«Que os den», la arrogancia convergente del desplante
«El exabrupto de Trias no es más que el berrinche de quien sin advertirlo se ve desalojado de su propia casa por una panda de okupas zarrapastrosos»
Mucho se ha hablado del peculiar desplante de Xavier Trias cuando se enteró a última hora de que no iba a ser el alcalde de Barcelona. Su gozo en un pozo. Y con su desilusión la de muchos independentistas y otros señores de la Condal que pensaron, durante los días previos a la investidura, que por fin volvían a tomar las riendas del consistorio. Pero al PP de Sirera no le quedaba otra que hacer un Valls si no quería pasar por el cómplice de una anómala alcaldía independentista en Barcelona. La inhibición de los Comuns, particularmente de Ada Colau, que abandonó toda intención de seguir en el gobierno municipal, facilitó el paso el frente de los populares, que, asimismo, vendieron el gesto como una valentía inaudita y algo así como la constatación de su responsabilidad de Estado.
No negaré que una alcaldía encabezada por Trias y arropada por ERC en Barcelona me resultaba una opción insidiosa y que en nada podía beneficiar a la convivencia y al progreso de la ciudad. Bien es cierto que Trias, en campaña, se presentó como un hombre de consenso, e incluso apareció con unas siglas tuneadas que pretendían desvincularle del lodazal de Junts. Pero no es menos cierto que en su candidatura no faltaban antiguos compañeros convergentes. Aquello de los perros y los collares. Así que su defenestración in extremis a la bancada de la oposición fue la buena noticia del pasado sábado.
«Ahí aparecieron las verdaderas maneras convergentes: ese desprecio que muestra aquel que se cree en posesión del cortijo»
Y aunque el hombre se presenta como un señor provecto y cabal, con su punto calculado de bonhomía, franqueza y despiste, la jugada que en el último minuto lo dejó con su palmo de nariz y con un cabreo considerable desveló su actitud más chulesca. La muestra fue aquella expresión de casticismo catalán con la que adornó su discurso: «que us bombin». O sea, un «que os den» recto e indisimulado. Venía a decir Trias que, por su parte, el juego había terminado y que mejores cosas tenía que hacer allende la Diagonal, donde los problemas más perentorios de los conciudadanos se relativizan con la perspectiva que otorga la confortabilidad burguesa.
Ahí es cuando aparecieron las verdaderas maneras convergentes: ese desprecio que muestra aquel que se cree en posesión del cortijo y se considera expulsado con artimañas de sus dominios. El argumento de la lista más votada queda deslegitimado desde el momento que su partido pactó con ERC para formar el gobierno de la Generalitat después de que las elecciones las hubiera ganado el socialista Illa. Así que, tras el arrebato sincero de menosprecio al público en general, sonó a excusa avergonzada. Recordó aquel momento en que, tras 23 años ininterrumpidos de Gobierno en la Generalitat, los convergentes fueron expulsados del poder y la esposa de Jordi Pujol, Marta Ferrusola, dijo entonces que le parecía «como si nos hubieran entrado a robar en casa». Ese sentimiento de unión indivisible con la patria en un destino universal y la consideración de ilegítimos de todos aquellos que no compartan el credo sacrosanto del nacionalismo.
El exabrupto de Trias, por tanto, no es más que el berrinche de quien sin advertirlo se ve desalojado de su propia casa por una panda de okupas zarrapastrosos. Hubiera tenido su gracia como una airada reacción nihilista de anciano cascarrabias, pero por el contrario evidenció las malas maneras y la arrogancia de un señor de orden que se queda sin mando en plaza. Aun así, no creo que el malhumor le dure demasiado. Le espera una plácida jubilación por delante y la conciencia tranquila de quien, aunque a simple vista pueda parecer lo contrario, sabe que los verdaderamente suyos tienen copia de las llaves de la ciudad.