THE OBJECTIVE
Anna Grau

¿Quién nos da por saco a todos?

«De todo lo que se puede reprochar a PSOE y PP y a sus sucursales catalanas, lo más grave es haber contribuido a agravar el axioma de que ‘Catalonia is different’»

Opinión
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¿Quién nos da por saco a todos?

Ilustración de Erich Gordon.

Mucho se ha especulado estos días cuál sería la traducción más precisa al español del sensacional «que us bombin a tots» con que Xavier Trias se despidió el sábado 17 de junio de la alcaldía de Barcelona que sólo una hora antes acariciaba, y que se le desvaneció en las narices en virtud de un pacto PSC-Colau-PP del que mucho se hablará, nos tememos, a la vuelta de las elecciones y de la esquina. Cuando sea evidente que el colauismo ahí sigue, empotrado en el Ayuntamiento de la capital catalana (y en sus tupidísimas, asfixiantes redes clientelares…), así sea momentáneamente disfrazado de elefante rosa.

«Que us bombin a tots» = «Que os den por saco a todos». Esa sería mi recomendación filológica y hasta política, oído lo oído, visto lo visto. Y lo que nos queda por ver.

El socialista Jaume Collboni es alcalde gracias a que el alcaldable del PP catalán, Daniel Sirera, no se atrevió a postularse y votarse a sí mismo como sin complejos sí que hizo el de Vox, Gonzalo del Oro Pulido. Es curioso que el señor de Vox no tema ser acusado de favorecer una alcaldía independentista en Barcelona, y el del PP catalán sí. Normal si piensas que en sus propias filas, en las propias huestes azules catalanas, hay quien se lleva las manos a la cabeza avizorando/temiendo una nueva cultura del pacto del Majestic. Sirera ha preferido hacerse un Manuel Valls (quien se apresuró a felicitar calurosamente a su epígono…) y a esperar que escampe, poniéndose de perfil incluso cuando Collboni tuvo el cuajo de admitir, caliente aún su investidura, que va a mantener en sus puestos a toda la infantería colauista en el Ayuntamiento, a la espera de la primera ocasión de devolver sus despachos y sus poderes a la oficialidad.

Vaya por delante que de ser así, de ser todo así, cabe reproche ético o moral, más que legal. Los canales de la democracia son los que son y si uno reúne los apoyos para ser alcalde, alcalde será. Del mismo modo que la ley permite el transfuguismo político más bochornoso, y hasta actuar como un caballo de Troya dentro de un partido para hacerse con un cargo en otro. Todas estas cosas se pueden considerar promesas electorales rotas, fraudes al votante, pero también se supone que el votante tiene en su mano el supremo botón nuclear (te voto, no te voto…) para castigar los comportamientos que más reprobables le parezcan. Otra cosa es el arrepentimiento sobrevenido de muchos votantes y no votantes que luego te dicen: si llego a saber que esto iba a ser así o asá, voto otra cosa. A lo mejor por eso sólo dejan votar cada equis años, y dan el repelús que dan las listas abiertas y las segundas vueltas.

«El mensaje de Trias iba más bien dirigido a sus propias filas»

Como candidata de Ciutadans al Ayuntamiento de Barcelona que obtuvo menos apoyos de los esperados (también dentro de mi propio partido), quiero agradecer sus cariñosas palabras de ánimo a las personas que me, nos, paran por la calle, para decirme, para decirnos, que no entienden muy bien qué ha pasado aquí, y para pedirme, para pedirnos, que por favor no tire, no tiremos, la toalla. Especialmente en Cataluña, eterno kleenex de usar y tirar de la política española, cromo eternamente intercambiable y sacrificable en aras de un particular interés superior. Llámese independentismo, llámese una «conllevancia» perversa que sólo se acuerda de los catalanes cuando llueve, cuando interesa abrir despachos de lujo en la Diputación de Barcelona o hacer amigos en las presuntas élites que deberían arrojar flores y bombones al paso de quien enfile el camino de La Moncloa. Como si Puigdemont fuera Tarradellas. Como si Aragonès fuera Pujol. Como si el peix al cove del 3 per cent no se hubiera convertido en un tiburón insaciable.

Xavier Trias no dijo «que os den por saco a todos» por la amargura de no ser alcalde. Yo creo que ese sapo ya lo tenía esófago abajo. No, el mensaje iba más bien dirigido a aquellos de sus propias filas que a partir de ahora podrían pedirle que allí siga, lidiando con la okupación de su espacio político. Y es que a los indepes de toda la vida les ha salido una dura, durísima competencia, con esta derecha y esta izquierda, ambas españolas, o eso dicen, pero que le han empezado a ver las ventajas a ser no ya socios de Bildu, de ERC, etc, sino a rifarse su visión de Barcelona, de Cataluña y de España, y a sacar tajada de ella.

De todo lo que se puede reprochar a PSOE y PP y a parte de sus sucursales catalanas, para mí lo más grave es haber contribuido a agravar, ahondar y petrificar el axioma de que Catalonia is different, de que requiere otro trato, otra mano y otra política (incluso leyes aparte), y de que semejante salvajada puede además subordinarse a intereses y agendas particulares de partidos que se dicen nacionales. Ya me perdonarán, pero por lo menos los independentistas tienen el pase de serlo. De odiar a España (Cataluña real incluida) con toda su alma. Pero, ¿qué excusa tienen los demás para proponer que sea normal en L’Hospitalet del Llobregat lo que no se aceptaría en Torrelodones?

Cataluña es en estos momentos exportadora neta de prácticas antidemocráticas y de decrecimiento económico a ese «resto» de España que tan felices se las promete sin nosotros, tan machaconamente pesados siempre con lo mismo. Cataluña ha sido y es un kleenex de usar y tirar para mucho líder y dirigente político que parecía alguien, que parecía algo, que se decía capaz de enfrentarse a no sé cuántos gigantes y molinos de viento por nosotros. Hasta que pintan bastos. Y aburrimiento.

«No hay catalanes (no independentistas) pesados o egoístas, hay españoles frívolos»

Para muestra, un botón. Un mensaje reciente que me entró en el móvil, no importa el autor. Baste decir que era alguien que llegó a hacer carrera bastante llamativa en mi partido, en Ciudadanos, sacando valientemente la cara, o eso parecía, en nombre de las incontables víctimas civiles del procés. Alguien que ahora dice que no ve bien que algunos pidamos el repliegue/reagrupamiento de Ciutadans en Cataluña, para acometer la maduración en el kilómetro 0 del proyecto que acaso quedó pendiente por querer abarcar demasiado lejos, demasiado rápido. Y va mi interlocutor y me afea este análisis en los siguientes términos:

«En Cataluña vivisteis el lastre de ser en el resto de España un partido de derechas (por culpa de algun@s entre los que no me incluyo) y en el resto de España tener que machaconamente repetir un discurso que interesaba poco o nada (después de los primeros momentos críticos de octubre de 2017). ¿Entonces qué hacemos juntos?»

No está mal la preguntita que cierra el mensajito. Quisiera saber yo si hay mucha más gente que piensa pues eso, que en el «resto» de España interesa «poco o nada» la defensa del orden constitucional en el «no resto» de España que es Cataluña, donde viven uno de cada seis españoles, según los últimos censos.

No hay catalanes (no independentistas) pesados o egoístas, hay españoles frívolos. Españoles de tercera regional por mucho que saquen pecho en la capital del reino. ¿Qué hacemos juntos, señores? Por de pronto estarlo, que no es poco. Por mucho por saco que nos den.

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