El neocolonialismo climático
«Occidente, al exigir toda suerte de irracionales políticas basadas en un supuesto apocalipsis, condena a los países pobres a permanecer en la miseria»
¿Han hecho ustedes el Camino de Santiago alguna vez? El que escribe en varias ocasiones, más teniendo en cuenta que un servidor estudió su carrera universitaria en Compostela. Una de esas ocasiones fue en el verano de 2015, en agosto, cuando con esos amigos que uno conserva toda la vida hicimos el Camino Primitivo, el que hiciera Alfonso II el Casto en el año 813 convirtiéndose en el primer peregrino de la historia. Esta ruta parte de Oviedo y trascurre por el interior de Asturias donde uno admira -y sufre- todo el esplendor de su orografía.
Íbamos en bicicleta y, entre Pola de Allande y Grandas de Salime, tuvimos que subir el respetable Puerto del Palo y los primeros kilómetros del Puerto del Acebo, que separa Asturias de Galicia. Este último, hacia las dos de la tarde, sin sombra, bajo un sol de justicia y 38 grados que con la humedad de mi tierra es lo más parecido a estar corriendo el Tour de Francia dentro de una sauna. Temperaturas totalmente inusuales hace unos años pero que comienzan a convertirse en algo más cotidiano ahora. El año pasado tuvimos en Asturias dos días seguidos rozando los 40 grados y este año hemos tenido casi 30 grados en marzo, algo fuera de lo normal.
Nadie tiene aire acondicionado en Asturias, como nadie lo tiene en Reino Unido donde la misma ola de calor del año pasado azotó con una intensidad inédita. ¿Será que ha llegado la hora de empezar a pensar en instalar aire acondicionado en el norte de España y en otros países de Europa? Es posible y todo dependerá del análisis coste/beneficio que cada uno lleve a cabo. Pero, al menos, una buena parte de las personas que viven más allá de la cordillera cantábrica puede contemplar la posibilidad de hacerlo, pues tienen los medios económicos para ello. Una suerte que no corre la mayor parte de la población mundial.
«Ante la falta de un conocimiento firme y contrastado, surgen la demagogia interesada y los discursos catastrofistas»
El cambio climático tiene dimensiones muy divergentes. El propio proceso de creación de conocimiento científico hace que no tengamos todavía todas las respuestas y es, precisamente, en esos resquicios donde la construcción de los relatos obtiene su ambrosía ideológica. Ante la falta de un conocimiento firme y contrastado, surge la demagogia interesada y aparecen los discursos catastrofistas que conducen al decreto de emergencias climáticas que responden, fundamentalmente, a agendas políticas que no se asientan en la ciencia ni en la realidad.
Sucede entonces que fracasamos, porque las decisiones tomadas no responden a la voluntad de resolver un problema, sino más bien a estrategias de control social o mantenimiento del poder. Con el cambio climático jugamos a ser avestruces y pretendimos que, viajando en nuestros aviones privados y reuniéndonos en pomposas cumbres internacionales, acordaríamos cosas imposibles de cumplir mientras cerrábamos los ojos con fuerza, deseando que se hicieran realidad. Implantar políticas basadas en los buenos deseos creyendo que van a ser una realidad parece ser un error intelectual común a todo legislador. Y claro, no funcionó. Las emisiones de gases de efecto invernadero no han parado de subir en lo que va de siglo y la propia ONU declaró que la última década había sido completamente inútil en materia climática.
A estas alturas, y teniendo en cuenta los precedentes, creer que vamos a tener éxito en nuestro cometido es una apuesta en la que ya muy pocos confían. Porque hemos apostado todo a conseguir frenar el calentamiento y nada a adaptarnos a ese calentamiento. Y el problema es que nos hemos gastado mucho dinero en políticas fallidas, corriendo el riesgo de tener la cartera vacía cuando llegue el momento de implementar políticas de adaptación. Hemos gastado mucho para conseguir muy poco. Hemos invertido mal, hemos tomado decisiones erróneas y pagaremos las consecuencias.
El organismo científico de la ONU encargado de estudiar todo lo relacionado con el clima -el IPCC- ha analizado en detalle toda la literatura científica con respecto al impacto del calentamiento global en las economías mundiales. Si bien la divergencia de resultados es llamativa, hay una cosa indiscutible, el impacto del cambio climático a futuro va a ser negativo para las economías. La pregunta es: ¿cómo de negativo? Y la pregunta más importante aún es: ¿compensarán en el futuro todos los esfuerzos económicos que estamos haciendo hoy para tratar de conseguir algo en lo que estamos claramente fracasando?
Hay quien dice que no compensa en absoluto. El profesor y escritor Bjorn Lomborg nos explica que, en ninguno de los escenarios analizados, se obtendrían más ventajas si el Acuerdo de París se implementara. De hecho, por cada euro gastado hoy, lograríamos el deplorable resultado de 11 céntimos de euro evitados en daños climáticos a finales de siglo. No parece un buen negocio el tratar de limitar a cualquier precio el crecimiento en la temperatura del planeta a 1,5 grados.
«El calentamiento global va a tener un impacto negativo en la economía mundial pero no constituye el fin del mundo»
El propio IPCC establece en sus escenarios que, si no hacemos absolutamente nada, la temperatura del planeta subirá unos 3,6 grados a finales de este siglo y que el impacto sobre el PIB mundial será de un 2,6%. Esto, desde un punto de vista económico, significará que en lugar de haber multiplicado por seis el PIB mundial en el año 2100, lo habremos multiplicado sólo por 5,85. Parece obvio, por tanto, que el calentamiento global va a tener un impacto negativo en la economía mundial pero no constituye -ni de lejos- el fin del mundo, el apocalipsis ni cualquier otra monserga catastrofista con la que quieran coartar su libertad o su bolsillo.
El impacto económico no afectará, sin embargo, a todos los países por igual. Y es la propia ONU la que nos alerta de ello diciéndonos que las políticas de mitigación del cambio climático pueden incrementar el riesgo de hambrunas en los países en desarrollo y ser peor el remedio que la enfermedad. Por tratar de mitigar el calentamiento global van a gastarse un dinero que no tienen, poniendo en riesgo el desarrollo económico y condenando a su población a la pobreza, ahora y en el futuro. Y cuanto más radicales sean las medidas para mitigar el calentamiento global, más duros serán los impactos económicos en estos países.
Hay pocos espectáculos más obscenos en la actualidad que presenciar cómo los líderes de Occidente, los exégetas del catastrofismo climático, postulan a los cuatro vientos que el calentamiento global es el mayor problema de la humanidad y exigen toda suerte de irracionales políticas basadas en un supuesto apocalipsis climático. Esta superioridad moral, tan típica de ciertas corrientes de pensamiento, no es más que una suerte de neocolonialismo climático mediante el cual estamos condenando (de nuevo) a los países pobres a permanecer perennemente en un estado de miseria que debería provocar náuseas a cualquiera con la capacidad de mirar más allá de su perfil de Twitter. El mundo tiene problemas mucho mayores y mucho más urgentes. La gente se está muriendo hoy, ahora, por problemas y enfermedades de las que nosotros ya ni nos acordamos. Por eso nos permitimos estas licencias tan propias de la frivolidad y autosuficiencia occidental. Por eso cada vez pintamos menos en el mundo y ojalá dentro de poco no pintemos nada, por el bien de los pobres de este mundo.