El jamón york del sándwich
«Somos los que trabajamos para sacar a flote a los hijos y mantener con vida a los padres; los que llenamos las arcas públicas y de los que nadie se acuerda»
Igual que el fiambre en el bocadillo, o si lo prefiere, que el companaje en la baguette. Así nos sentimos los que nacimos entre 1965 y 1980: como una loncha de jamón York aplastada por dos generaciones en una parrilla que nos está quemando a impuestos. Cada mañana de estos puñeteros días nos levantamos sin Esperanza y con Angustias -que es la señora que nos acompaña en esta etapa de la vida- y, por si no tuviéramos demasiada carga, hemos de ver cómo nos suplican que nos fiemos de esa panda de exetarras asesinos que se presentan en las listas electorales asegurando que van a cumplir su promesa de no recoger su acta. Manda narices, a nosotros, que crecimos aterrorizados con sus matanzas y llenamos la Plaza de Colón cuando tuvieron encañonado a Miguel Ángel Blanco.
Generación X, así nos catalogaron, como el cine porno de nuestra época -quién sabe, quizá no fuera una casualidad la coincidencia en la misma letra del abecedario, dado que hay que ver cómo nos están jorobando por todos los lados-. Ni tenemos edad para jubilarnos ni mucho menos para liarnos la manta a la cabeza, hacer el petate y empezar en otro lugar donde las obligaciones sean más llevaderas. No podemos ir hacia adelante ni hacia atrás. Somos los que trabajamos para sacar a flote a los hijos y mantener con vida a los padres; también, los que les llenamos las arcas públicas a los políticos y de los que nadie se acuerda cuando de aligerar la carga y resolver nuestros problemas se trata.
Vemos en cada una de las propuestas cómo se reparte lo recaudado de nuestros bolsillos con fines electoralistas: Interrail para los chavales, entradas reducidas para los mayores, créditos para la vivienda joven… pero no se les ocurre nada que nos dé aire a los que estamos en medio de unos y de otros, agarrando las muñecas de nuestros padres para que no se vayan y las de nuestros hijos para poder soltarlos en otro lugar que no sea en un país sin futuro digno para ellos. Hay veces en las que uno se pregunta si esta clase de dádivas no serán para que los picapedreros tengamos más fácil la concentración y no nos distraigamos y trabajemos para cuidar a unos y otros. Siervos, como en la Edad Media, nuestra edad media.
«Somos los que sufragan todas esas ayudas anunciadas a bombo y platillo, con salarios muy limitados»
Somos ese porcentaje de la población en alerta permanente por las noches para garantizarles el sueño a los viven en nuestra cabeza; que se sobresalta cuando suena el teléfono porque no sabe si el disgusto, o la demanda económica o afectiva, será en esta ocasión de los padres o de los hijos. Somos la generación que no tendrá apenas herencia de sus antecesores, pero sí muchas deudas de sus descendientes; somos los que sufragan todas esas ayudas anunciadas a bombo y platillo, con salarios muy limitados, que a la mayoría no les permite, a fin de mes, ni hacer un viaje en tren, ni ir al cine.
Somos hombres y mujeres que vivimos en una loncha de jamón -que cada día la inflación nos la pone más cara-, atrapados en un bocadillo de dos generaciones separadas por cientos de años luz de conocimientos y desarrollo, que nos necesitan en medio para llenar de afecto la brecha entre el conservadurismo de las ideas de antaño y la libertad de ahora, para impregnar de comprensión lo que separa a la ignorancia de los mayores de la modernidad tecnológica de los chavales, y para regar de ternura el discurso al efecto de que la desigualdad económica y los recursos que se dedican a unos y otros no lleven al enfrentamiento. Así estamos los de la edad media. Como ve, buscando el equilibrio de la Casa de la Pradera, queriendo huir como Marco, levantándonos cada día como Mazinger Z y poniéndonos verdes de ira ante tanto olvido como los de V.