinping blinda su poder en China, intensifica la presión sobre Taiwán y tiende la mano a Europa para erosionar al frente adversario»
La puesta en práctica, tal como vemos, reproduce la vieja escena del policía malo, papel asumido por el exoficial de la KGB, lanzando la «operación especial» -las palabras no cambian, mirada a su propio pasado- para destruir Ucrania, y profiriendo desde entonces las más terribles amenazas, apoyadas en la barbarie de los hechos, mientras Xi Jinping blinda su poder en China, intensifica la presión sobre Taiwán y tiende la mano a Europa para erosionar al frente adversario. Juegan, si se quiere, con dos barajas, pero la partida es solo una.
De nuevo, Xi deja la iniciativa a Putin, ahora de palabra, y ante el Consejo de Seguridad de la ONU, exponiendo el 30 de marzo el plan estratégico ruso -perdón, euroasiático-, cuyo objeto es «la eliminación de los vestigios de dominio de los Estados Unidos y de otros países hostiles», para así afirmar, al lado de China, «el mundo ruso», una «civilización estatal» cuyo espacio es Eurasia. Xi se aplica al desgaste, empezando con buena intuición por Pedro Sánchez; siguen luego Emmanuel Macron y Van der Leyen. Josep Borrell solo cierra. La correcta alocución de Sánchez ya olvidó de entrada toda crítica hacia China, «evaluando positivamente su documento» e introdujo su mantra, en coincidencia con Xi: el diálogo (no la negociación).
A Putin le interesa «una guerra indefinida», al no poder ganarla, hasta ser reelegido en marzo de 2024. Unos miles de muertos propios más y una ulterior destrucción de Ucrania no le importan, mientras los aliados occidentales se limiten a armar a Zelenski para sostener su esfuerzo de guerra, no su victoria. El espectro nuclear será agitado a voluntad por Putin, y de momento ahí el envío de esas armas nucleares a Bielorrusia, lo cual prueba que el encuentro del pasado mes con Xi Jinping ha servido de nuevo para avalar, y no para inhibir.
Ahora toca a China intervenir con la baza económica e incentivar el cansancio de Europa en cuanto al coste de una solidaridad sostenida desigualmente. Pensemos en nuestro presidente: el alivio que siente solo con escuchar la palabra «diálogo», teniendo en cuenta además las simpatías inconfesables que sirven de base al «pacifismo» de unos aliados, con Ione Belarra al frente, a quienes elogiaba Russia Today. Y el tiempo juega también a favor del invasor por el mismo cansancio en Estados Unidos, sin que se disipe otro espectro: una victoria de Donald Trump.