Mi casita de papel
«La nueva ley de la vivienda podría llamarse ‘Las 50.000 sombras de la Sareb’, con tanto entoldamiento para que no se vea la realidad en este tiempo electoral»
A buen seguro usted recuerda cuando Jorge Sepúlveda, en su cantinela, aseguraba que el nido que tenía encima de las montañas estaba tan cerca del cielo que parecía que había sido construido en él. Corrían los años 50. Hoy, 70 años más tarde, todas las casas están como la que poseía la voz de la nostalgia: por las nubes.
Viviendas que se levantaron en barrios donde ahora todo el mundo quiere vivir cueste lo que cueste. Por eso, en esas zonas que han llamado tensionadas, ya no hay pisos de alquiler. Y no hay, porque el movimiento okupa ha acribillado la confianza de los propietarios, y la codicia, lo demás. Pisos que se alquilan por días sólo a turistas porque es mejor negocio y más sencillo el desalojo. Si lo analiza con perspicacia, estará de acuerdo conmigo en que es muy difícil encontrar en la historia humana una época más idiota que la que estamos viviendo a cuenta del techo. Tenemos acceso fácil a la tecnología más puntera pero no a un hogar. Luchamos por el planeta con ingentes cantidades de dinero que, al tiempo, quemamos en gasolina contaminando el medioambiente, porque el precio de la vivienda nos ha expulsado al extrarradio. Es de tontos pa siempre.
Además, hemos tenido que alejarnos de nuestros barrios para que se instalen los que tienen sus trabajos y sus vidas a cientos de kilómetros de distancia. No son los culpables, ni mucho menos. No hay más responsable que la inacción política que ha reinado en este país desde que se pusiera un ladrillo sobre otro y un cartel de se vende. Pero sinceramente, una buena dosis de culpa también la tiene el lucrativo negocio del alquiler de pisos turísticos en esas zonas tensionadas donde hace ya tiempo que el sonido por los adoquines de las trolley suplantó el de los carritos de la compra.
«El sector turístico fagocita a los habitantes de la ciudad que visita»
Del tercer trimestre de 2021 al cuarto de 2022, en las 20 principales ciudades españolas, esta forma de hospedarse creció un 34,5%; con eso se lo digo todo. Y no todo es legal. Pero nadie quiere meterle mano, no sea que la gallina de los huevos de oro cierre la cloaca. Quizás debería rebajarse la pleitesía al turista limitando y persiguiendo los pisos turísticos ilegales y denunciando a las plataformas que los publicitan para ayudar a los lugareños. Portugal ha prohibido la concesión de nuevas licencias para alquileres vacacionales y en Nueva York, ese laboratorio social de lo que siempre nos acabará pasando dentro de unos años, quieren exigir a los anfitriones que demuestren que viven ahí si quieren alquilarla por días a los turistas. El sector turístico fagocita a los habitantes de la ciudad que visita; así de ilógica y ruin es la cosa.
Pero ese no es su problema, aunque lo sea. Su problema es que el Ministerio de Transportes, el mismo que fabricó trenes que no cabían por los túneles, y su Gobierno del sólo sí es sí, dicen que van a solucionar el contratiempo con esta nueva ley de la vivienda que bien podría llamarse Las 50.000 sombras de la Sareb, con tanto entoldamiento para que no se vea la realidad en este tiempo electoral. Porque la realidad es que con suerte apenas hay 2.000 viviendas en condiciones para entrar a vivir y en lugares alejados; que las 43.000 de alquiler social son insuficientes; que somos pobres para comprar una vivienda y paupérrimos para pagar un alquiler; que ese afán por complicarnos en estos años la existencia nos está arruinado el presente y el futuro . Que como todo el mundo sospecha cuanto más se limite la renta de los inmuebles más se animarán los propietarios a destinarlos al turismo y entonces no habrá ninguno. Y que hemos pasado de homo-hipotecus a Nean-rentales, viviendo en una casita de papel de propaganda política.