THE OBJECTIVE
David Mejía

El acuerdo Sánchez-Montero

«Uno sospecha que entre Sánchez y Montero hay un pacto: él no la cesará por grave que sea el fiasco, ni ella dimitirá por embarazoso que sea el desplante»

Opinión
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El acuerdo Sánchez-Montero

Irene Montero.

Los fiascos en España siempre terminan igual: con el responsable en su puesto. No dimitió Marlaska hace un año, tras tragedia de la valla de Melilla, ni hace un mes, cuando el Tribunal Supremo anuló el cese del Coronel Pérez de los Cobos. No dimitió Fernando Simón cuando la realidad desmintió su pronóstico sobre la transmisibilidad del coronavirus, ni dimitieron la mayoría de consejeros de Sanidad que no supieron gestionarla. Estas no-dimisiones tampoco suelen traducirse en ceses; hubo un tiempo en que un cese justificado era una muestra de responsabilidad, pero para nuestros políticos es una señal de debilidad. Si alguien merece ser reafirmado en su cargo es quien ha errado estrepitosamente, ¡todo antes de reconocer un error!

La particularidad del caso de la ley del sólo sí es sí es que el Gobierno, en su mayoría, sí ha reconocido el error. No sólo eso, ha promovido una reforma que enmienda claves de la ley anterior y Pedro Sánchez incluso ha verbalizado algo parecido a una disculpa. Sin embargo, la ministra de Igualdad, principal promotora de la ley, sigue en su cargo, y no porque no haya hecho esfuerzos para ser cesada. Como saben, su ministerio engendró una ley defectuosa e ignoró las advertencias de los expertos antes de su entrada en vigor. Este pecado lo comparte con sus colegas del Ejecutivo y con un buen puñado de diputados, pero la peculiaridad de Montero es que sigue negando la defectuosidad de ley ex post, es decir, cuando la realidad la ha hecho patente. Pues ni la ley, ni sus efectos, ni los insultos a los jueces que no tienen más remedio que aplicarla han constituido un motivo de cese.

«Enrocada en su posición, la ministra Montero se ha aclimatado a un temporal que no tiene visos de escampar»

Claro que también podría haber dimitido. Observar cómo el efecto inmediato de un proyecto legislativo, ideado como escudo contra la violencia sexual, ha sido la excarcelación de decenas de agresores sexuales y cientos de rebajas de penas, no debe ser fácil. Y sin embargo, la vergüenza no asoma. Enrocada en su posición, la ministra Montero se ha aclimatado a un temporal que no tiene visos de escampar. 

El retiro que no ha provocado la vergüenza pudo haberlo provocado el orgullo: si su ley era fallida, debería dimitir. Y si no lo es, debería dimitir en protesta por una reforma innecesaria que humilla su labor. No es el primer desaire que sufre. Pero no parece importarle. Al contrario, uno sospecha que entre Sánchez y Montero hay un pacto: él no la cesará por grave que sea el fiasco, ni ella dimitirá por embarazoso que sea el desplante. 

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