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Mi hijo decidirá si hace la primera comunión

¨Muchos padres de Madrid andan alertados por las exigencias de las parroquias a que los futuros comulgantes cursen una catequesis previa de tres años. ¡Tres años!»

Opinión

Mi hijo decidirá si hace la primera comunión.

  • Eduardo Laporte nació en Pamplona en 1979 pero lleva en Madrid desde 2005, donde cultiva esa doble nacionalidad que decía Sabina (triple en su caso, por su condición de medio galo). Se dedica al periodismo intermitente de temática cultural en medios como Territorios, de El Correo de Bilbao. Ha publicado algunos libros de vocación autobiográfica (que no autoficcional, de momento), entre los que destacan Luz de noviembre, por la tarde (Demipage, 2011) o el reciente Tiempo ordinario, un diario editado en 2021 por papeles mínimos. Su canción favorita es Perspectiva Nevski, de Battiato.

Los padres suelen decidir por sus hijos en cuestiones como la alimentación, si comen tales o cuales chucherías, a qué hora cenan, si toca verdura, pescado o espaguetis a la carbonara de Soria. También cómo visten, cómo llevan el pelo, a qué fiestas de cumpleaños acuden, dónde van de vacaciones, en qué colegio estudian, a qué familiares visitan y cuáles evitarán, pero pueden elegir ellos mismos si harán o no la primera comunión.

Es un argumento que escucho a menudo, lo de esa repentina madurez del chavalín, aún con un solo dígito en el carné de identidad, que no tiene criterio para elegir la hora a la que acostarse, pero sí para decidir sobre una formación espiritual que marcara toda su vida

Representan estos días en Madrid la obra Mañanas de abril y mayo, de Calderón de la Barca. Pocos títulos tan evocadores como ese, sobre todo si uno vive en Madrid y disfruta de esa serenidad casi mística de esas mañanas, en las que parece que el tiempo se para o va incluso hacia atrás y nos conectamos con nuestros ancestros greco-latinos. 

Algo de eso sentía en aquellas mañanas de sábado de finales de los ochenta en que cruzaba un par de calles, con esa recién estrenada independencia de peatón infantil, para dirigirme no ya a esa parroquia remendona donde recibía la catequesis, sino al mismísimo templo. Una iglesia-fortaleza, la del burgo de San Nicolás, en Pamplona, levantada hace unos mil años, en la que ensayábamos nuestro numerito de primeros comulgantes, con esa luz bizantina que se filtraba por las vidrieras antediluvianas, con polvo románico en suspensión. 

«En estas mañanas de abril y mayo, se ultiman los preparativos de miles de primeras comuniones. ¿Serán las últimas también?»

Hacía entonces sol, el sol tibio de la primavera, el mismo que debió de disfrutar el pequeño Franco Battiato que, una mañana de domingo, de niño, le preguntó al cura de su iglesia siciliana qué era aquello tan especial que estaba sonando: «La Pasión según san Mateo, de Johann Sebastian Bach», le respondió, y aquello cambió también su vida para siempre. 

En estas mañanas de abril y mayo, se ultiman los preparativos de miles de primeras comuniones. ¿Serán las últimas también? Muchos padres de Madrid andan alertados por las exigencias de las parroquias a que los futuros comulgantes cursen una catequesis previa de tres años. ¡Tres años! 

A veces, parece que la Iglesia y sus representantes quieren hacerse el harakiri o estuvieran poseídos por el maligno. Si bien esa formación espiritual es lógica y necesaria para acudir a la primera comunión sabiendo de qué va la historia, pecar por exceso puede dinamitar las buenas intenciones de las diócesis varias. Jesús te ama, pero los niños quizá no amen tanto, todavía, a quien murió por nosotros en la cruz. 

Eso, entre otras cosas, justificaría el rechazo de muchos padres a meterles por esos caminos de Dios, nunca mejor dicho, cometiendo, quizá sin saberlo, una tropelía mayúscula: la de privar a esos chavales de una vía trascedente, algo que un chaval de ocho años no está en condiciones de elegir, porque la madurez espiritual es algo a lo que se llega con los años, muchos años, y no pocas rumias internas. 

También con los años se vuelve a esas mañanas de la infancia que, como diría Albert Camus, estaban impregnadas de un sol que te libraba de todo resentimiento. En un tiempo en que se quitan la vida cuatro mil españoles cada año, convendría analizar si ese erradicar cualquier cosa que huela a incienso es lo más conveniente. 

El mismo Tolstói estuvo a un hilo de quitarse la vida a los cincuenta años cuando su fe en la ciencia, en la razón, tocó techo. O fondo. Y vio que ahí no todo estaban todas las respuestas que buscaba. Entonces abrazó la fe, el misterio, su vieja relación con lo divino, de una manera personal, libre, antidogmática, pero también inspirada en lo aprendido en la cuna. 

Volvió a esa cosa intangible que los materialistas de distinto cuño ven como la gran amenaza, ignorando que todos somos, lo dijo Carl Jung, animales religiosos por naturaleza. También esos indefensos chavales a los que de pronto arrogan una libertad para la que no están preparados, y les apuntan a judo, cocina y alemán. 

Tolstói pudo volver, nos cuenta en Confesión. Pero, ¿a qué padre indulgente volverán aquellos hijos pródigos que han convertido en huérfanos? Difiero con Sabina: al lugar donde has sido feliz debieras tratar de volver. 

5 comentarios
  1. Psilvia

    «Muchos padres de Madrid andan alertados por las exigencias de las parroquias a que los futuros comulgantes cursen una catequesis previa de tres años. ¡Tres años! »

    Pues sí, Eduardo, a priori parece un despropósito. El Bautismo y la Comunión para con los hijos son elecciones que atañen a las familias.
    Como bien dice, una cosa es que los futuros comulgantes sepan de qué va la historia, pero a esa edad no se les puede exigir mucho más trascendencia. Para ello, está el ritual de la Confirmación, en la que los jóvenes o adolescentes, en una etapa posterior, pueden elegir, decidir y reafirmarse en su fe de una manera más madura, autónoma y consciente, sin la mediación de sus padres. Igual este es el problema al que se enfrentan las diócesis actualmente. Al ser muy poco jóvenes los que siguen el catecismo de la Iglesia y llegan a confirmarse, igual piensan que ampliar la doctrina en edades tempranas es la manera más segura de retenerlos y afianzar su fe.

  2. Alias0

    Entre la duda ‘modelna’ de algunos padres y el convencido relumbrón social de otros, quedan entre medias aquellos padres que (en coherencia con su fe, sus convicciones y la herencia cultural religiosa de su país) llevan a sus hijos a la parroquia (manteniéndolos a tan prudente distancia de fastos como de postureos ‘modelnos’) para iniciar el tránsito hacia la madurez espiritual y religiosa. Con el tiempo, esos hijos tendrán sus propias zozobras, angustias y crisis que los abocarán a decisiones que deberán afrontar como adultos. A decidirse por la inercia de la comodidad, tanto en la aceptación como en el desencanto, o a implicarse en la tensión de la vida en la fe.

  3. JaimeRuiz

    La persona puede hacer la primera comunión cuando sea adulta y descubra la religión, en ese caso el título del artículo es correcto. Acerca de si debe decidir de niño hacerla, hay que partir de que es un formulismo, se festeja el éxito del niño con un ritual de iniciación que no se entiende muy bien pero que tiene arraigo en la tradición. Como la mayoría quiere brindar a sus hijos esa fiesta, la Iglesia aprovecha para subir el precio y exigir una fase de adoctrinamiento, con lo que disuade a la gente de esa fingida actuación religiosa. Decir que «se priva» a la gente de la trascendencia serviría para cualquier cosa y no cambia tanto: muchos millones de personas hemos hecho la comunión sin ser creyentes después, los padres no nos privaron de la trascendencia pero el efecto es el mismo. Lástima que se prive a la gente de otras cosas, como el amor al saber, que daría opción de escoger la fe con criterio.

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