THE OBJECTIVE
Javier del Castillo

Ministerios y agencias de colocación

«En España vamos sobrados de ministros absolutamente prescindibles y de altos cargos elegidos a dedo, a los que aplaude un nutrido grupo de asesores»

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Ministerios y agencias de colocación

La ministra de Igualdad, Irene Montero.

La mesa de reuniones del Consejo de Ministros, en el palacio de La Moncloa, se quedó pequeña el día que Pedro Sánchez aceptó la incorporación de cinco ministros de Unidas Podemos, sin suprimir otras carteras. Pero el problema no era, ni ha sido, de espacio, sino de contenido. La actual composición del Gobierno ha demostrado, en buena medida, el desconocimiento, el grado de ineficacia de algunos titulares de esos ministerios y el incremento exponencial del número de cargos designados a dedo y de asesores. Asesores sin apenas currículum, pero dispuestos siempre a dar la cara por quien les colocó en el despacho. 

La reducción de ministerios propuesta por Alberto Núñez Feijóo, si es que llega a la presidencia del Gobierno, me parece de sentido común. Si hiciéramos hoy una encuesta –como esas que demuestran que la mayoría de los españoles ni saben ni les interesa saber cómo se llaman algunos ministros, sobre todo los nuevos ministros de Industria o Sanidad– a casi nadie le parecería mal esa propuesta. Vería con buenos ojos que el Ministerio de Consumo volviera a ser una dirección general en el de Sanidad, o que el de la Seguridad Social pasara a formar parte de nuevo del de Trabajo. Que Universidades y Cultura se reintegren en Educación, como lo estuvieron con anterioridad, tampoco tendría consecuencias negativas para la gestión de esas materias. 

A la vista de los logros conseguidos por la ministra Irene Montero y sus más estrechas colaboradoras, nadie debería alarmarse porque el Ministerio de Igualdad dejara de tener identidad propia, sin que perder – claro está- por el camino las competencias e iniciativas que ahora tiene. La lucha por la igualdad y por los derechos sociales puede defenderse fuera de la actual estructura ministerial. Una estructura, por cierto, que ha propiciado el derroche, el enchufismo, la elaboración de leyes que facilitan la excarcelación de violadores y el lanzamiento de campañas de concienciación cuyos resultados no se traducen en la disminución de los delitos sexuales. 

«Mejor menos ministerios y mayor eficacia a la hora de administrar el dinero público»

En España vamos sobrados de ministros absolutamente prescindibles y de altos cargos elegidos a dedo, a los que aplaude un nutrido grupo de asesores designados por idéntico procedimiento. 

Por algún lugar debo de tener recortada una viñeta de El Roto en El País en la que queda magníficamente reflejado uno de los principales problemas de nuestra gigantesca estructura administrativa y burocrática. En el dibujo aparece un individuo encorbatado, sentado detrás de una mesa de grandes proporciones (lo que José María García llamaría una poltrona) y un colaborador enfrente que le pregunta lo siguiente: «¿Qué hago ahora, señor ministro?». La respuesta del ministro es clarificadora y elocuente: «Nada, pero deprisa». 

En la situación económica en la que estamos, con una deuda del Estado de 1,35 billones de euros, no es asumible la proliferación de ministerios sin apenas competencias. Ni, como denunciaba El Roto en su viñeta, es admisible que se pueda permanecer tanto tiempo en la poltrona, a costa de los Presupuestos Generales del Estado, simulando que se hacen cosas, cuando en realidad no se está haciendo nada. 

En España disponemos de una estructura orgánica dispersa, donde prima la cantidad sobre la calidad. Una maquinaria burocrática mastodóntica que arrastra los papeles y los problemas de un lado a otro y que acumula carpetas en las mesas y estanterías de los ministerios, sin que tanto papel y tanto movimiento sirvan, finalmente, para mejorar el servicio a los ciudadanos.

Por tanto, mejor menos ministerios y mayor eficacia a la hora de administrar el dinero público, que pagamos con nuestros impuestos. Salvo que se piense -como pensaba Carmen Calvo, cuando era ministra de Cultura con Zapatero- que «el dinero público no es de nadie». 

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