THE OBJECTIVE
Ignacio Vidal-Folch

¡Miéntenos, tonto!

«El engaño es consustancial al discurso político: sin él es imposible ganar, porque el público, o sea los votantes, quieren ser engañados»

Opinión
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¡Miéntenos, tonto!

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo al inicio del debate electoral.

Parece que ahora están los dos grandes partidos enzarzados en un nuevo debate, un debate sobre el debate. Se trata de decidir quién de los dos candidatos mintió más durante el debate. No creo que lleguen a una conclusión sobre este tema durante las próximas jornadas.

Y yo tampoco puedo dar mi opinión, ya que no lo vi, no asistí al debate. Recuerdo, eso sí, los tratados de San Agustín Sobre la mentira y Contra la mentira, en los que analizaba hasta siete clases de mentira, incluyendo las que están relacionadas con el espectáculo o el entretenimiento. También hace unos pocos años Vargas Llosa abordaba el género de las novelas y de la ficción en general, en su libro La verdad de las mentiras: aquella aflora a través de éstas, y sólo a través de ellas puede aflorar. Kundera, que acaba de fallecer, creía en la novela como una superior forma de alcanzar conocimientos sobre el alma humana, y opinaba igual que el Premio Nobel.

Volviendo a Agustín de Hipona, en su tratado Sobre la mentira sostiene que algunas falsedades son inocentes, pues se enuncian en la ignorancia de que lo son; otras son justificables, o perdonables, o veniales, cuando se utilizan para obtener un beneficio determinado. Que son las que blanden los políticos en campaña: mienten para alcanzar el poder, que es algo muy ambicionado y muy tentador.

Lo malo, dice Agustín, es el puro mentiroso, el que se regocija en la falsedad misma. Éste sigue mintiendo aunque sabe que las mentiras ya no sirven, pues ha sido desenmascarado y ha perdido la credibilidad, pero es que es mentiroso. Yo tengo dos amigos que son así. Les quiero, pero, sintiéndolo mucho, no me fío nunca de lo que dicen, pues ya les he cazado repetidamente metiéndome trolas, mintiendo «deportivamente». Sospecho –y no recuerdo que san Agustín hablase de este tema— que lo que les sucede a estos dos amigos es que la vida real no les basta y satisface, les parece un poco chata, rutinaria, y tienen que adornarla siempre con bolas, a veces tanteando previamente el terreno, a ver si cuela. Lo que han conseguido es que yo no les crea ni cuando mienten ni cuando dicen la verdad.

«La verdad no nos interesa, sospechamos que será dolorosa»

En principio no veo los debates entre políticos, por mucho (o poco) que los respete, porque, como ya tengo escrito, el engaño es consustancial al discurso político: sin él es imposible ganar, porque el público, o sea los votantes, quieren ser engañados. Se lo pedimos, «miéntenos, tonto», porque la verdad no nos interesa, sospechamos que será dolorosa.

Sobre este tema de lo que suponen los debates, y su relación con la verdad o la mentira, se suele mencionar el que se dio entre Kennedy y Nixon, que éste perdió, según dicen, porque aquel día no se había afeitado tan apuradamente como debería, y la barba arrojaba una sombra azulada en la parte inferior del rostro, lo que le daba un aspecto gangsteril, mientras Kennedy era guapo. Yo no me remonto tan atrás. Me acuerdo a veces del decisivo debate sobre economía del año 2008 entre el ministro Solbes y Pizarro, el ministro in pectore del PP. Pizarro alertaba de una crisis económica profunda y Solbes le tachaba de demagogo y catastrofista.

Telefoneé a mi psicomorfólogo de cabecera, el señor Mellado, el jefe de Sicograf, una empresa de psicólogos especialistas en grafología y en psicomorfología facial que lleva muchos años analizando firmas y fotos de personas desconocidas y diagnosticando si son idóneas para el empleo para el que se postulan. Le llamé al cabo de diez minutos de empezar el cara a cara. Mellado ya había cambiado de canal, para ver una película, pues del debate ya tenía hecho el diagnóstico: ganaría por mucho Solbes, porque parecía tranquilo, tenía aires de profesor repantigado, y en cambio Pizarro estaba incómodo y tenía en el rostro angulaciones que no despertaban la simpatía del público. «Solbes expuso sus temas con mucho aplomo e información que se supone que es cierta», añadió. «Pizarro también blandió sus números, pero se había metido dentro de un esmoquin que le imponía normas con las que no estaba cómodo». Bueno, así fue. Ganó Solbes. El caso es que la crisis venía rampante y el ministro lo sabía, pero no quería alarmar a los televidentes, según contó, tiempo después, en su libro de memorias.

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