Sánchez y el ansia de poder
«Todos sabemos que el presidente del Gobierno sólo vive y actúa por y para el poder, un poder sin los límites que existen en las democracias occidentales»
«¿De quién depende la Fiscalía?». Es Sánchez el que pregunta al sorprendido periodista que, tímidamente, contesta: «Del Gobierno». Y Sánchez concluye: «Pues ya está».
En ese «pues ya está» está resumida la actitud que el actual presidente del Gobierno de España mantiene frente a la separación de poderes, que, no se olvide, es la piedra angular de la democracia. Una actitud que se ha manifestado en los cinco años que lleva en La Moncloa en todos los intentos que ha llevado a cabo para hacer que el Poder Judicial esté sometido al Ejecutivo o, para ser más precisos, a su poder personal.
La sumisión escandalosa del Tribunal Constitucional a sus órdenes es, además de un motivo de desprestigio para esa institución, la demostración más palpable de la falta de respeto, por no decir desprecio, que a Sánchez le merece esa separación de poderes, de la que debe pensar que es una debilidad de las democracias que un régimen como el que está intentando implantar no puede ni debe aceptar. Da la impresión de que piensa que, si a él los diputados le han dado el gobierno, ¿quiénes son esos señores jueces y fiscales para querer ser independientes?, pero ¿qué se han creído?
«La Ley Electoral hace de los representantes del pueblo unos simples ‘apparatchiks’ de los partidos»
Que a la voluntad de autócrata de Sánchez le molesta la independencia del Poder Judicial es algo ya sabido y, aunque siempre habrá que denunciarlo, no hay que hacer muchos esfuerzos dialécticos para demostrarlo. Pero las ansias autocráticas del líder de Frankenstein no se satisfacen únicamente con la eliminación de la independencia de los tribunales. También está atacando de manera sistemática y constante la separación que tiene que existir siempre entre el Poder Legislativo y el Ejecutivo. Estos ataques están diluyendo la necesaria separación que también debería haber siempre entre esos dos Poderes del Estado.
Es verdad que el sistema político que nos dimos en 1978 no pone demasiado fácil mantener de forma nítida la necesaria separación que debe haber entre el Gobierno y el Parlamento, sobre todo con la actual Ley Electoral que hace de los representantes del pueblo unos simples apparatchiks de los partidos que los han llevado en sus listas. Pero también es verdad que para resolver esa deriva perniciosa los políticos responsables deberían ir pensando alguna solución.
Una cosa es que los parlamentarios españoles no gocen de la sana y absoluta libertad de que gozan los británicos a la hora de votar y de expresarse en su Cámara, y otra cosa es que sea imposible e impensable que a un diputado español su partido le deje pensar por su cuenta. Como también una cosa es que el presidente de la Cámara sea lógicamente del grupo mayoritario, y otra que ese presidente actúe como un acólito o sirviente del jefe del Ejecutivo, y no me refiero a Meritxell Batet porque ésta no es ni acólito ni sirviente, es, simplemente, un felpudo a sus pies. No hay más que ver cómo actúa en las sesiones de control al Gobierno, en las que sistemáticamente permite que Sánchez deje de contestar todas las preguntas que se le hacen y, por el contrario, convierta esas sesiones, en las que debería ser controlado, en sesiones en las que, con la ayuda de la señora presidenta, él controla a la oposición.
«Más de la mitad de las iniciativas legislativas durante el mandato de Sánchez han sido decretos-leyes»
El colmo del desprecio a la separación que debe haber entre el Ejecutivo y el Legislativo lo estamos viviendo en esta legislatura con el uso constante y abusivo del decreto-ley. Más de la mitad de las iniciativas legislativas durante el mandato de Sánchez han sido decretos-leyes. En diciembre de 2022 llevaba ya 132 y en lo que le queda hasta noviembre tiene previsto utilizar ese procedimiento, al menos, en 81 ocasiones. El resultado es que, de esta forma, Sánchez evita que se conozca la postura de la oposición, pues, aunque promete tramitarlos como proyectos de ley, luego no lo hace. El verdadero debate parlamentario es para él una cuestión molesta. Él tiene vocación de autócrata y aspira a que el poder sea sólo uno, el suyo.
Esta ansia desaforada de poder está en el origen del siniestro episodio que estamos viviendo a propósito de la inclusión de asesinos condenados por sentencia firme en las listas de Bildu, uno de los partidos aliados de Sánchez. Que Bildu es ETA no ofrece la menor duda para ningún espectador imparcial. Pero, sobre todo, que Bildu es ETA no lo duda ningún dirigente del PSOE. Desde luego no lo duda Sánchez, que lo sabe de sobra. Como tampoco lo duda Patxi López, que está marcado por la bendita maldición que hizo caer sobre él la madre de Joseba Pagazaurtundúa, cuando, en 2005, le escribió una carta en la que le decía «Ya no me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. A tus pasos los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros muertos!».
Lo triste y descorazonador es que haya todavía muchos millones de españoles a los que no se les hiela la sangre cuando ven cómo el mismo dirigente que se emociona cuando el presidente de Estados Unidos le concede unos minutos busca ansioso la alianza con esa banda de asesinos sin arrepentir. Y la busca porque en su proyecto para desmantelar el actual sistema político, nuestra democracia, que, al menos en el papel, garantiza la separación de poderes, considera positiva la colaboración de esa izquierda abertzale, eufemismo para no decir ETA. ETA, desgraciadamente, es poder, y, después de cinco años en el Gobierno, todos sabemos que Sánchez sólo vive, respira, se mueve y actúa por y para alcanzar el poder, un poder sin las trabas ni los límites que existen en las democracias occidentales. Es lo que hay y sus alianzas con Bildu nos ayudan a verlo aún más claro.