THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Cleopatra no era negra

«Estamos atrapados entre aquellos que ven continuas agresiones a su dignidad identitaria y los que usan la historia para forjar mentalidades políticas» 

Opinión
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Cleopatra no era negra

Imagen de la Cleopatra de Netflix.

¿Sabe que Netflix va a estrenar una serie en la que Cleopatra es negra? Seguro que el cambio del color de piel de la reina de Egipto le parece otra memez de la guerra cultural para adoctrinar y manipular. Incluso habrá oído decir a la directora de la serie que no entiende el motivo de que la gente se moleste porque Cleopatra sea interpretada por una actriz negra. 

No se trata del color. La pregunta es por qué le molesta a ella respetar la Historia. Lo digo porque la documentación existente sobre Cleopatra indica que su padre fue Ptolomeo XII, greco-macedonio, blanco, y no se conoce a su madre. Esta incógnita ha hecho elucubrar a algunos aprovechados que Cleopatra era negra aunque no haya prueba alguna. 

En Egipto ha sido una afrenta. Allí están hartos del afrocentrismo identificado con los negros que deja a los árabes en un segundo plano, incluso como raza opresora. Esto ha llevado a todo tipo de protestas políticas y en redes sociales en Egipto, a una recogida de firmas y a la petición de que cancelen Netflix en dicho país. 

«El caso se repitió con una serie de HBO en la que Ana Bolena era interpretada por una actriz negra»

Esta crítica usa uno de los instrumentos de censura de la cultura de la cancelación. El cambio en el color de piel del personaje histórico es lo que se llama colorblind casting; es decir, desatender al color original en la selección del actor. Esto puede llevar a que la producción, que va de progre y solidaria con la raza negra, pueda ser criticada por grupos árabes e incluso por los mismos negros al desvirtuar la recuperación de su historia racial.

El caso se repitió con una serie de HBO en la que Ana Bolena, esposa de Enrique VIII, era interpretada por una actriz negra. Se armó revuelo y punto final, especialmente en un país como el Reino Unido donde los jugadores de fútbol se arrodillan antes de los partidos para pedir perdón por el racismo de otras personas. No pasa lo mismo cuando se hace con personajes de ficción, como la Sirenita. 

Luego está el discurso político relativo a la inclusión de los sujetos colectivos que entendemos que fueron víctimas en el pasado: negros, mujeres y LGBTQ. No importa que esta «justicia» se haga dejando otras víctimas, como la cultura, la historia, la verdad y el público en general. La gente tiene un acercamiento muy somero y superficial a la historia, y estas series contribuyen a la desinformación y al desconocimiento en favor del adoctrinamiento. 

Esta manipulación histórica es paralela a la cultura de la cancelación. Al tiempo que se deforman los hechos para que coincidan con un relato político y el deseo de adoctrinar, se eliminan otros que entorpecen esa reconstrucción. El problema es que estamos atrapados entre aquellos que ven continuas agresiones a su dignidad identitaria y exigen espacios seguros para sus sentimientos, y los que usan la historia para forjar mentalidades políticas.

«Las redes sociales han convertido la vida intelectual y académica en un campo de minas»

El papel de las redes sociales ha sido determinante en este proceso. Entre todas han convertido la vida intelectual y académica en un campo de minas. Uno no sabe cuándo una palabra o un gesto va a ser colgado en las redes para mortificarlo y pedir su expulsión de la vida pública. La trascendencia de las redes estriba en la creencia de que Twitter y otras redes construyen la información y la opinión, que son el mundo real. Es así que cualquier idiota anónimo, y otros que no lo son, puede iniciar una campaña en las redes para atosigar a un escritor y conseguir su apartamiento o censura. 

La ponzoña avanza. No hay debate ni intercambio de ideas, sino ruido que ahoga el pensamiento y la razón. Tampoco es la manifestación de una conciencia crítica, sino de la intolerancia. Los temas no se debaten, se cancelan y, cuando no, se tergiversa la historia o se ocultan los datos para que cuadre con el relato político del partido de turno. 

Entonces, si Netflix quiere poner una Cleopatra negra, que lo haga en libertad. Allá la plataforma. Quien no quiera verla que no la vea. Yo no voy a perder ni un minuto. De todas formas, lo lógico sería que, junto a las alertas sobre contenido de sexo, palabrotas o gente que fuma, dijera que cualquier parecido con la historia es pura coincidencia. 

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