THE OBJECTIVE
David Mejía

Nadie se ha comprado un bebé

«No hay conversación posible con quien ve la gestación subrogada como una compra-venta, como tampoco con quien considera todo aborto un asesinato»

Opinión
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Nadie se ha comprado un bebé

Nadie se ha comprado un bebé.

Ana Obregón ha eclipsado el viaje de Pedro Sánchez a China, la semifinal de Copa y las procesiones de Semana Santa. También ha opacado el juicio a muchos comentaristas que, con la mejor intención, han saltado al ruedo a explicarnos que comprar bebés está mal. Como les decía el martes, no tengo clara mi postura sobre la gestación subrogada; considero que partidarios y detractores presentan argumentos atendibles y mi brújula moral sigue dando vueltas en busca de un Norte que quizá no exista. El problema es que los buenos argumentos en contra de la gestación subrogada no logran abrirse paso en el lodazal de bajezas y falacias en el que chapotean sus detractores más mediáticos.

Lo primero que empantana un debate constructivo es el uso torticero de las palabras. No hay conversación posible con quien describe, sin matices, la gestación subrogada como una compra-venta de bebés, como no puede haberla con quien parte de la premisa de que todo aborto es un asesinato. Curiosamente, quienes repiten el mantra de comprar bebés suelen mostrar interés en los matices para hablar de «interrupción voluntaria del embarazo» (cuando quieren, son capaces de una dialéctica aseada). Estas equiparaciones burdas no son un síntoma de la honestidad, o si prefieren la imparcialidad, del debatiente. Al contrario, revelan un sesgo refractario al diálogo. Estos sesgos, deudores de prejuicios ideológicos o religiosos, se manifiestan en expresiones lapidarias que aspiran a cerrar el debate de la manera más efectiva: criminalizando al adversario.

«Los críticos con la gestación subrogada saben que no es comparable a un caso de trata de seres humanos»

Pero nuestras intuiciones morales circulan por travesías más enmarañadas, y el debate público debe hacer honor a esa complejidad. Ni siquiera las voces más críticas contra el aborto lo consideran un asesinato. Y los críticos con la gestación subrogada saben que no es comparable a un caso de trata de seres humanos. ¿O acaso miran con los mismos ojos a una mujer que ha sido madre por GS que a un traficante de personas con fines de explotación? Lo dudo. Sabemos que no son lo mismo, pero por sectarismo o por pereza algunos lo olvidan.

Lo más reprochable es la naturalización de esa criminalización. Resulta llamativo que ministerios tan preocupados por combatir la estigmatización de colectivos, especialmente si son infantiles, muestren tan poca sensibilidad por los niños gestados por subrogación. Intuyo que escuchar a voces oficiales repetir que sus padres son delincuentes -compradores de niños, explotadores de mujeres pobres- y que ellos son el fruto de esa explotación no es la mejor manera de cuidar su salud mental. ¿No creen que este debate merece más cordura y más sensibilidad?

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