THE OBJECTIVE
José Luis González Quirós

Contra el hastío

«Optar por el voto en blanco o por la abstención es, sin duda, un derecho, pero un derecho que hay que usar con prudencia»

Opinión
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Contra el hastío

Pedro Sánchez, presidente del gobierno | EuropaPress

Las elecciones próximas cuentan con un ingrediente especial agravado por la fecha, pero que no se debe sólo a ella. Quien eligió un caluroso domingo de julio sabía bien, me temo, a lo que estaba jugando: consideró que los muchos españoles que se sienten bastante hartos de todo (muchas veces se ha recordado lo que dijo Estanislao Figueras «Señores, voy a serles franco, estoy hasta los c. de todos nosotros») acabarían por preferir un domingo de siesta y cervezas en lugar de irse a la cola del voto bajo 38 grados. 

Es de temer que el gesto desesperado de Pedro Sánchez haya pretendido engrosar las filas del hastío y librarse de una interesante cuota parte, aunque no creo que ni siquiera Sánchez ignore hasta qué punto él no es, ni mucho menos, una excepción en las causas del empacho político que afecta a tantos ciudadanos. Muchos pensamos que Sánchez, y los que le han seguido con esa mezcla de oportunismo y talante mansurrón que caracteriza a buena parte de las cohortes partisanas, es la causa principal de la frívola y pésima fama que nimba a los políticos.

Como el voto no es obligatorio abundarán quienes puedan pensar que ya votarán los demás por mí, así que luego me sumaré con gusto a la nueva mayoría. Muchos de esos votos pueden estar entre quienes sigan pensando que, en el fondo, es lo mismo el PSOE que el PP o, dicho de otra manera, aquellos que tenderían a votar al PP para dar la patada a Sánchez, pero no acaban de animarse porque no esperan gran cosa de esa victoria tan pregonada como insegura. Esta tesitura recuerda lo que escribió Julián Marías a propósito del final de la guerra civil de 1936, los que merecieron perder, los que no merecieron ganar. 

Es verdad que tanto el PP como el PSOE han causado daños innecesarios y fatales al sistema institucional dejándose llevar de un partidismo ciego y egoísta y arruinando el espíritu de concordia y respeto a las minorías con el que se inauguró la democracia del 78. Esto es, con los matices que se quiera, lo que pensaron los millones de votantes que hacia 2015 decidieron que había que «acabar con el bipartidismo» para dar vida a nuevas criaturas, pero como ha escrito Ignacio Varela, «el régimen de 2015 expiró antes que el del 78» de forma que ahora, por más que nos moleste la calor y la fecha, habría que hacer una doble elección:

  1. Consolidar la democracia votando a los partidos centrales o acabar de desestabilizarla dando el voto a los laterales y extremistas, al bronco Vox o al neo-comunismo de fantasía del hada Yolanda, y 
  2. Elegir entre el PP y el PSOE teniendo presente quién merece quedar el segundo por sus persistentes y chapuceros maltratos al sistema.

Trato de ponerme en la tesitura de los votantes dispuestos a ser exigentes y admito que puedan tener serias dudas, pero la buena lógica implica apostar por la opción menos dañina y, aunque se pueda discutir hasta del sexo de los ángeles, creo que no cabrán muchas dudas de lo preferible que sería, en este histórico momento, cortar las alas de quienes casi nos dejan sin una democracia efectiva para controlarlo todo, desde Correos al CIS pasando por el TC y el Parlamento, expidiendo decretos leyes como quien silba o amenazándonos con el diluvio si no seguimos dándole cuerda a su alocada cometa.

«Sin olvidar que Sánchez parece dispuesto a hacer con las mentiras lo mismo que hizo con el delito de sedición, asegurar que no existen»

El muy hastiado de la torpeza política con la que se nos gobierna deberá reconocer que ni siquiera él es perfecto y que, si no cabe hacer grandes alharacas acerca de la excelsa virtud de nadie, si cabe comparar los perjuicios ciertos de continuar con quien se atribuyó la victoria sobre el virus, sufre ataques de risa ante la idea misma de la división de poderes, o presume de que la economía va como una moto cuando las hipotecas se han puesto por las nubes, cuando todo el mundo sabe que cada vez puede comprar menos con el dinero de siempre. Sin olvidar que Sánchez parece dispuesto a hacer con las mentiras lo mismo que hizo con el delito de sedición, asegurar que no existen.

Los justamente hastiados no tienen derecho a preguntarse qué va a pasar porque pasaría lo peor si todos, con más o menos motivos, adoptásemos el mismo criterio de conducta para quedarnos en casa y ver qué sale. Optar por el voto en blanco o por la abstención es, sin duda, un derecho, pero un derecho que hay que usar con prudencia y no pienso que la haya en quien olvide que la función más esencial de cualquier democracia es deponer de manera pacífica al gobierno que ha fracasado, al que no merece otra nueva oportunidad porque ha demostrado que, diga lo que dijere, de nuevo acabaría por hacer lo que le venga en gana, lo que le convenga a él, nunca a nosotros. 

Sánchez ha presumido de resistencia, de audacia, de nobleza, nunca se ha quedado corto al calificarse, pero lo que mejor le define tal vez sea una apropiación de un dicho de Luis XIV, «la democracia soy yo», pues no, la democracia somos nosotros, incluidos los más hastiados, que harían muy mal en optar por la exquisitez y dejar que lo malo conocido tenga beneficios mayores que lo distinto que pudiera suceder.

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