THE OBJECTIVE
Manuel Pimentel

Nosotros y los fósiles del Transvaal

«Mientras no alumbremos los extensos periodos todavía oscuros de nuestro caminar evolutivo no lograremos estar completos como especie»

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Nosotros y los fósiles del Transvaal

Erich Gordon

Volamos a Sudáfrica en busca de la Cuna de la Humanidad. O, mejor dicho, de la otra Cuna de la Humanidad, pues la Unesco también otorgó dicho reconocimiento a los yacimientos de Olduvay, en Tanzania. Los espectaculares descubrimientos de Homo habilis por los Leakey a finales de los 50 y principios de los 60 bien justifican el compartido galardón. Tuvimos la fortuna de conocer el yacimiento tanzano, en pleno Parque Nacional del Serengueti, junto al extinto volcán Ngorongoro, el de mayor densidad de vida salvaje del planeta, en 2018, para visitar las excavaciones dirigidas por los paleoantropólogos españoles Manuel Domínguez-Rodrigo y Enrique Baquedano, en primera línea internacional, todo un privilegio para la ciencia española.

Ambos científicos nos habían retado a acompañarlos, en esta ocasión, a la visita que realizarían a Sudáfrica para conocer sus principales yacimientos paleoantropológicos. No lo dudamos. El equipo de Arqueomanía –Manuel Navarro, Carmen Martínez Morenilla, Kurro Silva y quien firma estas líneas- ajustamos agenda y nos embarcamos en su vuelo hacia Johannesburgo vía El Cairo. Con la excitación propia de los prolegómenos de todo gran viaje, compartimos expectativas e impresiones en las esperas de los aeropuertos. Éramos conscientes de que íbamos a conocer los míticos yacimientos que pusieron a los australopitecos en el mapa del conocimiento humano y que alumbraron el camino que nos condujera hasta lo que hoy somos como especie.

Aproveché el vuelo para finalizar el estupendo libro Magníficos rebeldes (Taurus) de Andrea Wulf, de la que ya leyera años atrás su fascinante La invención de la naturaleza: El Nuevo Mundo de Alexander von Humboldt, una excelente biografía del científico alemán. La autora, en esta nueva obra, subtitulada Los primeros románticos y la invención del yo, aborda la increíble conjunción de genios que compartieron vida en la pequeña ciudad universitaria de Jena en la última década del XVIII y que revolucionaron el pensamiento de las Luces al poner el yo en el centro de sus obras, complementando la omnímoda razón con la fuerza emergente de los sentimientos y la emoción. El romanticismo nacía en la ciudad alemana, con una potencia que arrasaría Europa por entero. El círculo de Jena estuvo compuesto, nada más ni nada menos, que por los famosos poetas Goethe, Schiller y Novalis, por los filósofos Fichte, Schelling y Hegel, por los provocadores hermanos Schlegel y la musa del grupo Caroline Schlegel, con las apariciones puntuales de Alexander von Humboldt. Una conjunción astral de talento que transformaría para siempre la poesía, política y filosofía occidental. Además, anticiparon la idea hoy dominante de la íntima interrelación de toda la naturaleza, que conforma, de alguna manera, un todo que no puede ser comprendido sólo por sus partes. 

«Para conocer el incierto futuro, quizás lo mejor sea comenzar descubriendo nuestro propio pasado»

Pocas lecturas más adecuadas que esta reflexión sobre el yo romántico en estos momentos en los que nuestra propia identidad se diluye en el marasmo digital y en los que una Inteligencia Artificial emergente nos asombra e intimida. Y, aunque nos neguemos a reconocerlo, intuimos que pronto nos superará, con todo lo que ello significa para nuestro porvenir como especie. Y para conocer este incierto futuro, quizás lo mejor sea comenzar descubriendo nuestro propio pasado, escrito en fósiles en las cavernas sudafricanas que nos disponíamos a visitar.

Aterrizamos, tras atravesar los cielos de África de norte a sur, en el O.R. Tambo Internacional Airport, el limpio y funcional aeropuerto de Johannesburgo, dispuestos a conocer sus santuarios paleoantropológicos, cuna de nuestros antecesores en la larga cadena evolutiva y testigos de la aparición de nuestra luminosa y diferencial inteligencia. El azar hizo que, apenas sellado el pasaporte, advirtiéramos un gran cartel publicitario de una empresa tecnológica sobre las paredes de un gran hall que proclamaba que Inteligence that is lived is not learnt. Pues eso, que la inteligencia vivida no se aprende, como bien pudiera enunciar un paleoantropólogo para justificar la inesperada aparición de los primeros Homo, dotados de una inteligencia muy superior a la de todas las especies que le precedieron. Sugerente coincidencia que centraba el objetivo de nuestro viaje y que tomamos como un buen augurio de unas jornadas que finalmente resultarían realmente fructíferas. 

Una furgoneta nos aguardaba. Tras cargar nuestro equipaje nos dirigimos hacia Pretoria. Sobre una colina advertimos los rascacielos de Johannesburgo, la mayor ciudad del país con sus casi seis millones de habitantes.

Tras apenas 40 minutos de viaje nos adentramos en el territorio nominado como Cuna de la Humanidad, una zona kárstica, principalmente de dolomitas, de unos 500 kilómetros cuadrados, que se sitúa a unos 50 kilómetros al noroeste de Johannesburgo. En su infinidad de cuevas y dolinas quedaron depositados restos de animales y homínidos, que fosilizaron en sedimentos y brechas calizas. Probablemente el mejor registro fósil de la vida animal y humana desde hace algo más de tres millones de años hasta la actualidad. Aquí se han descubierto muchos de los mejores y más completos fósiles de homínidos, desde diversos tipos de australopithecus, paranthropus hasta diversos Homo, como el Homo ergaster, en la mayor concentración de restos del planeta.

«Johannesburgo fue fundada en 1886, tras el descubrimiento de grandes reservas de oro en Witwatersrand»

Pero, mientras nuestra furgoneta recorre, por buenas autovías, un paisaje de colinas suaves y verdes, bien merece la pena conocer la historia del lugar. Johannesburgo fue fundada en 1886, tras el descubrimiento de grandes reservas de oro en Witwatersrand, la cercana sierra del Agua. La ciudad creció tan vertiginosamente que tan sólo una década después alcanzaría una población de 100.000 habitantes. El consumo de cal para construir infraestructuras, edificios públicos y viviendas, así como para ser usada para el proceso de tratamiento del oro, se disparó, así como su precio. Multitud de cuadrillas de mineros se dispersaron por el entorno kárstico en busca de la calcita subterránea que, una vez tratada en las caleras –grandes hornos semienterrados–, se transformaría en la preciada cal que era transportada, a lomos de mulas y carros, entre la indiferencia de leones, jirafas y rinocerontes, hasta la cercana capital emergente.

Existen, como ya dijimos, infinidad de cavernas. Los mineros las excavaban en busca de sus espeleotemas de calcita precipitada, usando con frecuencia detonaciones de dinamita. Sin ser conscientes de ello, afloraron algunos de los más ricos yacimientos de fósiles humanos del planeta, una concentración inédita de restos de los antiquísimos homínidos que nos asombrarían décadas después.

Tras la fiebre de la cal, las canteras quedaron olvidadas, cubiertas de hierba y melancolía. No sería hasta 1924 cuando volvieron a adquirir un inesperado protagonismo. Un extraño y pequeño cráneo fosilizado fue extraído de una antigua cantera de cal de Taung y mostrado al profesor de la universidad de Witwatersrand Raymond Dart, que, de inmediato, fue consciente de la enorme repercusión del hallazgo. Identificado como un ejemplar infantil de unos tres años de edad, pasó a nominar una nueva especie, Australopithecus africanus, fechada en unos increíbles 2,5 millones de años de antigüedad en aquel entonces, aunque ahora se considera más antigua. Se publicó en 1925 en la revista Nature, y levantó dudas y vivas polémicas en aquellos tiempos en los que se pensaba que la humanidad procedía de Asia, gracias a los restos del conocido Pitecántropo descubierto por Dubois en 1891 en Java oriental. Otros, sin embargo, creían, con mirada eurocéntrica, que el hombre de Piltdown, hallado en 1908 en una cantera británica, era, en verdad, el eslabón perdido entre el mono y el hombre. En 1953 se descubrió el fraude, por lo que esta hipótesis quedó totalmente descartada. Pero pongámonos en su tiempo, en el que, tanto por la tesis asiática como por la europea, vigentes en el momento del descubrimiento del niño de Taung, el origen africano de la humanidad no se tomó demasiado en cuenta.

Hagamos, de nuevo, un poco de historia. En la década de 1890 los mineros comenzaron los trabajos de extracción de caliza, para producir la valiosa cal. Aunque hubieron de encontrar infinidad de fósiles – algunos a buen seguro humanos – no nos llegó noticia alguna de ellos. Pero, como la historia de la paleoantropología es también la historia de los paleoantropólogos que la hicieron posible, merece la pena que nos detengamos brevemente en la figura del médico y paleoantropólogo Robert Broom, que irrumpiría con fuerza en la ciencia sudafricana al apoyar públicamente las tesis de Raymond Dart –recordemos, la del niño de Taung-, lo cual éste agradeció con sinceridad. Cuenta la leyenda que Dart tenía sobre su mesa el cráneo. Cuando Broom entró por vez primera en su despacho, se arrodilló delante del fósil. «¿Pero qué haces?», le preguntó Dart. «Rindo respetos a mi antepasado», le contestó Broom, para asombro y halago del primero. 

Broom llegó a ser director del museo de Pretoria. Interesado por los fósiles de las antiguas canteras, envió a su alumno John Robinson a recorrer las explotaciones mineras de la zona, la mayoría ya abandonadas, en busca de posibles yacimientos de fósiles. Así, Robinson llegó por vez primera a la cueva de Sterkfontaine, donde advirtió su enorme potencial.

«Pronto lograron encontrar un ejemplar de Australopithecus, de más de 2,5 millones de años»

Animado por las noticias de Robinson, Broom se trasladó hasta las canteras de Sterkfountain. Cuentan que cuando las vio, quedó asombrado por su riqueza fosilífera. Al parecer enseñó una foto del cráneo del niño de Taung al dueño, preguntándole si había visto algo parecido. El señor sonrió y le respondió: «Espera que os voy a dar una sorpresa». Les mostró entonces un trozo de cráneo fosilizado que guardaba en una caseta. Broom quedó definitivamente convencido de la riqueza del yacimiento y junto a Robinson y otros estudiantes comenzaron a excavarlo en 1936. Pronto lograron encontrar un ejemplar de Australopithecus, de más de 2,5 millones de años, lo que confirmaría la tesis del Niño de Taung. 

Tras el parón de la Segunda Guerra Mundial, retomaron los trabajos. En 1947 apareció un espectacular cráneo de Australopithecus africanus, prácticamente completo, de más de tres millones de años de antigüedad, que bautizaron como Mrs Ples, la señora Ples, y que se convertiría en todo un icono internacional. El yacimiento de Sterkfountain se reveló a partir de entonces como trascendente. El mito de Piltdown cayó y África se convertiría en la cuna de la humanidad.

A día de hoy han aparecido miles de restos en Sterkfontein, que suponen más de un centenar de individuos australopitecos, un número descomunal dada su extraordinaria antigüedad. También se han encontrado dientes de Parántropos y miles de piezas de industrias líticas olduvayenses y achelenses. Pocos yacimientos han contribuido más al conocimiento de nuestro azaroso caminar evolutivo que esta famosa caverna del Transvaal.

Tuvimos, para la ocasión, unos guías de excepción, el paleoantropólogo Matthew V. Caruana y su mujer, la también paleoantropóloga Stephanie Baker, directora de la excavación de Drimoli que visitaríamos por la tarde, acompañados por su hija, una despierta niña de siete años que aguantó estoicamente la intensa jornada. No podemos por menos que quedarles muy agradecidos por su atención, pues nos dedicaron el sábado por completo y nos regalaron su conocimiento y sabiduría.

«Hasta el presente, se han descubierto restos de cuatro individuos de ‘Homo erectus’»

Desde Sterkfontein nos trasladamos hasta el yacimiento de Swartkrans, ubicado en una colina vecina, también usado como antigua cantera de caliza. Tras una caminata, llegamos a la cueva, inicialmente explotada por los mineros del XIX. Una collera de búhos arrancó a volar, sobresaltados por nuestra presencia, lo que evidencia las pocas visitas que recibe y el abandono del lugar. Broom y Robinson comenzaron a excavarla en 1943. Bob Brain se incorporaría al equipo, aunque, por desavenencias, lo abandonó para asentarse durante un tiempo en Namibia. En 1965 Robinson se marchó como profesor universitario a EEUU y Bob Brain regresó, formulando la tesis de las acumulaciones por causas naturales en las cavernas. Hasta el presente, se han descubierto restos de cuatro individuos de Homo erectus y, al menos, de 45 parántropos de entre 1,8 y 2,25 millones de años, así como más de 2.000 piezas de industria lítica olduvayense de talla bipolar, la que significa una talla rápida, para uso inmediato. En este yacimiento, como en todos los de Sudáfrica, el Homo habilis es inexistente.

Tras la caminata de regreso, nos dirigimos en nuestros vehículos hasta el Bothongo Rino and Lion Park, una reserva natural de 1.600 hectáreas, en el que se enclava el yacimiento de Drimoli, al que llegamos tras una travesía por caminos de tierra a bordo de un todoterreno, lo que nos permitió admirar la rica fauna africana del lugar: antílopes diversos, gacelas, ñus y, sobre todo, algunos espectaculares ejemplares de rinoceronte blanco. 

El yacimiento fue descubierto por Keiser en 1992, tras localizar la calera. Inmediatamente buscó entre los bloques de desecho y no tardó en encontrar abundancia de fósiles. En 1994 descubrió el cráneo más completo de Paranthropus, el conocido como DNH7, correspondiente a una hembra. Posteriormente se encontraría muy cerca el cráneo de un macho, por lo que los investigadores, coloquialmente, los conocen como Orfeo y Eurídice. Se han localizado hasta la fecha unos 350 restos, que corresponden con un mínimo de 12 individuos de parántropo.

En el yacimiento también se han excavado los restos más antiguos conocidos hasta la fecha de Homo erectus. Sin embargo, apenas ha aparecido industria lítica. Pero las sorpresas, a buen seguro, continuarán. Tanto Baquedano como Domínguez-Rodrigo nos confirman el enorme potencial del yacimiento.

«Acaba de descubrirse un yacimiento que ha permitido recuperar dos esqueletos de una nueva especie, el ‘Australopithecus sediba’»

Al día siguiente conoceríamos Malapa. El paleoantropólogo Lee Berger localizó la antigua cantera de Malapa por Google Earth. Al llegar, comprobó que, por razones desconocidas, los mineros, tras dinamitar una pequeña fosa, la abandonaron sin llegar a explotarla. Berger llegó hasta ella para prospectarla superficialmente, en busca de fósiles. Tras un buen rato, al no encontrar nada, decidió abandonarla. Fue en ese momento, cuando su hijo Mattheu, de nueve años, que le acompañaba, le gritó que un hueso sobresalía de la piedra que sostenía entre sus manos. Para su sorpresa, Berger descubrió un hueso que parecía una clavícula humana. Redobló entonces su busca y localizó, incrustada en un bloque de caliza, un trozo de mandíbula con un diente de homínido. Acaba de descubrirse un extraordinario yacimiento que, a pesar de lo reducido de sus dimensiones ya ha permitido recuperar dos esqueletos casi completos de una nueva especie, el Australopithecus sediba, el australopiteco más moderno y, según Berger, antecesor directo del Homo ergaster. Al parecer, tienen localizados y pendientes de excavar los restos de tres individuos más, un número prodigioso para las dimensiones del lugar. 

En la zona donde se enclava, en las cercanías de un arroyo, los leopardos abundan. El guía, al llegar, nos advirtió que habían observado merodeando por las cercanías a un chacal rabioso, aconsejándonos que nos refugiáramos en el coche en el caso que apareciera.

Visitamos a continuación el vecino yacimiento de Gladysvale, una enorme caverna vaciada por los mineros y en cuyas galerías profundas excavan ahora los paleoantropólogos que, además de abundantísima fauna, han encontrado dos dientes de parántropos. Los bloques de brecha, depositados en el exterior, se muestran repletos de fósiles, todavía pendientes de estudio. Mientras los observábamos, calibrando el ingente trabajo todavía por realizar, los gritos de unos papiones cercanos, ocultos por la maleza, parecían retarnos desde su parentesco inquietante de primate.

Y finalizaremos nuestra crónica por el principio, tal y como nos lo permite el privilegio de narrador. Dado que a estas alturas ya conocemos los yacimientos y a los personajes que lo descubrieron, podremos comprender mejor los debates y conclusiones de las dos visitas que realizamos la misma jornada que aterrizamos en Johannesburgo procedentes de El Cairo.

«Sorprende la enorme cantidad de homínidos encontrados, ninguno con señal de haber sido arrastrados por carnívoros»

Comenzamos entonces con la visita a un yacimiento excepcional, Raising Star Cave. Aunque fue descubierta y citada en 1913 y visitada por espeleólogos entre 1960 y 1980, no sería hasta 2013 cuando comenzaron los descubrimientos de restos humanos. Un grupo de espeleólogos halló una profunda cámara, de acceso complicado, con el suelo lleno de huesos. Tan nuevos parecían, que pensaron que se tratarían de los de un espeleólogo desaparecido años atrás. El paleoantropólogo Lee Berger, que ya conocemos como descubridor de Malapa, organizó la excavación seleccionando a seis científicas mujeres, que han recuperado más de mil restos correspondientes a, por lo menos, una docena de individuos. En otra cámara se descubrieron también miles de restos, asignados a unos 15 individuos, en ambos casos correspondientes a una especie de Australopithecus no conocida hasta la fecha. Todavía no ha aparecido ninguna pieza lítica. Sorprende la enorme cantidad de homínidos encontrados, ninguno con señal de haber sido arrastrados por carnívoros ni por corriente de agua, lo que hizo que Berger postulara que fueron depositados antrópicamente tras su muerte. 

En 2016, Berger publica la nueva especie en eLife bautizándola como Homo naledi, con una datación propuesta inicialmente de unos dos millones de años de antigüedad, dado su aspecto general similar a los primeros Homo. Algunos años más tarde, se revisó la datación por series de uranio-torio, realizadas por Arnold Lee, con un sorprendente resultado. El espeleotema que cubría los restos se dató en fecha mucho más reciente, lo que hizo determinar que la antigüedad de los Homo naledi era de unos 335.000 y 236.000 años. El debate estaba servido. ¿Cómo podía haber llegado un homo de un aspecto tan arcaico hasta fechas tan recientes? ¿Cómo podían tener comportamientos rituales? A día de hoy es uno de los grandes debates tanto antropológico como filogenético que seguiremos atentamente. 

Para nosotros supuso una honda emoción entrar en la cueva, atravesando sus estrecheces, sabedores que nos encontrábamos en un importantísimo yacimiento todavía muy poco visitado. Todo un privilegio que valoramos en lo mucho que supone para los científicos y los amantes de la paleoantropología.

Y, mientras comentábamos lo visto, nos dispusimos a conocer un museo singular. Y para ello, nos dirigimos hacia Pretoria.

El Museo de Historia Natural de Pretoria – sede del gobierno del país – ocupa un gran y armonioso edificio monumental, de aspecto clásico, con un extenso frontal columnado. Posee una extensa colección de animales naturalizados, aunque sus verdaderas joyas se albergan en una sala acorazada. Sala Broom, leemos en su entrada, en honor al ya conocido paleoantropólogo que descubriera el primer cráneo de parántropo. Entrar en aquel santuario de la paleoantropología internacional, abrigado por estanterías de madera repleta de valiosísimos fósiles, nos produjo una honda emoción, en especial cuando sostuvimos sobre nuestras manos algunos de los más famosos del planeta, como la célebre Mrs. Ples, la señora Ples, el primer cráneo, en este caso femenino, de un australopiteco. Los parántropos, australopitecos, Homo ergaster y otros muchos más, que se custodian en la sala Broom, dieron fe de la extraordinaria riqueza de los yacimientos sudafricanos que nos disponíamos a conocer.

«Los australopitecos no eran esos seres agresivos y terroríficos que se pensaba, sino que eran presas de los grandes carnívoros»

El responsable del museo extrajo de una caja una pieza muy especial que Manuel Domínguez-Rodrigo y Enrique Baquedano tenían especial interés en estudiar. Se trataba de un fósil famoso porque sirvió de base a Bob Brain para postular que los australopitecos no eran esos seres agresivos, carnívoros y terroríficos que se pensaba por aquel entonces, sino que, en verdad, eran presas de los grandes carnívoros.  De cazador a cazado. ¿Y en qué se fundamentó para proponer esa tesis tan rompedora? Pues precisamente en el trozo de cráneo de australopiteco o de parántropo que nos acababan de sacar y que había aparecido años atrás en la cueva de Swartkrans con dos claras mordeduras de los colmillos de un gran carnívoro. Como quiera que apareciera también el fósil de una mandíbula de leopardo cuyos colmillos encajaban en las mordeduras, se postuló que el individuo fue cazado y conducido hasta la cueva para ser devorado por el gran felino. Lo dicho, de cazador a cazado.

Tras el detallado análisis de la pieza, Domínguez-Rodrigo y Baquedano llegaron a unas curiosas conclusiones que animarán, una vez confirmadas y publicadas, el ya de por si agitado debate paleoantropológico. Por eso, preferimos no adelantar acontecimientos y mantener el suspense por ahora hasta que, a buen seguro, podamos leerlas en una revista científica de impacto. 

Comenzaba el viaje con la lectura de los genios concentrados en Jena que postularon el yo romántico. La finalizo con mi reconocimiento a todos los paleoantropólogos, presentes y pasados, que con su esforzado quehacer colaboran a completar nuestro nos colectivo. Mientras no alumbremos los extensos periodos todavía oscuros de nuestro caminar evolutivo no lograremos estar completos como especie. Disipar la amnesia de nuestro pasado es alumbrar las brumas de nuestro futuro, ya digital por siempre.

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