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Félix de Azúa

Pies de barro

«Ya veremos si el debate ha sido la puntilla a esa res herida de muerte que es Sánchez. Hay algo que un político no se puede permitir: hacer el ridículo»

Opinión
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Pies de barro

Arancha Tendillo

Escribí estas notas a la mañana siguiente del encuentro entre los dos candidatos, de modo que han pasado ya cinco días y son materia de historia. A esta velocidad van las cuestiones políticas en nuestro país y supongo que en todos. Por lo tanto, ya no hay quien ignore que ganó el encuentro Núñez Feijóo y Sánchez se hundió aún más en la sima de la que es muy probable que no pueda salir nunca más. Este resultado fue una sorpresa para el PP y una decepción admitida por el PSOE. Lo interesante es averiguar qué fue lo que decidió el triunfo de Feijóo.

Hay un primer dato que todos observamos desde el comienzo del programa: Sánchez llegaba tan acelerado como para suponer que le habían administrado algo. Era tanta su velocidad interior que no atendía a nadie, no ya a Feijóo, al que desdeñó desde el comienzo como a un aldeano gallego metido en un asunto que le quedaba grande, sino que tampoco atendía a los moderadores cuando le pedían que se callara un poco.

Un segundo motivo del fracaso fue la evidencia de que Sánchez está rodeado de empleados que sólo aspiran a mantener luciente el ego de su amo. Son una panda de arribistas a quienes lo único que les ocupa es la adulación. El resultado es que le han proporcionado montañas de datos falsos, cifras erróneas, informaciones equivocadas, juicios sesgados. El aún presidente entró en tromba para asegurar que él era el mejor, el más guapo, el que había salvado la economía, apaciguado España, serenado a Cataluña y encandilado a Europa. Era, sin duda, el retrato de sí mismo que le habían proporcionado los tiralevitas que le asesoran y conocen su vanidad. Ante semejante avalancha de tonterías, Feijóo se creció, quedó encantado de tener a un adolescente malcriado delante de la mesa y se comportó con corrección, aplomo y cierta ironía. Era un adulto sensato frente a un niño antojadizo.

«Sánchez no escucha, no oye, no atiende, pero además no deja de hablar ni deja hablar»

Y hubo algo imposible de ocultar: Sánchez no escucha, no oye, no atiende, pero además no deja de hablar ni deja hablar. Los cronómetros del programa daban una igualdad de tiempos consumidos por ambos candidatos, pero era falsa porque Sánchez no dejó de parlotear en las dos horas del programa. Cuando intervenía Feijóo era difícil entender lo que decía porque Sánchez iba rezongando y hablando, a veces a gritos, por detrás y por debajo, como un tertuliano o tertuliana de programa basura. A mí me recordó aquel momento sublime cuando el rey emérito, harto de que Hugo Chávez no dejara hablar a nadie en una reunión internacional, soltó la frase inolvidable: «¡Por qué no te callas!». El tiranuelo quedó desconcertado y corrido.

Es muy probable que los que le lamen las botas, sus quinientos asesores, estuvieran en la sede del PSOE pensando lo mismo: ¿por qué no te callas, Sánchez? Era esa actitud despótica, grosera, prepotente, la que le hizo más daño. De pronto muchísima gente (seis millones, según la empresa) se percató del talante tiránico, soberbio, intolerante, supremacista de aquel jefe de planta. Así que se transmitió un retrato exacto, perfecto, de todo lo insoportable del personaje y sus ayudantes. Feijóo sólo tuvo que mantener la calma para dejarlo KO sobre la lona.

Lo asombroso es que eso sucedía a diez días de la votación, con lo que el mal no tenía remedio posible. Ya veremos si ha sido el golpe mortal, la puntilla a esa res herida de muerte que es Sánchez. Hay algo que un político no se puede permitir: hacer el ridículo. De momento, la prensa, la radio y la TV en pleno han dado como vencedor a Feijóo, incluido alguno de los periódicos más sumisos y serviles de Sánchez.

¿Qué puede hacer para compensar el desastre? Le sucede algo en verdad agobiante: que cuanto más se exhibe, más se transparenta su indignidad. Lo mejor que podría hacer es desaparecer bajo tierra.

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