THE OBJECTIVE
Rebeca Argudo

Meteoritos y estrellas

«Para Irene Montero (tan feminista, empática y concienciada) cayó un meteorito en el Congreso al enmendarse su error. El resto vimos una estrella fugaz»

Opinión
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Meteoritos y estrellas

Erich Gordon

El peor día de la vida del hijo de mi amiga A. fue una vez que estábamos en una barbacoa y lo anunció solemnemente. Este es el peor día de mi vida, dijo el mico. Para el resto de asistentes estaba siendo un buen día: divertido, alegre, brillaba el sol, la compañía era grata. Para aquel crío de ocho años los chuletones, el buen tiempo, las risas y la naturaleza eran lo peor del mundo. Él quería jugar con otros minicafres como él en un cuadrado gris de hormigón al que llaman plaza los de su edad y rasparse las rodillas y destrozar pantalones.

Para mi sobrina de nueve el día más triste de su vida fue uno que no encontramos la muñeca que quería. Encontramos doscientas mil, quizá alguna menos (no me gustaría exagerar), pero no esa. Esa en concreto llevaba un mechón azul en su exuberante melena rubia y sus zapatitos eran turquesa, no como la que yo tenía en la mano que tenía la mecha fucsia y los zapatitos de purpurina. Mi amiga J. llora si le dices «Zaragoza», yo lo hago si hay pescado para comer. Todos tenemos derecho a que el día más triste de nuestra vida lo sea por una razón, la que sea, que el resto podría no comprender ni nosotros explicar.

Pero convendremos en que hay días tristes y días tristes. Está el día en que uno pierde a un ser querido o el trabajo a una edad complicada. Está el día en que te deja por otra un novio del que estás enamoradísima, o tu hijo enferma, o tu mejor amigo se muda a la otra punta de la bolita del mundo. El día que debes decidir si envías a tu madre a una residencia, el día que ocurre una catástrofe inesperada, el día que estalla una guerra, o una hambruna, o un señor con bata te dice «es maligno».

«Tenemos que aceptar que nuestro día más triste sea para otros uno feliz»

Y luego están los días tristes pero poco. Los días que lloras con una peli, o con un libro. Los que se te rompe el tacón cuando estás a punto de llegar a una cita, cuando descubres que has estado hablando con un moco en la nariz y nadie te ha dicho nada (porque nunca nadie sabe si debe decirte algo en esa situación a no ser que sea tu mejor amiga). El día que se muere el ordenador y no has hecho copia de seguridad, el que cierran tu bar preferido, el que no hay billetes de avión para ese día en concreto, el que no está de tu talla el vestido que te gusta, el que olvidaste depilarte.

En uno de mis cómics favoritos hay una escena que me encanta. Después de reencontrarse con el amor de su vida, el protagonista y ella están sentados uno junto al otro, ignorando que un meteorito está a punto de colisionar exactamente sobre sus cabezas. Desde otro punto, un niño entusiasmado ve una estrella fugaz y pide un deseo. No solo tenemos derecho a que nuestro día más triste de entre todos lo sea por cualquier motivo, también tenemos que aceptar que ese día sea para otros uno feliz.

La perspectiva, que es muy puta: lo que para unos es meteorito para otros es estrella fugaz. También para Irene Montero. Para ella, el día más triste, el más difícil, ha sido cuando un país democrático ha puesto en marcha las herramientas legales previstas para enmendar un error, el suyo, para rectificar una ley defectuosa y desacertada, la suya. Una por la que no ha asumido ninguna responsabilidad y por la que tampoco se le ha exigido. Por cuyos efectos indeseados ha culpado a jueces y a abogados, por los que no ha pedido disculpas ni siquiera a las víctimas, enrocada, soberbia mediante, en que ella es lo mejor que nos ha pasado a las mujeres desde aquel micromachismo primigenio de la costilla. Para Irene (tan feminista, tan empática, tan concienciada) ayer cayó un meteorito en el Congreso. El resto vimos una estrella fugaz.

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