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Esperanza Aguirre

El decretazo final de Sánchez

«Su último decreto-ley, con el que pretende terminar su mandato mandando sin control, es otra prueba más de que sabe que su extraña aventura ha acabado»

Opinión
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El decretazo final de Sánchez

Pedro Sánchez en el Congreso.

Cuando se habla de lo que han sido los cinco años de Sánchez en La Moncloa y se enumeran sus desmanes, cometidos de la mano de comunistas bolivarianos, golpistas catalanes y filoterroristas vascos, la lista se hace tan larga que, con mucha frecuencia, se olvida mencionar su activo desprecio al Parlamento, que ha sido otro de sus desmanes.

Sus maniobras para eliminar el papel trascendental que debe representar el Parlamento en un régimen que, por definición es una monarquía parlamentaria (otro día hablaremos de sus maniobras para acabar con la monarquía, pero, con un poco de suerte y gracias al voto de los españoles, hablaremos de esas maniobras, pero en pasado). Ahora hay que llamar la atención en cómo, en estos cinco años, ha hecho todo lo posible para que el Parlamento fuera un simple altavoz de sus decisiones, sin cumplir la esencial labor de control que tiene que cumplir en cualquier democracia que se precie.

Eso se hizo evidente cuando, sin el menor escrúpulo ni complejo, lo cerró durante la pandemia. Algo que el Tribunal Constitucional (antes de que Sánchez culminara su asalto, claro) ya lo ha condenado, aunque, antes de esa condena, cualquier demócrata, es decir, cualquier español medianamente formado sabe que el Parlamento no se cierra nunca, y ahí está el ejemplo de la Cámara de los Comunes inglesa abierta durante los seis años de la II Guerra Mundial.

Pero además de ese cierre arbitrario e injustificado, que impidió que los diputados controlaran su desastrosa gestión de la pandemia con aquel comité de expertos que nunca existió, la herramienta que más ha utilizado para anular al poder legislativo ha sido el real decreto-ley. Un procedimiento que nuestra Constitución recoge en su artículo 86 para que el Gobierno lo utilice «en caso de extraordinaria y urgente necesidad», y que Sánchez lo ha utilizado cerca de 150 veces en su reinado.

«El disparatado real decreto-Ley del 28 de junio tiene 224 páginas»

Y el colmo de esa utilización lo tenemos en el alucinante decretazo que acaba de llevar al BOE: «Real Decreto-ley 5/2023, de 28 de junio, por el que se adoptan y prorrogan determinadas medidas de respuesta a las consecuencias económicas y sociales de la Guerra de Ucrania, de apoyo a la reconstrucción de la isla de La Palma y a otras situaciones de vulnerabilidad; de transposición de Directivas de la Unión Europea en materia de modificaciones estructurales de sociedades mercantiles y conciliación de la vida familiar y la vida profesional de los progenitores y los cuidadores; y de ejecución y cumplimiento del Derecho de la Unión Europea». Sólo el título ya es un escándalo. Pero ese escándalo se hace aún mayor cuando vemos que tiene 224 páginas y que, como se ha publicado con las Cortes ya disueltas, lo va tener que convalidar la Diputación Permanente del Congreso, formada por 68 diputados, que, como es lógico, están en estas fechas absolutamente inmersos en la campaña electoral, por lo que es improbable que puedan leerse y estudiarse esas 224 páginas, en las que Sánchez ha querido recoger una serie de flecos de su acción de gobierno.

Este disparatado real decreto-ley, que es una especie de coche escoba del Gobierno sanchista, tiene, sin embargo, un significado latente, y es que huele, de manera inequívoca, a despedida. El Sánchez que no para de salir en las teles, apabullando a presentadores y entrevistadores, sabe que esto se le acaba. Y aunque sus palabras lo nieguen –ya todos sabemos que miente, y más cuando dice que no miente- su lenguaje corporal, sus gestos, sus vehemencias y su nerviosismo explican mejor que nada que ya ha tomado conciencia de que su extraña aventura ha terminado. Y este real decreto-ley, con el que pretende terminar su mandato mandando sin control, es otra prueba más de que sabe que ha llegado al final.

Otra prueba de esa sensación de acabamiento que transmite la tenemos en la locuacidad desenfrenada con la que se expresa en esas entrevistas a las que acude a intentar lucirse. En Ana Rosa, además de considerar que llamarle a él «personaje» es un insulto, se permitió citarme, con nombre y apellido, para acusarme de haber dicho de él que es «una persona que suma muertos». Algo que yo no he dicho jamás, pero que, en su desesperación, cree que acusarme de haberlo dicho puede ayudarle a evitar lo que sabe ya de sobra que es inevitable, que los españoles el 23-J le vamos a echar del Gobierno y con él a todos sus aliados y amigos: los comunistas, los golpistas y los terroristas, en definitiva, todos los enemigos de España.

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