THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

Políticos, mentira y moral

«El argumento de Sánchez sobre el cambio de opinión es inmoral y torpe. Consiste en pedir que se le vote a ciegas para que haga lo que le dé la gana, con quien sea»

Opinión
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Políticos, mentira y moral

María Guardiola.

El quiebro de María Guardiola en Extremadura no ha sido cualquier cosa. La popular extremeña pasó de un extremo al otro sin dar más explicaciones que decir que los intereses de su región están por encima de sus opiniones. ¿No lo sabía antes? Es una mala respuesta. Es preferible decir que se equivocó, dar la cara, humanizar la metedura de pata, y poner punto final. 

El reconocimiento del error, lejos de lo que digan la miríada de asesores y pelotas, es mostrar dignidad y moralidad en tiempos de hipocresía y mentiras. Quizá sea mucho pedir que los dirigentes hagan un esfuerzo por presentar algo de moral en el desempeño del cargo. Es posible; pero ya que cobra de todos nosotros al menos debería rodearse de gente que le aconseje ir por el camino recto. Es lo inteligente porque al final se pagan menos peajes. Comenzar una legislatura con una mentira y una mala excusa es una afrenta pública que se arrastra hasta el final. 

Lo de Guardiola es inmoral y tontorrón, pero lo de Pedro Sánchez es mentir. El presidente no ha contestado a las acusaciones de mentiroso, proferidas desde 2018, hasta que uno de su equipo ideó la respuesta perfecta: nada de lo que ha hecho desdiciéndose han sido mentiras, sino cambios de opinión. 

«Sánchez ha trastocado los elementos por los que el electorado le otorgó su confianza»

El problema del argumento sanchista es que no eran opiniones, sino promesas estrella y puntos programáticos importantísimos que construían su perfil político. Sánchez erigió su imagen con principios que forjaron un tipo de liderazgo y un programa. No eran opiniones, sino elementos clave de su personalidad política. O eso creyeron sus votantes.

Un punto programático y una promesa política no son valoraciones o juicios sobre algo, o no deberían serlo. Una opinión es algo personal, de responsabilidad individual. Un programa es una decisión colectiva de un partido. En este caso, el PSOE. Sánchez ha modificado los puntos fundamentales del perfil político que representaban al partido socialista. Ha trastocado los elementos por los que el electorado le otorgó su confianza. No conviene olvidar que el confiar en alguien para que ejerza el poder, el principio de confianza, es la base de la democracia. 

Sánchez, en cambio, los varió completamente. Lo hizo de espaldas al electorado y a su partido para llegar al Gobierno y conservarlo. A eso se le llama estafa. Por eso ha generado tanta frustración y desengaño. De ahí el cabreo de muchos socialistas de toda la vida y el fuerte antisanchismo. Han sido esos cambios en los puntos básicos los que obligan a Sánchez a tomar las convocatorias electorales como plebiscitos sobre su persona. 

Pablo Iglesias pasó por una situación similar, tan inmoral e indigna como esta, cuando tuvo que someter a referéndum entre sus «inscritos» si había hecho bien comprado un casoplón en Galapagar. Aquella adquisición inmobiliaria dejó en ridículo su discurso contra «la casta» y su crítica a la vida de millonario que se pegaban los políticos. Quiso tapar aquella incongruencia que dañaba a la imagen del partido con un referéndum sobre su persona. Este tipo de salidas son intentos desesperados de legitimar inmoralidades. 

«¿Volverá a ‘cambiar de opinión’ si gana las elecciones? ¿Cuánto vale su palabra?»

El argumento de Sánchez sobre el falso cambio de opinión es también inmoral, aunque puede funcionar entre aquellos que quieren creer al presidente o que carecen de moral pública. La excusa es torpe, además, porque no añade credibilidad al personaje ni aumenta la confianza en él. ¿Volverá a «cambiar de opinión» si gana las elecciones? ¿Cuánto vale su palabra? ¿Inspira confianza? 

El tipo ocurrente de su equipo que ideó el brillante juego dialéctico pensó en el impacto de la entrevista, pero no consideró las implicaciones en la mentalidad del electorado. La mala excusa, por tanto, consiste en pedir que se vote a ciegas a Sánchez para que haga lo que le dé la gana, con quien sea, en cualquier momento y cuestión. 

En el fondo es un atentado a la moral pública. Sí, aquella moralidad que después de la crisis que se abrió en 2014 aconsejaba transitar por la sinceridad y la dignidad para no echar a la gente de la política una vez más, o que abrazara opciones autoritarias tras quedar defraudada por quienes hablan de democracia. 

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