THE OBJECTIVE
Antonio Caño

El PP que España necesita... y el que no

«Derrocar al sanchismo debería significar poner los intereses de Estado por encima de los de Feijóo y los de su partido»

Opinión
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El PP que España necesita… y el que no

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo. | .

La semana pasada tuvimos una oportunidad magnífica de imaginar la alternativa al actual Gobierno de España. Una alternativa ilusionante y conciliadora, si el Partido Popular actúa como en las alcaldías de Barcelona, Vitoria y varias del País Vasco, y otra decepcionante y peligrosa, si repite el modelo de la Comunidad Valenciana. Ambas versiones conviven en el PP actual, con la ambición razonable de incorporar a todos los sectores del centro y la derecha -huérfano el primero de ellos desde que lo abandonó el PSOE de Sánchez-, pero con la incertidumbre también de si la presión de Vox no acabará por inclinarlos hacia posiciones más radicales.

Desde que Alberto Núñez Feijóo asumió la dirección del PP dejó clara su voluntad de conformar una mayoría de centro. Sus primeras decisiones y fichajes así lo ratificaron. Feijóo ha prometido acabar con el sanchismo, que en su expresión más pura equivale a acomodar todos los intereses a los del líder. La promesa de Feijóo debería traducirse, por tanto, en poner los intereses de España por encima de los suyos y los de su partido. Así ocurrió el pasado sábado en Barcelona, donde el PP regaló la alcaldía al PSOE para impedir la victoria de un independentista, aún a riesgo de perder votos en julio, y en Vitoria, donde también dio el poder a la candidata socialista para cortar el paso al aspirante de Bildu. Conviene recordar que tanto los independentistas catalanes como Bildu han sido socios preferentes de Sánchez durante la legislatura que concluye.

Esas dos decisiones no sólo honran a Feijóo, sino que le dan opciones de capturar el respaldo de antiguos votantes socialistas y otros moderados cansados de este declive izquierdista que intenta convencernos de que progresistas es todo aquello que beneficia a Sánchez y que todo lo demás es fascista. Si el PP es capaz de convencer a esos electores huérfanos y hartos de que de verdad intentará ser el presidente del gobierno de todos los españoles, puede acumular un buen puñado de votos en julio.

Sin embargo, tras las elecciones generales serán menos las cábalas y las posibles combinaciones. En julio, Feijóo sólo tendrá ante sí una disyuntiva: gobernar con Vox o sin Vox. Y ante esa situación es obligado advertir que el pacto en la Comunidad Valenciana constituye un duro revés para quienes habían alumbrado esperanzas de un futuro político más centrado y racional. Podrá decirse que es pronto aún para extraer conclusiones, que el PP tiene capacidad para frenar las intenciones más radicales de sus socios. No lo creo. Vox sale envalentonado de esa negociación y legitimado para intentar dar la vuelta por completo al rumbo de la comunidad, para que a partir de ahora se haga todo lo contrario de lo que se ha hecho antes, que se derribe todo lo levantado, que manden los del otro bando. Es decir, para continuar con la polarización y el enfrentamiento.

«En julio, Feijóo sólo tendrá ante sí una disyuntiva: gobernar con Vox o sin Vox. Y ante esa situación es obligado advertir que el pacto en la Comunidad Valenciana constituye un duro revés para quienes habían alumbrado esperanzas de un futuro político más centrado y racional»

Vox no es un partido fascista. Ni siquiera es propiamente de extrema derecha, más que en la posición que ocupa dentro del abanico político nacional, a la derecha del PP, pero no porque justifique la violencia o actúe contra la continuidad de nuestra democracia. En ese sentido, es un partido menos dañino y peligroso que Bildu o los independentistas catalanes, que manifiestan abiertamente su propósito de acabar con la Constitución que garantiza un Estado de derecho en la nación llamada España.

La amenaza que Vox representa y lo que recomienda mantenerlo alejado de las instituciones es su modelo de país. Vox rompe con los principios de tolerancia y convivencia que han caracterizado nuestra democracia desde la Transición. Es verdad que antes lo había hecho Podemos, y precisamente por eso ese partido está al borde de la desaparición y el Gobierno de coalición del que ha formado parte presenta un saldo tan negativo. Vox acentúa la división entre los españoles, estimula a quienes recuerdan con nostalgia nuestra historia más oscura, pone en duda derechos que una mayoría de ciudadanos defiende, señala de forma inquisitorial a las minorías de cuyos valores discrepa y difunde de manera irresponsable los argumentos que alientan la xenofobia. En suma, Vox es incompatible con un proyecto de país que tienda a recuperar el entendimiento, la colaboración y el propósito colectivo que España ha perdido en los últimos años.

Muchos de los que comparten la necesidad de un relevo en el poder Ejecutivo dudan de que la mejor manera de hacerlo sea mediante su sustitución por otro proyecto radical y divisorio de signo contrario. Sánchez ha agotado la capacidad de espanto de los españoles, que ahora necesitan un periodo de tregua y de moderación, no otro experimento pueril ni otra revolución cultural.

Se comprende la tentación de algunos votantes empachados de demagogia y excesos sobre la igualdad de género, los derechos a la carta, la incompetencia legislativa y el entreguismo a las fuerzas anticonstitucionalistas de querer darle la vuelta a la tortilla. A fuerza de contradicciones y embustes, este Gobierno ha nublado el juicio de miles de personas y ha destruido el sentido común. Se comprende la tentación del volantazo y el borrón y cuenta nueva.

Sin embargo, incluso un Gobierno tan malo como este representa a una considerable porción de españoles y deja una herencia, pobre, más bien desafortunada, pero sobre la que es necesario construir con afán de reparación y mejora, no de revancha. Cualquier intento de sustituir el periodo de Sánchez por otro radicalmente opuesto en sus propósitos pero igual en sus métodos, conduciría a España a otra década de parálisis y a sus gestores políticos a un estrepitoso fracaso. Por eso no se puede contar con Vox.

Es evidente que la actual aritmética electoral hace muy difícil la formación de gobiernos mayoritarios. Igualmente, Sánchez ha conducido al PSOE a convertirse en un enemigo -que no un adversario- del PP, lo que frustra cualquier fantasía de una gran coalición constitucional. Eso fortalece a los extremistas y complica la formación de un gobierno moderado.

Pero esas son las cartas con las que Feijóo debe de jugar. Una buena campaña y decisiones como las de Barcelona y Vitoria pueden darle al PP una mayoría suficiente como para prescindir de Vox. Si no es así, se presenta un escenario complicado en el que Feijóo tendrá que mostrar toda la sabiduría de la que pueda disponer para ser coherente con sus promesas y priorizar los intereses generales de España, para buscar una solución que nos evite a todos otros cuatro años de caos gubernamental y, por tanto, para no repetir los errores cometidos en la Comunidad Valenciana.

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