Ganas de creer
«El simpatizante de la izquierda en campaña es un trabajador de la gran causa. Nos lo jugamos todo, dicen. Y en el camino se dejan también la vergüenza»
Decía Jorge San Miguel que toda generación española tiene su decepción con el PSOE. Yo me politicé en el 15-M, así que me tocó en 2011. A muchos de mi generación les pasó lo mismo. Salimos a la calle para criticar al PSOE como un partido anticuado, corrupto, una gerontocracia anquilosada que además traicionó sus principios y negó una crisis obvia. Había una crítica análoga al PP (se gritaba «PSOE, PP, la misma mierda es»), pero el PSOE era el partido que gobernaba y era un miembro claro de ese bipartidismo ineficiente y clientelar. Era presidente Zapatero, que había indultado a un banquero, había modificado subrepticiamente la Constitución en agosto para meter una cláusula de estabilidad presupuestaria, había elevado la edad de jubilación y hecho recortes tremendos del Estado de bienestar. Era normal que la izquierda saliera a la calle.
Por eso me sorprenden las ganas que tiene hoy una parte de la izquierda, de la misma generación, por perdonar a Zapatero y ensalzarlo como un referente. Es un fenómeno fascinante de proyección, un esfuerzo patológico por autoconvencerse de que en realidad no estuvo tan mal, que fue incluso un héroe. El ciclo político ayuda, claro. Fue el presidente del matrimonio igualitario, el presidente feminista. Y eso, loable, tiene mucho simbolismo hoy que existe una ultraderecha potente. Pero es un pinkwashing vergonzoso.
«A esa izquierda que alaba hoy a Zapatero no le preocupa que haya defendido el régimen de Maduro»
Estamos tan poco acostumbrados a liderazgos carismáticos que si un líder cualquiera no se deja torear y no se hace pis encima en una entrevista lo convertimos en Martin Luther King. Ha pasado con Sánchez en sus entrevistas y pasa con Zapatero, que se deja querer en un par de programas para jóvenes y todos sus errores quedan olvidados.
A esa izquierda que alaba hoy a Zapatero obviamente no le preocupa que el expresidente haya defendido el régimen de Maduro, alabado el rol de China en el mundo, haya mantenido una vergonzosa posición equidistante con respecto a la guerra de Ucrania, haya compadreado con líderes populistas latinoamericanos cuyo desprecio por la democracia liberal es obvio. Eso les da igual. También les da igual que sea colega de un juez inhabilitado como Baltasar Garzón (que es amigo del policía corrupto Villarejo) o que nos vendiera a Erdogan como un gran demócrata (a los errores que cometió Zapatero en su presidencia hay que añadirle los que ha cometido como expresidente, convertido en una especie de mediador de autócratas).
El deseo de que la izquierda gane como sea impide los matices. Hay un cierre en filas. El simpatizante de la izquierda en campaña no es un ciudadano cualquiera, es un trabajador de la gran causa, no debe salirse del argumentario, no debe hacer autocrítica. Cualquier flaqueza da armas al adversario. Nos lo jugamos todo, dicen. Y en el camino se dejan también la vergüenza.