THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

Cainismo stalinista

«Con la salvedad de que no hay fusilamientos, ni gulags en los que esconder hasta su extinción a los enemigos, las purgas que hemos visto tienen un tinte stalinista»

Opinión
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Cainismo stalinista

La líder de Sumar y vicepresidenta segunda del Gobierno, ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. | Gustavo Valiente (EP)

Más allá del Génesis y del origen de la palabra, dice la RAE que cainismo es la actitud revanchista contra los propios compañeros, amigos o compatriotas. Lo que ha ocurrido en los últimos años en la izquierda extrema y en la extrema izquierda española es cainismo puro. Frío, despiadado, sin sentimientos. A veces preventivo y otras veces derivado. Con la salvedad de que no hay fusilamientos, ni gulags en los que esconder hasta su extinción a los enemigos, podríamos decir que las purgas que hemos visto tienen un tinte stalinista.

En estos tiempos no hace falta la purga fotográfica como la de la foto de Lenin arengando a las tropas que partían hacia el frente polaco, en compañía de Trotsky y Kámenev. Una foto en la que desaparecieron dos de la imagen cuando Stalin llega al poder. Uno, Trotsky se tuvo que exiliar en México, donde fue asesinado por un español, agente stalinista. El otro Kámenev fue preso en Siberia dos años y luego juzgado y ejecutado. Las diferencias en aquellos años en la URSS no eran ejemplos de legalidad ni de humanidad. Se cortaban de raíz.

Un siglo después y en la España democrática ya no se destierra, ni se deporta, ni se ejecuta a los rivales. Afortunadamente se lo impide el Estado de Derecho. Pero los métodos en ese espacio que algunos estilistas llaman «a la izquierda del PSOE» siguen vivos. El cainismo stalinista ha dejado la sangre de lado, pero no los odios. Lo que estamos viviendo en los últimos años es una clase magistral de ciencia política sobre populismo, egos y guerras fratricidas en la izquierda que está teniendo su culmen en la muerte de Podemos y el nacimiento de Sumar.

De la foto de esa Asamblea ciudadana de Podemos que venía a crear un nuevo estilo político y a regenerar el sistema corrupto bipartidista, no queda casi nadie. Cayeron, se fueron o les fueron desde Luis Alegre a Carolina Bescansa, pasando por Juan Carlos Monedero, Tania González o Iñigo Errejón. Ni siquiera Pablo Iglesias sigue al frente de su creación. El hombre que iba a tomar los cielos, tomó las de Villadiego dimitiendo de su vicepresidencia del gobierno para ir a combatir con gigantes.

El choque con la realidad del molino de Isabel Díaz Ayuso en las autonómicas le dejó tan mal parado que buscó refugio en el tertulianismo y en la televisión. Desde allí sigue dirigiendo y lanzando exabruptos contra todos. También contra la persona a la que dio plenos poderes en una decisión más cercana a un rey absolutista o a un líder norcoreano, que a esa idea que nos había vendido de democracia interna y de asamblearismo. Algo que llegó a usar para consultar a sus bases sobre la compra de su chalé en Galapagar, pero que no consideró necesario para elegir a su sucesora. Dice la propia Yolanda Díaz que lo que menos le gusta de su carrera política es haber sido la elegida a dedo por Iglesias. Pero ahí se queda el malestar. Nunca se atrevió a preguntar a las bases de Podemos sobre el tema.

«Yolanda Díaz ha dado un master de galleguismo, moviéndose entre la sonrisa permanente y la indefinición continua»

Y con Yolanda Díaz llegó un nuevo ejemplo de cainismo. Ni una vez dio oportunidad a Ione Belarra ni a Irene Montero de estar en algunos de los actos prefundación, fundación o postfundación de Sumar. Las aisló de una forma fría, con el visto bueno o silencio de sus nuevos socios, muchos de los cuales había sido también fulminados sin piedad por la dirección podemita.

Yolanda ha tenido la ventaja de ser colocada en una posición de poder e imagen, que nunca hubiera conseguido sin el dedo de Pablo Iglesias. Sus coqueteos políticos con un Pedro Sánchez que vio en ella una socia más estable y convencible que lo que había tenido con Unidas Podemos en el gobierno de coalición, hicieron el resto. La política gallega ha dado un master de galleguismo, moviéndose entre la sonrisa permanente y la indefinición continua. Durante semanas se negó a comentar la catástrofe de la ley del solo sí es sí de Irene Montero y sus amigas de Igualdad, Pam y Vicky. Y cuando vino la reforma de la ley, no apareció por el Hemiciclo. Sin embargo, votó como Montero y Belarra, en contra de la reforma que ha rebajado la pena de más de mil violadores y puesto en la calle casi a doscientos. 

El adelanto electoral de Sánchez ha precipitado todo. Y las prisas han sido las mejores aliadas de Yolanda Díaz para vetar a todos de los que no se fía. Desde Irene Montero, Ángela Rodríguez ‘Pam’ y Victoria Rosell al portavoz del grupo parlamentario Pablo Echenique. Con frialdad y distancia los ha dejado fuera. Los lloros, súplicas e incluso amenazas veladas de Pablo Iglesias sobre el veto de Díaz han tenido la despreciativa respuesta de la líder de Sumar de: «No tiene demasiado interés».

Ni se molesta en comentar. Le da lo mismo que Iglesias le acuse de «regalar una victoria a la mafia mediática», de que su veto es «un terrible error para su propia candidatura» o incluso de la maldición de que «le pesará». Y le da lo mismo porque con la misma frialdad y desprecio Iglesias acabó con sus críticos. Algunos como Errejón ya vivieron lo que vive ahora Irene Montero. Ahora corren tiempos mejores para él que irá quinto en la lista de Madrid, justamente por delante de la actual secretaria general de Podemos, Ione Belarra. 

El cainismo no ha terminado. Todo apunta a que el votante de Podemos votará a Sumar. Pero nadie sabe cuánto descontento, abstencionismo o incluso castigo puede sufrir. Y nadie sabe si llegará a esos límites que le permitan a Sánchez poder jugar con una coalición, porque tampoco nadie sabe cómo de grande será el hundimiento del propio Sánchez. Lo que sí está claro es que, pase lo que pase,  en la izquierda de la izquierda española, el cainismo seguirá en sus genes.

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