Y ahora 'monomarental'
«¿Por qué el populismo con mando en plaza se empeña desde que tuvo acceso al BOE en generar falsas polémicas con el designio de imponer su ‘neolengua’?»
Resolvamos cuanto antes, por irrelevante y cansino, el expediente más antipático: parental no proviene de pater, sino de parens, que significa progenitor, sea la madre o el padre; y parens, etimológicamente procede de parere, que en castellano significa parir, dar a luz. Quienes empleen marental debieran coherentemente decir que, cuando nacieron, antes, su madre se había puesto de marto, aunque los demás los pongamos a marir.
Pero vamos a lo relevante: no existiendo dudas lingüísticas sobre lo aberrante del término, ¿por qué el anteproyecto de la Ley de Familias usa a sabiendas el término «monomarental»? ¿Por qué el populismo con mando en plaza viene empeñándose desde que tuvo acceso al BOE en generar unas falsas polémicas con el designio de imponer su neolengua?
Sobran los ejemplos. Recientemente se llevó al BOE en una norma legal el término sexilio, promulgando incluso su significado; y desde que la RAE advirtió hace ya años de la impropiedad de uso de la expresión «violencia de género» en textos normativos (recordando que en la tradición cultural española la palabra sexo no reduce su sentido al aspecto meramente biológico y sobraba por tanto la adopción del anglosajón gender), no han dejado de sucederse estúpidas polémicas por el empeño de la coalición de Gobierno en imponer su lenguaje político a la sociedad mediante una suerte de elevación y congelación de su rango al ser incorporado a las leyes.
Evidentemente, no son razones lingüísticas las que laten detrás de este empeño. Cada uno puede emplear el lenguaje político que considere oportuno a riesgo de que su propuesta política llegue o no a la sociedad o ni siquiera se entienda. Lo discutible es que esa neolengua se quiera llevar al corpus legislativo obligando a toda la sociedad a aceptar, entender y emplear unos términos, aberrantes lingüísticamente, cargados de ideología, que no contribuyen a una mejor definición ni tutela de los bienes jurídicos objeto de protección normativa, sino a imponer como incuestionable a través del lenguaje lo que en realidad es objeto de abierto debate.
«No son los hablantes quienes están representados por los delirios lingüísticos del BOE, sino los aprendices de brujo»
Falsariamente, se arroga el legislador la representación de los hablantes, del pueblo, llevando fulleramente al terreno lingüístico lo que en realidad es pura política. Por ello buscan el choque con la RAE a la menor ocasión, llegándole incluso a pedir informes sobre la inclusión del «lenguaje inclusivo» en la Constitución. El chollo de impostar sin coste que hay instituciones no democráticas ni paritarias frente al pueblo llano, ilegítimamente postergado y sometido a instituciones contramayoritarias. La esencia del populismo iliberal en boga. Tan pronto se promulgue la Ley de Familias abundarán fuera de la prensa orgánica columnas que quieran evidenciar estérilmente el nuevo disparate lingüístico del término «monomarental», cerrando así el círculo que demostraría que esa prensa crítica, no adepta al anhelo transformador, se opone antidemocráticamente al libre desenvolvimiento del pueblo, vale decir, de sus hablantes. Invariablemente, la retórica mediática correlativa en los media gubernamentales será la de cuestionar quién vota a los académicos de la RAE, por qué su mitad no son mujeres, etc.
Obviamente, hasta irrita decirlo, nadie, ningún hablante fuera del entorno de la idiotez clínica, desdobla el género gramatical en su expresión diaria, diciendo que se lleva bien con sus vecinos y vecinas, o que en el tercero hay una «persona arrendataria», ni es plausible pensar que haya existido ni vaya a existir un transexual que exprese en su entorno que se marchó al sexilio desde La Almunia de Doña Godina a Barcelona para vivir en libertad y sin rechazo su opción sexual.
Luego no son los hablantes quienes están representados por los delirios lingüísticos del BOE, sino los aprendices de brujo que, situados circunstancialmente en la élite, quieren imponer su cosmovisión política por medio del lenguaje, desde arriba hacia abajo, y no al revés. Porque, paradójicamente, si de algo es esclava la RAE es del habla del pueblo, de la imposición de las formas de los hablantes, por equivocadas que éstas sean gramatical y hasta ortográficamente: si un término o una expresión se impone, no le queda más que constatarlo y fijarlo. No hay en ese sentido institución más democrática que la RAE. Ya quisiera la coalición de Gobierno imponerse así al Tribunal Supremo haciéndole pasar por el aro del sano sentimiento jurídico del pueblo. [Bueno, quizá no sea el mejor ejemplo: ahí están algunas de sus «populares» sentencias sobre delitos contra la libertad sexual, que de poco sirvieron por cierto para que el populismo más cochambroso no acabara por malograr el Código Penal con el argumento precisamente de que la justicia era «patriarcal»].
Recordémoslo con Kemplerer, «…el lenguaje no sólo crea y piensa por mí, sino que guía a la vez mis emociones, dirige mi personalidad psíquica, tanto más cuanto mayores son la naturalidad y la inconsciencia con que me entrego a él…/… Las palabras pueden actuar como dosis mínimas de arsénico: uno se las traga sin darse cuenta, parecen no surtir efecto alguno, y al cabo de un tiempo se produce el efecto tóxico».