THE OBJECTIVE
David Mejía

Dímelo en la calle, Ferrovial

«Si Sánchez quisiera despejar cualquier duda sobre nuestra seguridad jurídica, no desautorizaría públicamente a una empresa que toma una decisión legítima»

Opinión
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Dímelo en la calle, Ferrovial

Rafael del Pino, presidente de Ferrovial. | Europa Press

La personalidad de Pedro Sánchez me provoca una fascinación que no sentía desde el final de Los Soprano. Preside un Ejecutivo de escucha, diálogo y cuidados, y sin embargo no me cuesta imaginármelo en un bar diciendo «eso no me lo dices en la calle». Hay algo sugestivo en esa costumbre de interpretar cualquier viento en contra como un desafío personal. Sus réplicas en el Parlamento nunca son respuestas sino embistes, hasta tal punto que en las sesiones de control es él quien controla a la oposición. Y desde que Ferrovial anunció su voluntad de trasladar su sede a los Países Bajos, ese temperamento agresivo ha brillado de nuevo.

Sánchez interpreta cualquier gesto que pueda empañar su imagen personal como un desafío, y no reacciona achantándose sino echando mano del revólver. Quien convierte toda discrepancia en un duelo al sol suele someter a sus adversarios, porque la mayoría de los mortales no tiene alma de duelista. Pedro Sánchez, sí. Y si el duelo termina convertido en tiroteo, apuraría hasta la última bala y después avanzaría empuñando el cañón y sacudiendo la culata. Su espíritu competitivo, nutrido de su impulsividad, su perseverancia, y su limitada institucionalidad, hacen de él un enemigo temible.

«Si la imagen de España sale dañada no será tanto por la decisión de Ferrovial como por la reacción iracunda del Gobierno»

En las últimas semanas, su ira se ha concentrado en Ferrovial y en su presidente, Rafael del Pino. Sánchez no es capaz de entender que aunque el traslado de la empresa pueda afectar a la imagen de su Gobierno, no es algo que Ferrovial le esté haciendo a él. Me dirán que la ira de Sánchez no brota en defensa de su imagen, sino de la imagen de España. No reacciona ante lo que considera un insulto personal, sino ante una afrenta a la imagen e intereses de España. Pero esta hipótesis es del todo inverosímil, porque si la imagen de España sale dañada de este episodio, no será tanto por la decisión de Ferrovial como por la reacción iracunda y torpe del Gobierno. Si a Pedro Sánchez le preocupara la imagen de España, si quisiera despejar cualquier duda sobre nuestra seguridad jurídica, no desautorizaría públicamente a una empresa que toma una decisión legítima, sino a los ministros que la amenazan.

Todos hemos tenido amigos a quienes había que repetir, cada noche, que no todo es una provocación. Que el orgullo conviene endurecerlo y el ego ablandarlo. La impulsividad, el voluntarismo y el coraje son virtudes políticas que le sobran a Pedro Sánchez. Es una lástima que nunca estén al servicio del interés general.

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