Berlusconi: excesos y engaños
«Con la sonrisa en los labios, mediante promesas demagógicas, incumplibles, excesivas, tenía una gran habilidad para engañar. Como todos los populistas»
Hubo un tiempo, no tan lejano, en que los grandes políticos occidentales siempre eran gente con fuertes convicciones democráticas, seria y profesional, con buena formación para desempeñar sus tareas, sabían pues lo que se llevaban entre manos. Hasta que llegó Berlusconi.
Antes de él, y sin salir de Italia, pensemos en Moro, Berlinguer o Fanfani; en Francia, De Gaulle, Giscard d’Estaing o Mitterrand (aunque este último fuera un farsante, era también inteligente y culto); en Alemania, Brand, Schmidt y Kohl; en Portugal, Mario Soares y Cavaco Silva. En los últimos años, ya después de la irrupción de Berlusconi en la escena en 1994, han sido figuras muy notables Tony Blair, Angela Merkel, Macron y Antonio Costa, estos dos últimos aún primeros ministros.
Como pueden comprobar, he elegido políticos del entorno y de tendencias variadas porque lo importante no es el campo ideológico al que pertenecen sino que todos ellos han contribuido a la construcción de la democracia y de la unidad de Europa en la segunda fase de la postguerra, la que comienza en los años sesenta.
Los artículos necrológicos suelen ser respetuosas glosas respecto al recién fallecido, se resaltan especialmente las virtudes y se intentan obviar los defectos. Pero este no el caso de hoy: o evitaba hablar de Berlusconi o si digo lo que pienso sobre él no será nada halagador porque mentiría.
«Su estilo de gobernar ha supuesto el comienzo del populismo político en Europa»
En efecto, su estilo de gobernar ha supuesto el comienzo del populismo político en Europa, un modo de hacer política que, a mi modo de ver, está intentando socavar (sin haberlo logrado, por supuesto) los cimientos de la democracia liberal, en especial el Estado de derecho, con repercusiones negativas también respecto a la llamada sociedad del bienestar. No se trata de que Berlusconi sea de derechas o de izquierdas, se trata de que su comportamiento como político, su actitud ante la política como servicio público, ha dañado profundamente el sistema democrático italiano y, a la vez, se ha erigido como modelo para otros países.
Cuando pienso en Berlusconi siempre me lo imagino como un gran cantante de cruceros, su primer trabajo, tras cursar brillantemente estudios de Derecho en la universidad de Milán. Seguro que era un cantante vulgar pero también es seguro que debía tener un éxito arrollador en alta mar o en los puertos donde el buque hacía escala. Mal tocando una mandolina o un acordeón, sin duda se hacía el amo del barco.
También siempre que pienso en Berlusconi me acuerdo de Vittorio Gassman en La escapada (Il sorpasso) aquella excitante película de Dino Risi que transcurre por la costa turística de La Liguria durante un tórrido fin de semana de agosto. El personaje que interpreta Gassman (prototipo de un desenvuelto e irresistible latin lover de la época) contrasta con el otro protagonista, un tímido estudiante interpretado por Jean-Louis Trintignant que se contagia al final de la desenvoltura incontenible del amigo e inocentemente muere víctima de sus muchos excesos. Así fue Berlusconi en sus negocios privados y en su vida pública.
De familia de clase media milanesa, amasó una inmensa fortuna de más que dudoso origen (siempre se habló de sus conexiones y amistades con la mafia) en el ramo inmobiliario y financiero. Pero en un momento dado, como un reto personal, se dispuso a intervenir en política primero a través de influir desde los medios de comunicación y, ya a mediados de los noventa, fundando un partido de significativo nombre, Forza Italia, el grito proferido por los aficionados al calcio para animar en los estadios a los jugadores del equipo nacional.
En realidad, Berlusconi quería desafiar a las élites empresariales clásicas de Italia, triunfar siendo lo opuesto a una clásica familia burguesa, a la larga casi aristocrática, como los Agnelli, entonces propietarios de la Fiat, la empresa que durante todo el siglo XX fue el símbolo del poderío industrial de Italia. Y lo logró: mientras los Agnelli pasaban dificultades económicos los negocios de Berlusconi iban viento en popa.
Todo ello no sería un defecto sino una virtud a menos que confundiera sus negocios con la política, con su partido, e intentara organizar el Estado como si fuera una empresa, una empresa propia sin reglas democráticas, sometida a su voluntad. Es ahí donde cambió las reglas del juego, escapó a las del Estado de derecho y las manipuló a su antojo. Lo compraba todo: políticos, legisladores, jueces, clubs de fútbol, periódicos, editoriales y emisoras de radio y televisión. También a los cargos y militantes de su partido, que siempre fue para él de su propiedad. Después los millonarios rusos lo imitarían.
«La inseguridad jurídica y la corrupción lo invadieron todo»
Hombre de simpatía arrolladora y de una energía incombustible, de hecho quiso comprar, finalmente, un Estado. Lo intentó pero no lo consiguió, al menos del todo y por ahora. Pero Italia económicamente no prosperó como podía, a pesar de la capacidad de los italianos para el comercio y la industria. Invertir en Italia era inseguro, no se sabía muy bien cuando cambiarían las normas: la inseguridad jurídica y la corrupción lo invadieron todo.
Se echó mano de algunos tecnócratas de gran prestigio para que arreglaran la situación (Lamberto Dini primero, últimamente Mario Monti y Mario Draghi) pero desgraciadamente fracasaron. La ambición de Berlusconi, junto a la Liga y al Movimiento Cinco Estrellas, todos ellos tan populistas como el partido de Berlusconi, hacía imposible que el sistema político funcionara como una democracia bien asentada.
Lo más inexplicable es que los italianos, en su mayoría claro, no rectificaran este rumbo suicida. Todo está bien explicado en La escapada, la película a la que antes nos referimos. Berlusconi es el personaje de Vittorio Gassman, un líder carismático; el personaje que interpreta Trintignant es el buen pueblo italiano que se deja engañar y al final muere despeñado mientras el amigo, el gran líder, el hábil, el cínico, el simpático, salta a tiempo y se salva.
Es la viva imagen de las democracias populistas frente a las democracias liberales y representativas. Berlusconi no era sólo un hombre de excesos sino sobre todo de engaños. Con la sonrisa en los labios, mediante promesas demagógicas e incumplibles, a todas luces excesivas, tenía una gran habilidad para engañar. Como todos los populistas.