Circo de segunda clase
«Piensen en su situación y verán cómo votan al menos con el bolsillo, que en estos tiempos de mentira despeinada, viene a ser mejor idea que hacerlo con el corazón»
«Lo normal si es que hay un debate cara cara se haga entre los que pueden presidir. ¿El señor Rivera es el candidato a la presidencia?¿O es el señor Casado? Entonces nosotros vamos a participar de los debates, pero lo que no vamos a ir es en función de la desesperación o de las urgencias que tienen algunos en aparecer como la alternativa. La del Partido Popular ya conocemos cuál es su estrategia electoral al respecto: desesperación; quieren debate ya, quieren confrontación, y quieren además ser uno para coger el estatus de alternativa. En nuestro caso, como no estamos en esa situación de estar, que nos señalen como alternativa sino que es clara, que todos los demás son alternativa al gobierno actual, pues no tenemos esa urgencia».
Pues así lo decía de bien Ábalos en 2019 tras rechazar dos cara a cara con Casado. En cuatro años han cambiado las cosas tanto que no merece la pena tomárselo en serio. Es un circo de segunda clase, donde en vez de leones tienen gatos con melena que engordan como ocas y un payaso que hace de trapecista, domador, mujer barbuda, y lanza cuchillos, luciendo siempre el mismo traje que tuvo lentejuelas. Si Sumar y Podemos no se ponen de acuerdo, es bien sencillo, un viaje con el DeLorean dos meses atrás, y tendrán la suma de Sumar y Podemos antes de que se acuchillaran los vestidos. Si me apuran, casi lo mismo con Vox. Si quitamos cosas como lo de la Agenda 2030 y esas ambigüedades que mantienen vivos a viejas glorias del partido, unos son más conservadores que los otros, pero como bien decía Peláez en Abc, negociar no es imponer, con lo que si lograron ponerse de acuerdo los que quieren acabar con España, los nacionalistas manchados de sangre, los miembros de Sumar antes de haberse restado, y el PSOE que queda de él, nos encontramos con que estaban los mismos con iguales voces. Nada debería cambiar tanto pues son lo que eran.
Dos millones de personas van a votar por correo, porque aquí no se queda sin verano ni Dios, que especialmente en época estival es cuando tiene más bolos por toda la pedanía de nuestra hermandad. Así que izquierdas y derechas, todas las derechas, la extrema derecha y la derecha extrema, se están preparando el veranillo como también andan organizando los que sumaron y restaron, o restaron antes de sumarse, qué se yo; pero que no me digan que ahora no son más pijos que un señoro en bermudas por la calle Serrano estrenando un malva suave mientras se acostumbra al sol de agosto en sesiones de ultravioleta. De Ava Gardner se pasó a la Preysler, y de Lomana llegamos a Yolanda, gracias a la carnaza de programas de la tele que han ido culturizando al país a golpe de horterada y rayita en la publi. Todos andan en el ajo.
«¿Y si los medios no se tragaran estas trolas y apostaran por un silencio respecto a lo que dicen y hacen?»
Imaginen si el Partido Popular acepta los seis debates; sería la manera más eficiente para que volviésemos a los bares y, con suerte, dejásemos de votar. ¿Y si los medios no se tragaran estas trolas y apostaran por un silencio respecto a lo que dicen y hacen? Se acabarían las subvenciones, claro. Y chao pescao, que se decía antes de la inmediatez. Pero hubiéramos disfrutado de toda esa otra gran parte de la película que no vemos, la que tenemos delante, la que nos toca. Si volviéramos a los bares, quizá un fontanero me convenciera para que le escribiera una carta de amor a su señora a cambio de arreglarme la tubería. O un abogado le presta con el embrollo de separarse de su marido. Vaya usted a saber si resulta que le dejan fiar un café el día que no lleva el teléfono con la tarjeta virtual que controla sus pasos y gustos; igual hasta le regala una botella de vino en Navidad porque le apetece que se emborrache a su salud. Y le devuelve un décimo, que sí toca…; imaginen, que de pronto, volvemos otra vez a tener tiempo para leer un libro, en plan revolucionario, o de ir al teatro y se dejan el teléfono en casa a propósito. ¿Estaríamos locos si dijéramos que no en vez de «asap», o «te digo en cinco», que no puede hasta que llegue el correo la semana que viene y tengo todo ese rato para mirar el tiempo lento? Sería increíble que supiéramos ver de una manera un poco más valiente, cómo nos están tomando el pelo. No se les puede seguir en serio. Ni siquiera en broma.
Dicen una cosa y hacen la contraria, son iguales, no importa que cambien de siglas, de partido o camiseta; no cometan el error de creerse ni una sola de sus promesas. Y si encima quieren seis días en la tele porque —como dijo el bueno de Ábalos en 2019— «quieren debate ya, quieren confrontación, y quieren además ser uno para coger el estatus de alternativa», denle un regalo a su salud mental y apaguen los teléfonos en casa, abran un libro, vayan al cine, elijan una obra de teatro, asistan a una conferencia de viejo…; cualquier cosa que no les haga toparse con la banda del hampa pública de este siglo veintiuno. Y voten, voten por correo, por orgullo o por desesperación. Simplemente voten y piensen si hoy están mejor que hace unos años, si les llega para la compra, si les dan las gracias al pagar una cuenta, en si ganan más dinero o viven mejor, en su hipoteca, en sus vacaciones, en lo poco que cuesta todo…; verán cómo votan al menos con el bolsillo, que en estos tiempos de mentira despeinada, viene a ser mejor idea que hacerlo con el corazón.