Una estrategia electoral soporífera
«La estrategia de ‘que viene la ultraderecha’ está agotadísima. ¿Cuántos votantes de la izquierda quedan por movilizar contra el crecimiento de la ultraderecha?»
Esta semana, Pedro Sánchez hizo un tuit institucional aparentemente inocuo. «España bate el récord de turistas extranjeros en el mejor abril de la historia. Un éxito de país». Lo remató con lo siguiente: «Las buenas noticias económicas no las pueden esconder ni la derecha extrema ni la extrema derecha». Es un añadido gratuito y ridículo, una plantilla que usa sin atender el contexto. Es su estrategia para el 23 de julio: o nosotros o la ultraderecha. No es una estrategia nueva, claro. Es de hecho la única que ha tenido Sánchez en los últimos años. Pero quizá hoy es más arriesgada que nunca, sobre todo para él.
La estrategia de «que viene la ultraderecha» está intentando pescar en un caladero que está agotadísimo. ¿Cuántos votantes de la izquierda quedan por movilizar contra el crecimiento de la ultraderecha? ¿Cree el Gobierno que la abstención en la izquierda es porque el abstencionista todavía no conoce la amenaza de Vox? Quien no se ha enterado es porque no se ha querido enterar. Como recuerda David Jiménez Torres, «el discurso de la alerta antifascista no ha restado apoyos a las candidaturas del PP allí donde más se ha utilizado -Madrid, Andalucía, Castilla y León-». El votante que apoyó al PP en las elecciones autonómicas y municipales sabía que los populares necesitarían a Vox para gobernar. La izquierda intenta avisar a la ciudadanía de algo que ya conoce y que, sobre todo, no le preocupa tanto.
«La izquierda intenta dibujar a Feijóo de una manera que no se corresponde con la imagen que tiene de él la mayoría»
En la propaganda de la izquierda en esta campaña no aparecen sus ideas, sino las de su adversario, al que hace falta frenar. Es una política exclusivamente adversativa. Como ha dicho la escritora Elizabeth Duval, «llevamos [la izquierda] desde 2019 con campañas de izquierda en clave de alerta antifascista. El PSOE insiste en ello. Y lo único que ha conseguido es darle fuerza a Vox». La izquierda solo tiene dos relatos hoy: construir una especie de que viene el lobo y hablar de estrategia, unidad, coaliciones y pactos. El primero pierde el sentido cuando el lobo demuestra ser bastante pringado, o más inofensivo de lo que parecía; el segundo es soporífero y es simplemente de consumo propio para los más cafeteros (el votante medio lleva años muy confundido con el baile de siglas en la izquierda).
En esa obsesión con su adversario, la izquierda cae a menudo, como es de esperar, en esencialismos y hombres de paja. Intenta dibujar a Feijóo de una manera que no se corresponde con la imagen que tiene de él la mayoría. Primero estaba el intento de compararlo con Rajoy, un intento forzadísimo de mostrarlo como alguien desubicado sin don de gentes y con lapsus constantes. A veces esa maniobra obtiene el resultado opuesto: humaniza al candidato. En segundo, lo vende como alguien hiperideologizado, una especie de neoliberal de ultraderecha, y el resultado es risible: el candidato del PP no ha indicado nada remotamente parecido a eso.
Pero la izquierda le coloca las características contra las que quiere luchar. Es una proyección muy curiosa: para movilizarse, la izquierda quiere un enemigo a su altura, un malévolo Frankenstein que combina a Thatcher con Trump. Y si ese enemigo resulta no parecerse nada a eso, lo construye a su gusto. Como dice Rafa Latorre, «Núñez Feijóo no es el actor más creíble para la versión española del asalto al Capitolio. Disfrazar a Cuca Gamarra de bisonte de QAnon traiciona el pacto de verosimilitud con el receptor del relato, o sea el elector». Mientras la izquierda no sepa identificar exactamente contra quién se enfrenta seguirá atrapada en sus sueños húmedos, ajena a los cambios que se están produciendo en la sociedad.
Hace unos años, cuando el ascenso de Vox y sus primeros éxitos electorales, es posible que el hecho de desconocerlos permitiera que algunos se creyeran que era un partido «fascista», «nazi», «racista» y toda la batería habitual. Hoy es sencillamente inverosímil. Vox ha demostrado ser un partido a) nacionalista b) conservador c) cristiano-tradicionalista. Es decir, ideológicamente a lo que más se asemeja es a un PNV a escala nacional. Y no pretendo compararles con esos canallas parasitarios del PNV en nada excepto en esto, sus ejes ideológicos, no me tiren piedras. Y hablando de tirar piedras… en todos los incidentes violentos en que se han visto envueltos han sido las víctimas. El culto a un führer de Vox es risible en comparación con lo de Podemos o el PSOE y sus respectivos machos alfa. Su comportamiento institucional ha sido hasta el momento ejemplar. Son el único partido que tiene a un ciudadano negro en uno de sus más altos cargos.
¿A quién pretenden estos imbéciles convencer de que Vox es «fascistaetcétera»?
En cuanto al segundo relato que enumera el autor, lo de la unidad, estrategias, pactos, etc., el hecho de que Sánchez los haya puesto a todos a funcionar en cámara rápida hace más evidente que nunca lo que es realmente la extrema izquierda española (ya está bien de eufemismos con esto, son gente que cuando están relajados nos dicen que tenemos que aprender de Venezuela): son un reducido grupo oligárquico cuya única preocupación es seguir en el poder. ¿Dónde están las discrepancias ideológicas, los desacuerdos sobre políticas, las divergencias sobre si priorizar tales o cuales objetivos sociales, las diferentes estrategias económicas?
No las busquen en las noticias actuales. Esto va sólo de culos y poltronas. No hay absolutamente nada más. La oligarquía en que se ha convertido la extrema izquierda está jugando a las sillitas, y el único contenido del juego es quién se sienta y quién se va.
Eso sí, por favor, por favor, lo de Cuca Gamarra de bisonte es una idea maravillosa. Prometo romper mi juramento y votar al PP si lo hace.
En la maraña de rifirrafes que se traen estos días