La izquierda es hoy más fuerte
«La fórmula que fue Podemos quedará renovada para ser útil a Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno necesita una coalición a su izquierda que sea sumisa»
Para ser líder de la izquierda hay que comprender cómo funciona la grey progresista. Ser de izquierdas es una emoción compuesta de la esperanza en el próximo advenimiento del paraíso sin preocupaciones, y en la necesaria eliminación del enemigo político. Esa esencia izquierdista comparte tanto la ilusión que moviliza para salir a las calles y lleva al voto, como el repudio al que no comparte el mismo proyecto. Se alimenta de parafernalias simbólicas, banderas, himnos, cánticos y de mitos que chocan con la realidad, y reclama justicia social. Sin una identidad colectiva no se puede ser de izquierdas, y eso se alimenta con ilusiones. Ese es el motor.
Ahora bien, cuando al fin se llega al Gobierno, como es el caso con Sánchez y Podemos, y los fracasos se combinan con las purgas descarnadas, la gente pierde la ilusión. El desaliento hace que la gente no salga a la calle ni vote a las izquierdas. Por eso, por ejemplo, cuando Pablo Iglesias pasó de prometer la toma del cielo por asalto a comprarse una casa de millonario en Galapagar todo terminó para el podemismo. Lo mismo ha ocurrido con Sánchez y su vida de capo de la casta. Y si esto se hace en el reino de la inflación, mal asunto. Sin ilusión, en definitiva, no hay voto a la izquierda.
Sumar, lo de Yolanda Díaz, es una operación de marketing para solucionar la depresión anímica de su electorado. No hay programa, ni concreción alguna. Solo sonrisas, besos, abrazos y promesas justicieras. Parece absurdo, pero es la clave para la movilización de las izquierdas. Las sociedades, como ha escrito la filósofa Martha C. Nussbaum, están llenas de emociones públicas como la ira, el miedo, la envidia y la simpatía. Solo hay que saber canalizarlas para tener éxito en la política.
Las expectativas movilizan, y las realidades desaniman cuando son nefastas, como han demostrado las ministras podemitas. Una sonrisa de Yolanda Díaz consigue más votos que un gruñido de Irene Montero. Una promesa del yolandismo sobre la justicia social genera más esperanzas que la posibilidad de que Manolo vaya al registro civil para llamarse Lola. Es así de sencillo, y ocurre también en la derecha. Todos ven en el partido deseado lo que quieren ver.
«Las izquierdas a la izquierda del PSOE, ese hormiguero superpoblado, ya tienen un culpable: Pablo Iglesias»
Las izquierdas a la izquierda del PSOE, ese hormiguero superpoblado, ya tienen un culpable: Pablo Iglesias. Si el antiguo líder del podemismo se hubiera presentado este 2 de abril en el Magariños por sorpresa habría sido abucheado. Esas izquierdas le tildan de machista y tirano, de egoísta y mal gobernante que ha hundido un proyecto político, y que puede arruinar un pacto con el PSOE que frene el «gobierno de la derecha con la extrema derecha».
Yolanda Díaz, bien asesorada y con el calendario a favor, solo espera que esa acusación se demuestre en las urnas el 28-M. Así, cuando Podemos sea historia por obra y gracia del electorado de izquierdas, aparecerá ella como la gran esperanza roja. Será el momento en el que los cuadros podemitas se pasen a Sumar para mantener los cargos públicos, y el clan de Galapagar se quede solo.
Esa esperanza, que tiene todas las trazas de una religión política, es lo que provoca que cada generación piense que el comunismo fracasó porque la generación anterior lo hizo mal. Yolanda tiene, así, la misión de movilizar las emociones de miedo e ilusión de la generación del 15-M. Es el miedo al gobierno del PP con Vox, e ilusión en la remontada, en la resistencia izquierdista al avance de la derecha, con una nueva fórmula que, ahora sí que sí, va a funcionar.
Con el pablismo en su propio velatorio, la fórmula que fue Podemos quedará renovada para ser útil a Pedro Sánchez. El presidente del Gobierno quiere que una coalición a su izquierda sea sumisa, y que no baje del 10% recogiendo a los electores más radicales. Necesita un respaldo seguro a su izquierda que le permita hacer concesiones al centrismo y ponérselo difícil a Feijóo, sin perder por ello. Lo que no quiere Sánchez es un socio de gobierno que, con una bronca tras otra, le ponga la etiqueta de «derechista» constantemente. Esta es su nueva fortaleza, que se completará cuando el Podemos de Pablo Iglesias sea agua pasada.