El Orgullo no es la Semana Santa de los gais
«La fiesta no celebra ninguna fe, sino la ampliación de un marco de libertades que hasta hace muy poco excluía a muchos conciudadanos por su identidad sexual»
En el PSOE están convencidos de que adelantar las elecciones generales al 23 de julio fue una genialidad de Pedro Sánchez. Y creo que tienen razón. Al acierto de forzar el solapamiento de la campaña electoral con las negociaciones de PP y Vox en autonomías y ayuntamientos, se suma el acierto -seguramente imprevisto- de solapar ambas con la semana del Orgullo. El Orgullo es para el PP como el 12 de octubre para el PSOE: quieren participar, pero sus alianzas siembran dudas sobre su verdadero compromiso con la causa. Afortunadamente, al PSOE no le escupen desde los tanques como al PP desde las carrozas, pero coincidiremos en que ambos juegan con el público en contra.
Santiago Abascal aseguró anteayer, 28 de junio y día oficial del Orgullo, que no lo celebrará porque es heterosexual, como quien dice que no ayuna en Ramadán porque no es musulmán. Es una visión extendida en la derecha, también entre la menos extrema, que convendría precisar, porque el Orgullo no es una fiesta religiosa sino civil. No atañe a unos pocos fieles, sino a todos los ciudadanos de esta democracia liberal. El Orgullo no es el Eid al Adha ni el Yom Kipur de la comunidad LGTBI, y los desfiles de carrozas no son las procesiones de Semana Santa. La fiesta del Orgullo no celebra ninguna fe, sino la ampliación de un marco de libertades que hasta hace muy poco excluía a muchos conciudadanos por su orientación o su identidad sexual. Y como todo movimiento, celebra a la vez que exige que esas libertades se consoliden no solo en el ordenamiento jurídico sino en la conciencia de los ciudadanos. Y este es un compromiso que nos atañe a todos.
«Abascal debe revisar ese modo de hablar del Orgullo como una religión distante que no profesa»
Esto no implica que Abascal tenga que participar en la carrera de tacones, pero sí revisar ese modo de hablar del Orgullo como una religión distante que no profesa, pero que no tiene más remedio que respetar. Porque los heterosexuales también tenemos motivos para celebrar, como los hombres celebraron el sufragio femenino como una conquista común.
No ignoro que en muchos casos son los convocantes y portavoces de las fiestas quienes niegan a otros la posibilidad de participar, entonando discursos excluyentes y adoptando conductas de una grosería que frisa lo antidemocrático. Sí, hay quienes lo viven con el dogmatismo propio de una fiesta religiosa. Sí, hay quienes lo emplean para ahondar en el tribalismo político. El elemento sectario de la fiesta está a la vista de todos. Por eso entiendo que quienes han sido excluidos se nieguen a participar y sean reticentes a hacer ningún gesto público. Pero no perdamos de vista que lo que allí se celebra es la victoria sobre una represión histórica. Y esa celebración, aunque escandalice a algunos, será sexualizada porque simboliza la rebelión contra la represión injusta de impulsos amorosos y carnales. En la biografía de toda la comunidad LGTBI hay episodios de dolor por esos deseos que fueron ilegales primero y vergonzantes siempre. Que hayan dejado de serlo es un motivo de orgullo para todos, porque el Orgullo no celebra ser gay o lesbiana, sino poder serlo en libertad.