THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

No es Sánchez, es el PSOE

«Sánchez es un producto del partido socialista. No es un ‘alien’, sino un personaje crecido en su interior que ha sabido interpretar cómo funciona la organización»

Opinión
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No es Sánchez, es el PSOE

Logo del PSOE.

Uno ya es muy mayor, y tiene algún estudio que otro, como para tragarse el cuento de que el problema del PSOE es Sánchez, solo Sánchez y nada más que Sánchez. La trampa de esta acusación es considerar que una vez esté fuera el actual secretario general, todo se arreglará porque el partido socialista es inocente y benéfico.

El PSOE sería, según esta ensoñación, como el hombre en estado de naturaleza que describió el totalitario fantasioso de Rousseau: nacido bueno, pero contaminado por la sociedad. No. La culpa de la situación del partido es de los barones del PSOE y de sus bases. Ni siquiera ahora los primeros son capaces de levantar la voz de verdad. Lo harán cuando Sánchez se haya ido por perder el poder. Ni un segundo antes.

Los dirigentes territoriales han tragado con el cesarismo de Sánchez desde 2017 porque lo eligió una militancia fanatizada. Desarticuló la democracia interna y construyó las listas a su antojo, como hemos visto en el Comité Federal. Nada se mueve en el partido sin la aquiescencia de su secretario general porque ya no hay disidencias ni corrientes. Es un coro de palmeros que solo son noticia cuando dicen algo que se interpreta como una crítica al sanchismo, que inmediatamente rectifican o matizan.

«Sonrieron cuando Sánchez se desdijo una vez más y pactó con Pablo Iglesias»

Ampliemos la descripción. Aceptaron los votos de Bildu aunque Sánchez prometió que no lo haría, y luego sostuvieron que los filoetarras eran mejores que los del PP porque eran «progresistas». Ayudaron a blanquear a los herederos políticos del terrorismo incluso cuando hacían homenajes a los asesinos de ETA, o los metían en las listas electorales.

Sonrieron cuando Sánchez se desdijo una vez más y pactó con Pablo Iglesias, el comunista bolivariano, en lugar de acercarse al Ciudadanos de Albert Rivera o tender una mano al PP. Esto último, apostar por un gobierno de «gran coalición» en momentos de crisis o inestabilidad, es considerado un delito de alta traición en el PSOE. Tal decisión no la inventó Sánchez con su «no es no», sino Zapatero en 2003 con su Pacto del Tinell.

«Con Rivera no», decía la militancia en Ferraz y los dirigentes tragaron o aplaudieron. Luego han estado en silencio viendo a los ministros de Podemos proponer leyes nefastas, como la del solo sí es sí, o borrar a las mujeres con su ley trans, o meter la pata hasta el fondo, como Alberto Garzón con la ganadería extensiva. Es más; aguantaron los insultos de Pablo Iglesias porque era el socio del jefe, como ahora hacen como que no oyen los que profieren las podemitas que buscan acomodo en el negociado de Yolanda Díaz.

Estos mismos barones no dijeron nada cuando Sánchez insultaba al Rey en el protocolo una y otra vez. Estos desprecios a la cabeza de la monarquía no era solo una cuestión personal, sino política para congraciarse con ERC. ¿O es que no recordamos que dejaron fuera a Felipe VI en la entrega de los despachos de los jueces en Barcelona? Y, por supuesto, los barones aceptaron el indulto de Sánchez a los golpistas de 2017 para pactar con ERC la gobernabilidad del Estado.

«Quejarse ahora es fácil, pero se lo han ganado a pulso desde hace tiempo tanto los barones como la militancia»

El mal del PSOE se llama patriotismo de partido, que lleva en numerosas ocasiones a distanciarse de una práctica democrática responsable. Quejarse ahora es fácil, pero se lo han ganado a pulso desde hace mucho tiempo tanto los barones como la militancia. En buena medida, han sido sus intelectuales, propagandistas y periodistas los que han alimentado esa forma de ver la política, y esas costumbres tan alejadas de la democracia.

Tampoco nos vamos a poner estupendos. Todos los partidos se construyen como una red clientelar interna. La lealtad es más importante que el conocimiento y la eficacia. De hecho, la mayor parte del tiempo sus miembros están pensando en cómo sobrevivir a las puñaladas «amigas» o hacer la zancadilla a algún «compañero». Y, por supuesto, la democracia interna es un cuento mientras la oligarquía, al dictado del mandamás de turno, funciona a toda máquina sobre los obedientes vasallos.

No sabemos qué quedará del PSOE tras Sánchez, porque Sánchez es producto del PSOE. No es un paracaidista llegado de otro partido, ni un alien, sino un personaje crecido en su interior que ha sabido interpretar bien cómo funciona y respira la organización. Sánchez es el producto natural del partido socialista. La duda es si este PSOE, con esos dirigentes y la deriva radical de su militancia, será capaz de alumbrar algo diferente que sea útil a la democracia española, no a una persona o a su propio partido.

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