El bikini de Lola Índigo
«El metro es la cara b de la playa y de lo sexy. Aplaca cualquier tentación de la vanidad. Se ve uno en los demás como en mil espejos rotos, nada favorecedores»
Desde hace días, cuando salgo del metro, me encuentro ante las narices el anuncio de los bañadores Tezenis, en el que Lola Índigo (una joven cantante, más o menos suculenta, que está de moda), fotografiada a tamaño natural y en contrapicado, parece ofrecerse, apenas vestida con un sucinto bikini. Este anuncio está en todas las estaciones y está empezando a convertirse en una obsesión: tiene Lola un rostro inexpresivo, o como si se estuviera aburriendo junto a su tabla de surf, y te estuviera esperando, y adelantase hacia ti, que en ese momento sales del vagón, la vulva, para que le arranques a mordiscos el tanga (con pliegues de tela rugosa, y realzado, como para subrayar la alusión con la mayor literalidad, por unas pequeñas conchas marinas).
El efecto de contradicción entre las visiones del vagón metro y la visión de esta chica del andén es grande. El metro es la cara b de la vida soleada, de la playa, y de lo sexy. No se baja al subsuelo y se toma el metro por placer precisamente, sino por obligación. Aunque el vagón es un no lugar, un espacio funcional para transportarte de un sitio significativo a otro sitio significativo, si uno está de ánimo contemplativo y se fija en los otros pasajeros, es inevitable un pinchazo de angustia. En realidad, en el metro nadie está del todo, todos van leyendo o jugando juegos en sus teléfonos. La luz lívida impregna las figuras de la idea de desgracia, de adocenamiento, de fracaso.
Brel, en su canción Voir un ami pleurer, compara una serie de desgracias con la peor de todas, que es «ver a un amigo llorar». Es que él tenía el culto de la amistad: «Desde luego, están las guerras de Irlanda, y los pájaros asesinados, y esta falta de ternura en el mundo, y la muerte que aguarda al final… ¡Pero ver a un amigo llorar…!» Pues bien, entre las jaculatorias de las desgracias casi comparables a la de ver a un amigo llorar, desliza ésta: «Et ce métro rempli de noyés…». (Y ese metro, lleno de ahogados). Subo al metro y me viene a los labios esa canción, ese verso. El joven Gainsbourg escribió Le poinçonneur des Lilas, sobre el controlador de la estación Porte des Lilas en París, que se pasa la vida haciendo agujeritos en los billetes de primera y segunda clase, agujeritos, agujeritos, agujeritos, a la espera de que llegue el día en que lo metan en un «agujero más grande». Brrrr.
«En el metro todo lo domina un aire estabulario y sacrificial»
Algunos izquierdistas franceses, situacionistas tardíos -también hablo ahora de décadas atrás-, para criticar la vida alineada de las masas la definían con la sentencia «métro, boulot, télé, dodo» (metro, curro, tele, cama). No es un proyecto de vida exaltante. El otro día la escritora Llucia Ramis (Las posesiones, Anagrama), que se ve que también va en metro, concretamente en la línea amarilla de Barcelona, escribía en su columna que todos los pasajeros, abstraídos en sus móviles, están allí, en el vagón, ajenos a los demás y extrañados de su propia situación, y además «dentro de poco, todos iremos con el casco de realidad virtual, y la imagen de alienación será absoluta».
Puedo imaginarlo, acaso llegaré a verlo. Ella acababa el artículo diciendo que «en el metro lleno, me siento sola; creo ser la única que da importancia a lo que pasa aquí». Única, no, yo también le doy alguna importancia. Me doy cuenta de que tomar el metro aplaca cualquier tentación de la vanidad. Me recuerda muchas cosas. Agradezco al metro esa escuela moral. Se ve uno en los demás como en mil espejos rotos, nada favorecedores. No digo que no sean atractivas esas pasajeras (y pasajeros), pero es que todo lo domina un aire estabulario y sacrificial.
Al salir y darme de narices con la vulva de Lola Índigo, y todo el resto de su joven cuerpo bronceado, con sus tatuajes y todo, extendido en una tumbona playera, junto a la tabla de surf, con esa expresión en el rostro vagamente aburrida y desdeñosa, como diciendo «¿te decides, o vas a seguir mirándome?», pienso que ese anuncio no va, obviamente, dirigido a mí, que no uso bikini, sino a las pasajeras femeninas del metro. Les vende el bikini Tezenis, ábrete sésamo a la experiencia del veraneo, la fama, la juventud, el atractivo sexual, el sol, el lujo y el desprecio. Todo eso volverán a verlo, todas esas promesas volverán a serles formuladas mañana, cuando salgan de los vagones a los andenes.