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Todos contra el ruido

«No acabaremos con los incendios, pero avancemos hacia cotas sonoras normales dentro de nuestra patria contaminada por todas partes, también la acústica»

Opinión

«Si ese sonido no produce sensaciones placenteras se recibe como ruido. Como una forma machacona y lacerante de violencia» | Unsplash

  • Eduardo Laporte nació en Pamplona en 1979 pero lleva en Madrid desde 2005, donde cultiva esa doble nacionalidad que decía Sabina (triple en su caso, por su condición de medio galo). Se dedica al periodismo intermitente de temática cultural en medios como Territorios, de El Correo de Bilbao. Ha publicado algunos libros de vocación autobiográfica (que no autoficcional, de momento), entre los que destacan Luz de noviembre, por la tarde (Demipage, 2011) o el reciente Tiempo ordinario, un diario editado en 2021 por papeles mínimos. Su canción favorita es Perspectiva Nevski, de Battiato.

Los más viejos del lugar recordarán aquella campaña de prevención de incendios en la que Serrat nos animaba a estar contra el fuego, tú lo puedeeees evitar. Hablamos de 1990 y no sé si recuerdo al propio Serrat o la parodia de Martes y Trece. 

Más de treinta años después de aquello, cabría preguntarse por la eficacia de ese tipo de campañas de sensibilización, porque me temo que hoy quemamos más y mejor, a juzgar por la orgía pirofílica de las semanas pasadas en Asturias

Pero creamos en las causas, en la posibilidad de cambiar el mundo, a nosotros, o nos hundiremos en la miseria. O en el ruido. En la contaminación acústica más sorda. El pasado 26 de abril se celebró, precisamente, el Día Internacional de la Sensibilización hacia el Ruido que, fiel a sus principios, pasó con bastante sigiló entre los medios de comunicación, tan adeptos y adictos al ruido. 

Son muchos y conspicuos los apologetas del silencio. El recurrente Battiato, con su preciosa L’Oceano di Silenzio donde reivindica un tiempo con otras leyes, o la Biografía del silencio de Pablo d’Ors que nos invita a acallar el ruido interior con un viaje a nuestro desierto particular. 

Pero cómo abrazar semejantes aventuras de paz espiritual mientras suenan los lamentos de Shakira mientras deambulas por el supermercado. «Hasta aquí ha llegado la música», se quejaba un pariente, en el descanso de un partido de pelota vasca, en Pamplona. Y dijo música por no decir ruido. 

Porque si ese sonido no produce sensaciones placenteras se recibe como ruido. Como una forma machacona y lacerante de violencia. Como la que llega de unos vecinos que emiten lo que mi novia acuñó como «música capirote». Son unos acordes como para tontos, una música simpaticorra, de pachanga bobalicona, que además de impedirte tu merecido descanso del guerrero, te despierta ese racismo que también cantaba Battiato: el del desprecio a las basuras musicales y los programas demenciales con tribuna electoral. 

«En ese equilibrio frágil que construimos a diario con vocación de Sísifo, hay un momento en que el pacientómetro está alto y la tolerancia a la violencia del decibelio se vuelve nula»

Porque a las muchas incertidumbres con las que lidiamos los moradores de este primer tercio del siglo XXI, hay que sumar una que puede sonar frívola, la del silencio amenazado, pero que quizá no lo sea tanto. En ese equilibrio frágil que construimos a diario con vocación de Sísifo, hay un momento en que el pacientómetro está alto y la tolerancia a la violencia del decibelio se vuelve nula. 

Y qué placer inenarrable sentir que los pelos se erizan y la nuca se tensa al sentir la avalancha reguetoniana y vallenatil más burda en tus tímpanos y asumir que esos acordes tóxicos son tan pasajeros como el del coche que los transporta y que se va con la música a otra parte. 

«Por favor, ¿podrían bajar un poco la música?». Desde que superé los cuarenta años, no tengo reparos en ser tildado de Scrooge de las playlist públicas porque es tal el relajo de poder comunicarse sin forzar la voz, ni encoger el martillo, estribo y caracol, que a uno le da igual quedar de pelma en un bar/restaurante cualquiera.

Hay brotes verdes, no obstante. No acabaremos con los incendios indiscriminados, pero quizá avancemos hacia cotas sonoras más normales dentro de nuestra pobre patria contaminada por todas partes, también la acústica. 

El otro día, en Carrefour, fotografié con entusiasmo un cartel que anunciaba la puesta en marcha de una hora con luces y sonidos reducidos en solidaridad con los hiperacúsicos, con o sin diagnóstico, como yo. Esos espíritus juanramonianos o no tanto que celebran esa Hora Silenciosa, dirigida en realidad a personas con autismo, TEA, pero también hipersensibilidad en general. 

Claro que quizá no es que seamos hipersensibles, sino que el mundo es demasiado aparatoso, como esos invitados que te montan un jaleo padre cuando se levantan de madrugada a beber agua. ¡Silencio, joroña! 

Todos contra el ruido. Tú lo puedes evitar. Porque ya anunció un judío con barbas que un día los mansos gobernarán la Tierra. A la chita callando, sin hacer ruido, shhh.

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