Un tal Helio y la doble vara de medir
«El poder inquisitorial de la corrección política lo encontramos en la disciplina con la que la mayoría de los que aparecen en los medios aceptan sus dogmas»
El poder de los inquisidores de la corrección política no para de crecer. Y una de las principales manifestaciones de ese creciente poder inquisitorial la encontramos día tras día en la borreguil disciplina con la que la inmensa mayoría de los que aparecen en los medios de comunicación aceptan sin rechistar los dogmas intocables de esa corrección política. ¡Qué difícil es encontrar una opinión medianamente crítica con lo que dictan esos inquisidores!
Las manifestaciones de esa dictadura ideológico-mediática son constantes. Por eso reunir muestras del sometimiento acrítico a ella es tarea muy fácil, a veces es suficiente recoger todos los artículos de un periódico para comprobar cómo ni uno solo se sale de lo que está dictado por los que mandan en la inquisición de la corrección política que nos oprime a todos.
Pero aquí me voy a fijar en unas cuantas noticias de estos últimos días en las que se muestra con descaro cómo los dogmas de la corrección política están interiorizados por los que cuentan y comentan la actualidad.
Empecemos por Trump, que es un personaje que no me cae especialmente bien, aunque le reconozco el mérito de haber plantado cara a esa opresora corrección política de la que estoy hablando. Ahora está abriendo los periódicos y los telediarios por la actuación de un fiscal de Nueva York, que le ha procesado por haber comprado en 2016 el silencio de una actriz (¿porno o adulta?) con la que tuvo un affaire en 2016. ¿Qué más quieren los susodichos inquisidores para atacar a uno de los pocos que, con todos los gestos histriónicos que se quiera, les ha plantado cara?: un fiscal afroamericano, una actriz que tiene la desgracia de tener que comerciar con su cuerpo y un blanco heterosexual, rico y golfo.
«Nadie acusa a Trump de haber utilizado un solo dólar de dinero público para su beneficio personal»
El presunto delito, que la mayoría de los juristas no ven, sería haber gastado dinero electoral para esos pagos y, aparte de que la cifra, 130.000 dólares, es insignificante para un magnate con Trump, éste declara que lo pagó con dinero de su empresa, la Trump Corporation. Al parecer el asunto habría prescrito en todos los Estados de la Unión, salvo en el de Nueva York, que sí lo mantiene para casos en los que el presunto culpable haya cambiado su residencia, como ha hecho Trump yéndose a Florida. Y nadie le acusa de haber utilizado un solo dólar de dinero público para su beneficio personal.
El tratamiento informativo de este incidente trumpista contrasta de forma escandalosa con la falta de atención que en los medios españoles suscita todo lo que afecta a Joe Biden. ¡Qué poco se han comentado en España sus presuntas actuaciones para, desde la Casa Blanca donde era vicepresidente, ayudar a los lucrativos negocios de su hijo Hunter, curiosamente en Ucrania! ¡Y qué diferencia el tratamiento que los medios dieron a la llegada del FBI a las casas de uno y otro en busca de papeles de la Casa Blanca que ambos se habían llevado de forma presuntamente ilegal!
Pero es que una de las herramientas de los inquisidores ha sido siempre la doble vara de medir, aunque, como en este caso, la comparación sea escandalosa.
Otro ejemplo de cómo se maneja esa vara lo tenemos en el caso de Ana Obregón, que está llenando páginas y páginas. Aparte de lo que esta maternidad tenga de material para las revistas del corazón, es evidente que ha puesto sobre el tapete un asunto de tanta enjundia moral, jurídica, social y hasta religiosa como es la gestación subrogada. Un asunto en el que no quiero entrar ahora porque exige algo más que un artículo de opinión, pero que ha mostrado cómo se han abalanzado sobre Ana Obregón muchísimas voces críticas de políticos, periodistas, tertulianos y opinadores para repudiar esa subrogación de la gestación, cuando no se ha escuchado ninguna cuando esa manera de traer niños al mundo ha sido practicada por miles de parejas sólo en nuestro país, donde está prohibida.
Otro ejemplo más: la exdirectora general de la Guardia Civil, que ha tenido que dimitir, por cierto cuando a su jefe Sánchez le convenía por haber pasado ya la moción de censura, porque a su marido le han imputado en un escandaloso caso de corrupción. Uno de los posibles beneficios personales de ese caso de corrupción sería la adquisición de un magnífico ático en Málaga, valorado en un millón de euros (compárese con los 130.000 dólares de Trump) a nombre del marido y también de la exdirectora general. Pero, como es progre, que es el nombre que se dan a sí mismos los seguidores de los dogmas de la corrección política, los discursos de despedida de la dimitida, empezando por el del ministro Marlaska, la han llenado de alabanzas. ¡Qué diferencia con el trato que recibimos los políticos de la derecha cuando dimitimos por la simple sospecha de que uno de nuestros colaboradores ha podido cometer una simple irregularidad! De nada sirve que, después y en muchos casos, esa sospecha no se confirme. La etiqueta de corrupto no te la quitan ya jamás. Para eso son ellos los que manejan la vara de medir la bondad y la honradez.
«Otro caso es el espectacular lanzamiento de Yolanda Díaz como esperanza blanca de la extrema izquierda»
Otro caso, el espectacular lanzamiento, similar al de una estrella de cine, de Yolanda Díaz, como gran esperanza blanca de la extrema izquierda española y como muleta imprescindible para que Frankenstein siga mandando después de las elecciones generales. Para demostrar lo moderna que es y lo cerca que está de la juventud, invitó a un joven influencer, un tal Helio, que, a sus 20 años, ha llegado a elaborar profundos pensamientos morales y políticos, expresados en algunos de sus mensajes. Como el que dedica al catedrático Ramón Tamames, candidato a presidente del Gobierno en la reciente moción de censura: «¡Qué bochorno de verdad. No dejo de pensar en los personajes a los que se deja entrar en este sitio. Los últimos alientos de este viejo nos están costando dinero, es que es fuerte!». O lo que escribe sobre el socialista Juan Carlos Rodríguez Ibarra, ex presidente de la Junta de Extremadura: «Es que no tengo palabras para describir el asco que me da el viejo este, a ver si le entra algo rapidito porque vaya cruz».
Tampoco se corta al hablar del PSOE, el partido que ha hecho posible que su Yolanda llegue a ser vicepresidenta del Gobierno: «De verdad vaya partido de mierda, cada vez le tengo más asco a estos trozos de basura. La falta que hace que barran a los viejos de mierda rancios que son del PSOE porque les avergüenza decir que piensan como el PP. Dilo sin tapujos, los viejos, los fósiles ancianos, los maricones de 35 años que no se lavan y que huelen a popper».
Del nivel intelectual de este apoyo de Yolanda Díaz nos hemos enterado algunos, pero por casualidad, cuando barbaridades de este calibre merecían, sin duda, haber abierto los telediarios. Pero estas majaderías hay que taparlas porque la imagen de los iconos de la corrección política no puede aparecer manchada, aunque lo esté y mucho. Lo dicho, la doble vara de medir.