Gasto público: 30 puntos no son nada
«Somos más ricos. Pero tenemos que mantener una maquinaria descomunal e ineficaz. Por eso la sensación de que tenemos que trabajar más para progresar»
Mis padres pudieron comprarse una buena casa en pocos años, e incluso una segunda vivienda, y nos proporcionaron una formación adecuada a todos los hermanos. Y eso que sólo trabajaba mi padre. En mi caso, trabajamos los dos, tenemos menos hijos que los hermanos que tengo, y tenemos que pagar la casa en varias décadas. ¿Cómo es posible, si los sueldos han subido en estos 30 años de diferencia de mis padres a ahora?
Bien, aunque se parece bastante, este ejemplo no describe exactamente mi historia personal. Pero muchos se habrán visto reflejados en él. Y se preguntan cómo es posible que con un único sueldo la generación que nació en el primer franquismo pudo cumplir con aparente desahogo, aunque con mucho esfuerzo, lo que a muchos nos cuesta un mundo.
La idea de que hemos avanzado retrocediendo es muy atractiva, pero es falsa. Nosotros tenemos en abundancia bienes que en su momento eran escasos, como por ejemplo los coches. No sólo tenemos más, sino que son muchísimo mejores de lo que eran entonces. El transporte, en general, es mucho más abundante y efectivo. Comemos y nos vestimos de forma que nos hubiera parecido lujosa. Y el ocio es más abundante, y también más rico.
Y, sin embargo, la diferencia de calidad de vida no parece explicarse por la suma de que trabajamos en el mercado laboral (casi) el doble de personas que antes, y que los sueldos medios son mucho mejores que antes. ¿Qué lo explica, entonces?
«En los últimos años de González y durante los de Aznar, el PIB creció más rápido de lo que lo hizo el gasto público»
La principal explicación, creo yo, es el binomio Estado del Bienestar y democracia. En 1970, el gasto público suponía el 22% del PIB. «Ese porcentaje comenzó a subir rápidamente desde 1975 y a lo largo de casi dos décadas, de modo que en 1993 llegó a un primer máximo de casi el 50%», según recoge un reciente informe. El peso del Estado sobre la economía no se quedó allí.
Desde los últimos años de González y durante los de Aznar, el PIB creció más rápido de lo que lo hizo el gasto público, por lo que el peso muerto del Estado se redujo hasta el 38% del PIB en 2001. Y se estabilizó en ese nivel hasta 2006. ¿Por qué cambió en ese año?
José Luis Rodríguez Zapatero heredó el modelo económico de Aznar, y no lo cambió hasta que se acercaron las elecciones de 2008. Fueron, recuerdan, las elecciones en las que Zapatero negó que fuera a venir una crisis, mientras se preparaba para sus posibles efectos políticos aumentando el gasto de forma desaforada. Y «dramatizando un poco», como le confesó al padre Gabilondo.
La combinación de gasto electoral y «estabilizadores automáticos» dispararon el gasto, que en 2012 volvió a rozar la mitad del PIB. La vuelta al crecimiento y los tímidos recortes retornaron el peso del Estado al 41%. Pero el año de la covid, 2020, el gasto público creció de forma desaforada y alcanzó el 52% del PIB. De modo que, en 50 años que median entre 1970 y 2020, el gasto decidido en el ámbito político ha pasado del 22 al 52%. 30 puntos del PIB, que son apenas nada.
Los datos los he extractado del informe Cincuenta años después: La sociedad civil española; de un primer impulso a una larga pausa, publicado por Funcas. Los autores son Víctor Pérez Díaz y Juan Carlos Rodríguez (resalto lo de Juan para evitar confusiones). Y Miguel Ors Villarejo ya se ha referido al informe en este mismo periódico.
Somos mucho más ricos que hace medio siglo, y el Estado se queda con una porción mucho mayor de esa riqueza. No es que la sociedad no obtenga nada a cambio, pero antes de valorarlo hay ciertos aspectos del gasto público que es necesario recordar.
«Por las grietas de la gestión pública se filtran la ineficacia, la mala gestión y el fracaso»
Lo primero es que el Estado no cobra por sus servicios más que en una parte muy pequeña. Nos cobra con la mano diestra, y nos sirve con la siniestra. Trabaja, pero sería una exageración decir que lo hace pensando en nosotros. No está sometido a la disciplina de la competencia, por ejemplo. Y sus empleados saben que su puesto de trabajo no depende, aunque sea de forma indirecta, del cliente. Por las grietas de la gestión pública se filtran la ineficacia, la mala gestión y el fracaso, reforzados por la poderosa fuerza del propio interés, que también motiva a los funcionarios y, claro, a los políticos. De modo que todo ese torrente de riqueza que ha sido capturado por el proceso político está en manos torpes.
Lo segundo es que, quienes utilizamos los servicios públicos no tenemos control sobre ellos, más que de forma muy indirecta, por medio del voto. Y por eso quien presta esos servicios no tiene porqué dar respuesta a lo que queremos los ciudadanos. Y es más probable que respondan a los intereses políticos. Y no tienen por qué ser iguales.
Y lo tercero es que el gasto público está destinado sobre todo al consumo. Hay inversión en algunos aspectos, como las infraestructuras. Pero en conjunto es un gasto en consumo. No hay más que comparar el sistema de pensiones de Chile (ahorro) con el nuestro (consumo). Y el progreso depende del ahorro y la acumulación de capital.
Somos más ricos. Pero tenemos que mantener una maquinaria descomunal e ineficaz. Por eso tenemos la sensación de que tenemos que trabajar más, mucho más, para progresar.