Dadaísmo electoral
«El afán de los partidos del ‘espacioalaizquierdadelPSOE’ de crear un tejido empresarial paralelo de titularidad pública es pura irracionalidad»
Pensaba comprarme un móvil, pero he decidido esperar. A este ritmo, calculo que a mediados del mes que viene Pedro Sánchez se habrá comprometido a regalarme uno. Y si esto no sucede, confío en que para septiembre Podemos haya impulsado la creación de un Apple público que democratice el acceso a los iPhones.
Los compromisos de campaña se están convirtiendo en un género literario. Qué digo un género, los compromisos de campaña son todo un movimiento artístico. O más bien un movimiento antiartístico, como el dadaísmo: sirve para cuestionar la existencia del arte de la política. Los mítines electorales son el Cabaret Voltaire de nuestro tiempo. El dadaísmo electoral no se materializa en una sucesión ilógica de palabras, sino en frases coherentes que flotan en una burbuja de irracionalidad. El dadaísmo electoral no desordena el léxico, sino la lógica democrática. La denuncia no llega mediante un juego lingüístico, sino cognitivo. En ambos casos el objetivo es despejar toda sospecha de coherencia. Son llamadas de atención cuyo fin es la negación misma de la racionalidad.
«Estas ocurrencias que pretenden ensalzar lo público, sólo consiguen degradarlo»
De qué forma, sino en un marco vindicativo del absurdo, se puede entender que en los últimos días hayamos escuchado a políticos proponer cosas como la intervención de Tinder para denunciar el ciberacoso y la violencia machista (Mónica García, Más Madrid), la apertura de una cadena de supermercados públicos para pinchar el «oligopolio alimentario» que maneja «el capo» Juan Roig (Ione Belarra, Podemos) o la creación de un Glovo público para «garantizar las condiciones laborales de los trabajadores y fomentar el comercio de proximidad» (Alejandra Jacinto, también Podemos). Si están preguntándose cómo encaja la apertura de una red de supermercados públicos con el fomento del comercio (privado) de proximidad déjenlo: lo último que pretende el dadaísmo es tener sentido.
Estas ocurrencias que pretenden ensalzar lo público, sólo consiguen degradarlo, pues asumen que el poder público es incapaz de regular las perversiones del sector privado. Es un misterio cómo un Estado al que ven incapaz de protegernos de los excesos del capitalismo va a poder neutralizarlo compitiendo con él. No sé cuál es su experiencia pero, según la mía, la Administración no está para presumir eficacia.
El afán de los partidos del espacioalaizquierdadelPSOE de crear un tejido empresarial paralelo de titularidad pública es puro dadaísmo político, es decir, pura irracionalidad. Sin entrar a valorar la eficiencia de estas nuevas empresas, fantaseo con cómo las gestionarían sus promotores. ¿No es paradójico que quienes más reivindican las virtudes de las cosas públicas sean tan propensos a gestionarlas como bienes privados?