Valor y sentidos de la intimidad
«Hace dos años que Brines murió. Mi testimonio devuelve a Brines su ser hombre, contra nuestra manía por la impoluta y falsa estatua marmórea»
Se dice que en España hay pocas memorias (no cunde la «literatura del yo») por otro excesivo influjo católico: la confesión y el confesor. Se cuenta la intimidad en el confesionario y no ante los demás. Algo de esto es o fue cierto, pero el catolicismo está muy tocado y hoy el miedo o cierto rechazo a mostrar lo íntimo, aunque por supuesto se ha avanzado, viene más bien de un cierto sentido -muy nuestro también- del «honor». El muerto ilustre no es un ser vivo sino -preferimos mal- una impoluta estatua de mármol. Hace ya bastante (1972) José María Pemán publicó un libro de recuerdos titulado Mis almuerzos con gente importante. Pemán fue sin duda un escritor menor al que las circunstancias políticas auparon mucho, llegando a ser muy conocido. Bajo el actual Gobierno, lado Podemos, se han retirado placas y monumentos suyos en su Cádiz natal. La «damnatio memoriae», ese borrar la memoria de alguien, es una práctica execrable salvo en muy nefastos casos. Pemán puede no merecer una avenida gaditana, pero la placa ya puesta en su estrecha calle natal, es vil arrancarla. Y queda claro que la política de Pemán no fue ni es la mía, y que el escritor no me parece gran cosa. Años después del libro referido, Manuel Vázquez Montalbán, en contrario espejo, editó Mis almuerzos con gente inquietante (1984). Ambos son recuerdos de índole distinta, pero sí muestran bien que en nuestra literatura (contra lo que se cree) abundan las memorias que hablan de otros, benditos o heterodoxos, pero poco de la intimidad del que escribe. Y ello se aplica a las biografías, asimismo.
«Muchos no comprendieron que era o es amor contar la decadencia de quien amas. Pero Beauvoir sólo lo hizo tras la muerte de Sartre»
Se acaba de reeditar El peso de la paja, las abundantes memorias de Terenci Moix, donde es mucha esa intimidad como la hay en las mías, en tres tomos. ¿Quién gestiona la intimidad, lo que debe o no debe contarse? Mientras vive, el propio individuo. Y unas memorias íntimas son gestión del autor e incluso de su respeto por otros. El gran poeta Francisco Brines -persona en exceso pudorosa- se alarmó en amistad cuando publiqué el segundo tomo de mis memorias, Dorados días de sol y noche (2017) donde sale. Le dije que ninguna intimidad suya se contaba, porque yo respetaba su pudor. Pero ese respeto a la intimidad del otro -si se trata de una figura pública- acaba cuando el personaje ha fallecido. Porque (como le dije a él) ya no serás mi amigo Paco, sino el poeta Francisco Brines y mucho de la intimidad que yo viví con él ayuda a explicar hombre y obra. ¿Conocer la intimidad caudalosa y celada un tiempo de Marcel Proust no ha ayudado a entrar y entender mejor su obra? Sin duda. Desde el trabajo cimero de George D. Painter al más moderno de Jean-Yves Tadié. Aunque Céleste Albaret, la querida criada de Proust, no diese crédito a cosas que ella no pudo saber. Como la hermana pequeña de Lorca, Isabel, nada podía conocer, viviendo su ya célebre hermano, de su intimidad sexual, por ejemplo, por lo que su testimonio al respecto (pese a la cercanía familiar) no valía. En España -creo- no hay un libro como La Cérémonie des adieux -se tradujo La ceremonia del adiós– publicado en 1981 por Simone de Beauvoir, sobre el final deterioro, la íntima destrucción por vejez y enfermedad de su amado Jean Paul Sartre, con quien quiso ser enterrada. Muchos no comprendieron que era o es amor contar la decadencia de quien amas. Pero Beauvoir sólo lo hizo tras la muerte de Sartre.
Cuando yo (cuatro años tras la muerte del Premio Nobel, en 1988) escribí que Vicente Aleixandre fue homosexual, algo que él ocultó en vida, acaso con menos éxito de lo que creyó, pero nadie declaró nada, algunos me llamaron «traidor a su amistad», pero yo estaba cierto de no serlo, y hoy la homosexualidad de Aleixandre se ve tan normal como la de Lorca, que, pese a lo evidente, costó que tuviera el cauce de su propia íntima bondad. Su hermana Isabel la negó mientras pudo. He publicado hace apenas un mes, en Renacimiento, Brines, la vida secreta de los versos, donde como historia de una amistad, narro (trenzada con su poesía) la vida homosexual de Brines, que viví tantísimas noches a su lado. Hace dos años que Brines murió. Mi testimonio (que algunas personas pueden aún validar) devuelve a Brines su ser hombre, contra nuestra manía por la impoluta y falsa estatua marmórea. No han faltado ya voces en mi contra, como un editor que me afeó al conocerla la idea del libro. Pronto Brines será un total poeta y hombre con el esplendor bicolor pero brillante de la vida… Nos falta mucho. Las memorias, los recuerdos, la intimidad no son chismes sino razón de la obra viva. «Post mortem», si así se quiso.