Rebelión, ¿para qué?
«En Podemos, como en el fascismo, la ausencia de argumentación y de todo objetivo que no sea el poder, se cubre con la designación de chivos expiatorios»
Asistimos a un interminable debate sobre las alianzas que pueden condicionar los resultados de las elecciones de mayo y las generales posteriores. Dada la posibilidad adicional de ir modulando las estimaciones al correr de las encuestas, estamos ante la amenaza de seguir encerrados con ese único juguete a lo largo de todo el año. La consecuencia no es otra que un predominio total de la acción de pronosticar sobre la de analizar, ignorando la importancia de los contenidos.
Nos lo recuerda el videoclip de propaganda y movilización que acaba de difundir el partido morado para anunciar el mitin de Zaragoza. De entrada, porque desde su inicio, y con el comentario posterior de Pablo Iglesias dirigido contra Ana Rosa Quintana, exhibe un culto trumpiano a la mentira. Así, los primeros destinatarios del mensaje en «Tú que no te callas» son en las imágenes quienes no ostentan cargos ni cobran por hacer política, justo lo contrario de lo que hace y goza el grupo dirigente de Podemos. Por su parte, en la réplica viperina a Quintana, Pablo Iglesias afirma de entrada que él nada tiene que ver con el vídeo. Le faltó decir que él ya no se dedica a la política. Mentira podrida en ambos casos y signo inequívoco de lo que cabe esperar de la oferta del partido que Iglesias dirige en la sombra.
Cubra o no sus objetivos, esté mejor o peor elaborado, el vídeo tiene un mérito: poner al descubierto qué es el Podemos actual y su estrecha vinculación con unos orígenes previos a la presentación del movimiento en 2014. La ideología fundacional permanece, cosa que nada tiene de extraño si tenemos en cuenta que las líneas maestras de hoy fueron trazadas por el mismo personaje que las dibujó antes de la espectacular entrada en escena de Podemos con las elecciones europeas. Pluralismo en el reclutamiento y en la militancia, unidad de raíz leninista en las decisiones, según el criterio de que todos crean participar y solo uno decida.
«Podemos es un grupo antisistema, que en función de ello define sus objetivos»
Podemos no fue la expresión del movimiento de protesta del 15-M. Este proporcionó una legitimación y una demanda social y política inicialmente no atendida, que fue captada a posteriori por una minoría activa, titulada Contrapoder. Contrapoder había hecho su aparición entre 2006 y 2008 en la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense y fue fruto de la convergencia entre la frustración política de jóvenes comunistas (y radicales), de un lado, y de otro la llegada de modelos alternativos: populismo chavista, más símbolos y violencia de la antiglobalización. Entonces ya bajo el liderazgo de Pablo Iglesias, con Monedero y Errejón a su lado.
La puntualización no es irrelevante, porque los rasgos que definen al Podemos de hoy están ya ahí. No era simplemente izquierdista o revolucionario, sino un grupo antisistema, que en función de ello define sus objetivos, y no admite ni críticas ni modificaciones para adecuarse a la realidad: lo sucedido con la ley del sólo sí es sí es el mejor ejemplo. Es éste en apariencia un punto débil, pero se ve encubierto y compensado en la práctica por el protagonismo que Podemos asignaba y asigna al uso eficaz de la comunicación social y de la imagen. Los escraches de Políticas, como los montajes falsamente plurales de Pablo Iglesias en La base y ahora en su ‘Red’, eran actos de propaganda, buscando ante todo maximizar el alcance de la recepción. En su curso es literalmente martilleada de cara al espectador su visión maniquea de la relación política. Se trata de aplastar al otro, que puede ser el adversario doctrinal, el enemigo de clase o simplemente quien ya no es su aliado.
Esta es una seña de identidad capital, que desde el principio llevó el proyecto de Pablo Iglesias a la cercanía de los movimientos totalitarios, asociado además al recurso a la violencia. De ahí la calificación de «fascismo rojo» que adjudiqué al movimiento ante sus primeras manifestaciones, antes de saber quién lo promovía. Como en el fascismo, la ausencia de sentido crítico, de argumentación y de todo objetivo concreto que no sea la conquista del poder, se cubre con la designación de chivos expiatorios, a ser posible personas o instituciones claramente identificables. En «Tú que no te callas» se suceden, designados por el dedo acusador pablista, los enemigos a eliminar en su existencia profesional y política -pensando más allá del presente, bien sabemos en España desde ángulos opuestos el linchamiento infame que supuso para los marcados en determinados momentos (recordemos al padre republicano de Sánchez Dragó en el 36)-. Los escraches respondían a idéntico criterio, y no es casual que fueran dirigidos contra políticos inequívocamente demócratas (el primero, Josep Piqué).
El tránsito hacia la irracionalidad en los modos contamina inevitablemente al sujeto social encargado de ponerlos en práctica y al sentido de su acción. Del mismo modo que en Contrapoder se trataba de organizar «la rabia», aquí y ahora hay que organizar su eufemismo, la rebeldía, no se sabe para qué y contra quién, ya que Podemos está en el Gobierno. Lo único claro es que esa rebeldía tiene al parecer el destino de encarnarse en un portador político que es Podemos. No se trata de proponer nada específico para España, sino simplemente de «no callar», de protestar, si es posible en forma de insultos contra personas o instituciones, aprovechando el vacío legal que en España los despenaliza en la práctica, como si fueran manifestaciones de la libertad de expresión.
«El vocero de Pablo Iglesias profana la memoria del ‘viejo republicano’ Manuel Azaña»
Ser rebelde sería además, según el vídeo, un componente del carácter nacional español desde tiempos remotos, para lo cual, respondiendo a la referencia de Yolanda Díaz a Pi y Margall, el vocero de Pablo Iglesias profana la memoria del «viejo republicano» Manuel Azaña. Nos encontramos metidos así en un laberinto que lleva de ningún sitio a ninguna parte, si exceptuamos la supervivencia de una formación política en caída libre y de su líder máximo (y oculto). Un objetivo que resulta encubierto por la pretensión de que Podemos es la desembocadura de ese arroyo azañista de rebeldía hispánica. Del mismo modo que en los días de Contrapoder, el grupúsculo de Políticas se adueñaba de la identidad colectiva y, aun siendo dos docenas, esos cuatro gatos eran los estudiantes. Podemos, al fundirse con su cascada de protestas de fabricación casera, es nada menos que la España rebelde. Esencialismo puro y duro, aunque luego haya que pedir los votos de independentistas catalanes y vascos, sus estrechos aliados.
En cuanto a los logros de su feminismo radical, son cuidadosamente olvidados, ya que el fiasco de las mil penas rebajadas por el sí es sí llama por una vez a callar. Otro tanto ocurre con los contenidos concretos que asumiría esa incursión en la rebeldía multiuso, salvo para sugerir la identificación entre el viejo pacifismo de «los militantes de toda la puñetera vida» y el alineamiento implícito pero resuelto de Podemos con Putin contra la OTAN (léase contra la Ucrania invadida) que nos dicta Ione Belarra. No en vano Podemos era elogiado en Russia Today.
En la práctica, nada de romanticismo: todo vale para ir hacia el poder y para quedarse en él una vez llegados, «con los pies en la pared». Toca entonces tapar en todo momento las propias contradicciones, y para eso resulta imprescindible poner en marcha la propia cloaca en el mundo de los medios. Sin pluralismo, claro, ya que el valor es propio de los convocados; los convocantes se atienen a una prudente cobardía para evitar que alguien ponga el acento en el enlace entre el sentido conservador de «la casta» y la voluntad de destrucción antisistémica. El vacío en la izquierda existe, pero para cubrirlo Podemos no es la solución, sino el obstáculo.