El ministerio de la propaganda
«Mire la realidad y pregúntese si no seguiremos viviendo bajo los 11 principios con los que Goebbels hizo de la manipulación informativa un arte»
Le propongo un juego. La cosa es sencilla, no se inquiete. Yo le cuento ciertos pasajes de lo peor de nuestra historia, de lo que hicimos tanto como españoles como raza humana, y usted, en un derroche de encaje memorístico, coloca la información en cada uno de estos días electorales.
Corrían los primeros meses de nuestra vergonzante guerra civil. En uno de los bandos, el republicano, se creó el Ministerio de la Propaganda para controlar la información dentro y fuera de nuestro país. El periodista y político alicantino Carlos Esplá -famoso en 1921 por meterse hasta las trancas en una campaña por la defensa del consumo de cocaína y morfina en los cabarets y salas de variedades- a las órdenes de Largo Caballero, dirigió este departamento en el que la prensa escrita, las radios, el cine y toda expresión artística eran instrumentos publicitarios «al servicio de la República y del pueblo que la defiende». Esta modernidad duró lo que duró el último Gabinete del líder socialista antes de que la contienda fratricida lo pusiera todo perdido de sangre. Una estrategia breve para dominar las ideas de un pueblo mayoritariamente analfabeto sin herramientas para pensar por sí mismo, que de original, tenía bien poco. Una burda copia del departamento de propaganda nazi que, tres años antes, Goebbels creara dotándolo de 11 principios básicos que ahora mismo, si le parece, le resumo para comenzar a jugar al «esto me suena».
«La propaganda se alimenta de complejos, odios y prejuicios tradicionales»
Vamos allá. 1. Aglutinar. Individualizar al adversario en un único enemigo. 2. Definir. Reunir a los adversarios en una sola categoría. 3. Distraer. Cargar al adversario de los propios errores o defectos, y si no se pueden negar las malas noticias, inventar otras que las suplan. 4. Exageración. Convertir cualquier hecho, por pequeño que sea, en una grave amenaza. 5. Vulgarización. Adaptar el nivel de la propaganda al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. 6. Insistencia. Limitar un número pequeño de ideas y repetirlas incansablemente desde diferentes perspectivas pero siempre los mismos conceptos. 7. Renovación. Emitir constantemente informaciones para que cuando el adversario responda, el ciudadano esté ya interesado en otra cosa. 8. Verosimilitud. Construir argumentos a partir de distintas fuentes y sus globos sondas. 9. Silenciamiento. No decir nada si no se tienen argumentos, disimular las noticias que favorecen el adversario y contraprogramar en medios afines. 10. Transfusión. La propaganda se alimenta de complejos, odios y prejuicios tradicionales. Remover los sentimientos mas primitivos de un pueblo a modo de confrontación. Y 11. Unanimidad. Promover la idea de que se piensa como todo el mundo y el otro es el raro.
Con todo esto el pobre diablo, como se llamaba a sí mismo -el cojo diabólico y enano como le llamaban los otros- pudrió la materia gris de los alemanes con estos principios que podrían ser otros, dado que creía firmemente que las masas poseen una flaca memoria y da igual contradecirse. Por cierto, que esta maquinaria propagandística vigilaba y señalaba a periodistas críticos con las ideas hitlerianas, compraba y subvencionaba medios de comunicación y amenazaba con el cierre a los contrarios a sus preceptos. Dicho todo esto, hasta aquí llegó el juego. Ahora, mire la realidad y pregúntese si no seguiremos viviendo bajo los principios del ministerio de la propaganda del que hiciera de la manipulación un arte, no en vano a él se le atribuye la frase «una mentira repetida mil veces siempre se acaba convirtiendo en una verdad».