THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Una mentalidad de crecimiento

«Ninguna civilización valiosa se ha levantado sobre el victimismo o el resentimiento. Es algo sobre lo que deberíamos meditar antes de votar»

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Una mentalidad de crecimiento

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A mi hijo le gustan las novelas infantiles del gurú americano Jocko Willink y también sus vídeos. Su discurso se diría que es muy simple, casi la antítesis perfecta de la cháchara del buenismo contemporáneo: disciplínate, esfuérzate, gánate la libertad con el trabajo, no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy y así un largo etcétera. Por supuesto, nadie ha dicho que los principios básicos que rigen la vida tengan que ser complicados. Su concreción histórica –ese punto dramático donde el bien y el mal chocan de forma violenta– ya es harina de otro costal; pero no los principios: unos principios confirmados por la historia una y otra vez.

En cierta ocasión, vi un short suyo en el que decía algo así: «Muchos jóvenes de trece, quince, diecisiete años no saben qué hacer con sus vidas. No es algo tan complicado: ejercítate todas las mañanas; levanta pesas; practica jiu jitsu, boxeo, kárate, o cualquier otro arte marcial que te enseñe a luchar. Come bien, comida real, no procesada; no bebas ni te drogues, porque eso no te hace ningún bien. No pierdas el tiempo en redes sociales ni curioseando en Internet; al contrario: infórmate, lee libros, estudia. Haz todo aquello que te ayude a ser una persona más fuerte, más culta, más inteligente. No dejes que la debilidad te defina. Conviértete cada día en alguien mejor. Esto es lo que habría que recomendarles a nuestros chicos». Algo así dijo. Mi hijo me lo cuenta y yo lo escucho con el escepticismo intelectual de quien nunca ha hecho mucho deporte y de quien ha sido aún menos un guerrero; pero reconozco que con un punto secreto de orgullo.

Jordan Peterson, en realidad, ha levantado su discurso intelectual sobre premisas muy similares, aunque más sofisticadas. Lo que para Jocko supuso la experiencia militar en los Navy Seals de los Estados Unidos, para Jordan lo ha sido la gran literatura y el marco conceptual del psicoanalista suizo Carl Gustav Jung. Más que de valores, se trata de cultivar unas virtudes y de asumir una determinada actitud ante las dificultades. «La derrota es algo bueno» –asegura Willink– «porque te ayuda a detectar tus debilidades, a conocer tus límites, y eso te permite trabajar sobre estos límites, empujarlos hasta que seas tú quien los derrotes». En términos de psicología académica, se hablaría de una «mentalidad de crecimiento», lo contrario de la cultura de la queja o del resentimiento.

«Una sociedad exitosa no se construye sobre el resentimiento»

Es verdad que vivimos instalados en una sociedad que ha hecho de la queja y del victimismo su resorte principal. Buscamos excusas con mayor celeridad que soluciones. Precisamente porque la queja nos convierte en víctimas de alguna circunstancia externa, nuestra responsabilidad se diluye y nuestra voluntad se resiente. Y siempre encontraremos a alguien o algo que haga de chivo expiatorio de nuestro malestar. Una sociedad exitosa no se construye sobre el resentimiento.

Las mejores leyes, las mejores instituciones necesitan ciertas virtudes para crecer. Tocqueville ya lo supo intuir en su magna obra y, más recientemente, Deirde McCloskey ha argumentado esa necesidad con brillantez en su clásico ensayo sobre las virtudes burguesas. La técnica por sí sola no es suficiente; hace falta un conjunto de principios, un marco intelectual y moral que tonifique el músculo de los pueblos. Hay culturas con tendencias más individualistas –Estados Unidos–, otras más estatales –Alemania o los países escandinavos– y otras más orientadas hacia las estructuras familiares –los pueblos mediterráneos– y difícilmente se puede gobernar en contra de estas tendencias de fondo.

Pero ninguna civilización valiosa se ha levantado sobre la queja, el victimismo o el resentimiento. Es algo sobre lo que deberíamos meditar, especialmente antes de entregar nuestro voto a determinados partidos. ¿Qué país quiero? ¿Qué valores defiendo? ¿Cómo quiero que mis hijos y los hijos de mis vecinos sean educados? A veces los mensajes sencillos tienen un filo más agudo de lo que parece. Y más cortante.

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