THE OBJECTIVE
Antonio Caño

Sobre la objetividad

«Lo que queda cuando desaparece la objetividad en el periodismo no es el periodismo comprometido, sino la manipulación»

Opinión
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Sobre la objetividad

Sobre la objetividad.

Ha visitado recientemente Madrid un amigo y colega que, desde hace años, se ha convertido en una leyenda de nuestra profesión. Se trata de Martin Baron, director de The Washington Post hasta 2021 y famoso más allá del periodismo por ser el hombre en el que se inspiró la cinta ‘Spotlight’, ganadora del Óscar a la mejor película en 2016. Con Baron ocurre en mi oficio como con Europa en la política, que todos usamos su nombre cuando nos sirve para avalar algunos de nuestros puntos de vista y lo ignoramos cuando nos contradice.

Uno de los temas profesionales sobre los que Baron ha reflexionado más en los últimos meses y de los que más he tratado estos días con él es el de la objetividad. Baron sostiene que la objetividad es un valor a la baja, que las nuevas generaciones de periodistas le conceden mucho menos valor que la suya y que hoy la defensa de la objetividad como un principio irrenunciable del periodismo puede ser interpretada incluso como una conducta reaccionaria.

En Estados Unidos, donde Baron fundamenta sus tesis, existe aún un debate enriquecedor y vivo sobre el periodismo, pese a todas las dificultades económicas surgidas y el activismo creciente en los medios a raíz del fenómeno Black Lives Matter. Pero en España, donde ningún periódico tradicional ha conseguido remontar con éxito la crisis, la politización de los medios es mucho más escandalosa y la objetividad, más escasa y cuestionada.

Es muy difícil defender la objetividad en España cuando el periodismo es objeto constante de intrusismo por parte de políticos que lo utilizan como mero instrumento para su promoción personal, cuando los periodistas que intentan actuar con independencia son diariamente señalados en público por portavoces de la extrema izquierda, sobre todo, pero también a veces de la extrema derecha, cuando diarios que antes decidían libremente su línea editorial ahora la acomodan a los intereses inmediatos de sus singulares propietarios, cuando tantos reporteros (no sólo columnistas) exhiben a diario en redes sociales sin ningún pudor sus preferencias partidistas.

«En sus últimos años, Baron mantuvo un conflicto que perdió con su redacción del Post sobre el uso de las redes sociales»

En sus últimos años, Baron mantuvo un conflicto que perdió con su redacción del Post sobre el uso de las redes sociales. Los periodistas entendían mayoritariamente que limitar su actuación en Twitter, Facebook o Instagram con normas sobre las condiciones en que debían ser usados esos medios equivalía a coartar su libertad de expresión.

Desde entonces, tengo la impresión de que ese pensamiento se ha ido consolidando y extendiendo en nuestro oficio. En algunas charlas recientes con estudiantes de periodismo en varias ciudades, he detectado una enorme resistencia al respeto de la objetividad y una clara inclinación a implicarse personalmente en asuntos y causas que ellos consideran una mayor prioridad.

La polarización política sufrida en los últimos años ha afectado, como no podía ser de otra manera, a los medios de comunicación y ha facilitado el crecimiento de los prejuicios, el sectarismo y el activismo político. También en Estados Unidos, donde hoy resulta difícil impedir, como se hacía antes, que los reporteros se manifiesten, por ejemplo, en protesta de los abusos policiales contra los negros. Pero mucho más en España, donde los límites entre opinión e información en los periódicos están menos claros y las reglas de comportamiento ético, aunque existan, no se respetan plenamente.

Sin embargo, ni el periodismo ni la sociedad han estado nunca más necesitados de la objetividad de los periodistas. En la medida en que se ha deteriorado la capacidad de arbitraje de otras instituciones y se ha debilitado el poder de control del Gobierno por parte del Parlamento, el papel fiscalizador de los medios de comunicación se ha ido haciendo más importante, y éste sólo se puede ejercer si los medios son creíbles, para lo cual es imprescindible, a su vez, que se esfuercen por ser objetivos.

«Lo que sí se le puede pedir a un periodista es un esfuerzo honesto por encontrar la verdad, apuntando su investigación en todas las direcciones, y mucho más se le debe exigir un ánimo de objetividad»

Durante años se ha escuchado que la objetividad no existe, como no existe la verdad, que todos los hechos tienen varias interpretaciones y que todos, incluidos los periodistas, los analizamos de una manera subjetiva, influidos por nuestra propia formación y posición. Se ha llegado a decir que la objetividad es una manera cobarde de esconder el compromiso personal y que los verdaderos periodistas, los más valientes, son aquellos que no dudan en defender sus propios puntos de vista.

No puedo estar más en desacuerdo. La verdad, desde luego, es escurridiza, y la objetividad se ve con frecuencia muy condicionada por nuestra propia incapacidad de distinguir la realidad de aquello que se nos presenta como tal. Nada podrá reprochársele a un periodista que no es capaz de encontrar la verdad ni a aquel que confunde involuntariamente un hecho porque sus circunstancias personales le impiden apreciarlo correctamente.

Lo que sí se le puede pedir a un periodista es un esfuerzo honesto por encontrar la verdad, apuntando su investigación en todas las direcciones, y mucho más se le debe exigir un ánimo de objetividad. Claro que todos tenemos una posición política previa, pero es preciso sobreponerse a ella cuando se ejerce el periodismo. También los jueces, los policías o los médicos tienen posiciones políticas personales, pero ninguno quisiéramos que las tuvieran en consideración cuando tienen que actuar con nosotros.

Este es un principio que hubiera sido innecesario recordar no hace muchos años y que, aún hoy, muy pocos periodistas admitirían quebrantar. No estoy a favor de leyes extraordinarias que regulen la actuación de los periodistas ni de tribunales profesionales que juzguen el comportamiento de sus colegas. Esta profesión se debe ejercer en conciencia y, en conciencia, cada cual responderá sobre su objetividad. 

Es más preocupante la militancia contra la objetividad, esta nueva corriente de periodistas que presumen de no ser objetivos, que lleva a gala comprometerse con los acontecimientos sobre los que les corresponde informar y censura la supuesta equidistancia de los otros. Objetividad no es equidistancia ni neutralidad. Ninguno de estos dos adjetivos se aplican al trabajo periodístico. Un periodista no es equidistante ni neutral entre un asesino y su víctima o entre un político corrupto y los ciudadanos.

Lo que la objetividad garantiza es que los datos que un periodista aporta en su información, incluso sobre un asesino o un político corrupto, son ciertos, equilibrados, contrastados y adecuadamente contextualizados, no extraídos y presentados conforme a su propio pensamiento, valores e intereses. Lo que queda cuando desaparece la objetividad en el periodismo no es el periodismo comprometido, sino la manipulación.

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