THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

Miguel Artola, el historiador y la libertad

«El hilo conductor de su obra nos revela que su línea de investigación gira casi siempre en torno a la gestación de la libertad en España y a su supresión»

Opinión
2 comentarios
Miguel Artola, el historiador y la libertad

Miguel Artola Gallego.

El 12 de julio se acaba de cumplir el centenario del nacimiento de Miguel Artola Gallego, el historiador que con sus trabajos contribuyó a la elaboración rigurosa del proceso de formación (y destrucción) de la libertad política en España. Si Hans Freyer definió la historia como hazaña de la libertad, Miguel Artola realizó la hazaña de recuperar ese pasado, desde la guerra de Independencia, como difícil trayectoria en que la sociedad española se asoma a la libertad con la Constitución de Cádiz, forja sucesivos proyectos y experimenta interrupciones brutales.Todo ello desde un tratamiento riguroso de las fuentes documentales y sin pretensión alguna de polemizar o dar vida a imágenes aplicables de modo inmediato al presente

Fue en sus períodos de veraneo cuando cobró fuerza una amistad que se mantuvo desde 1970 hasta vísperas de su muerte. Nuestra última comida tuvo lugar en febrero de 2020. Yo no había sido discípulo de Miguel Artola, pero esas comidas o cenas se convertían en largas clases suyas de historia, casi siempre sobre los temas que estaba investigando. Le encantaba comunicar sus últimos hallazgos e interpretaciones. A diferencia de mis anteriores y queridos maestros -José Antonio Maravall, Luis Díez del Corral-, con Miguel Artola tuve además un amigo.

El reconocimiento hacia su obra ha sido y es general, pero en este país existen curiosas barreras que tienden a bloquear la exigencia de que ese reconocimiento tenga el alcance debido, tanto en el plano institucional como en el científico. Miguel Artola recibió el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 1991. A pesar de ese bien ganado prestigio, costó sangre que a Miguel Artola le fuera otorgado el Premio Nacional de Historia en 1992, frente a obras y autores de nivel muy inferior. Careció siempre de lo que se ha llamado «amigos políticos» en el orden intelectual, con excepciones tan individuales como lo fue su obra.

En el orden científico, abundan los casos en que de poco le valió a Artola haber cambiado con sus análisis la visión de una época o de un problema crucial.  

«En ningún momento tomó en cuenta juicios de autoridad. No pensaba con muletas»

Es lo que sucedió con su primera oleada de aportaciones, con Los afrancesados, Los orígenes de la España contemporánea y el Fernando VII, fijando el contenido político y el alcance de la guerra de la Independencia, ya que la misma fue negada posteriormente, o como ahora sucede con casi todo, relegada a la condición de «mito». El relato de Artola dejó claro desde las obras citadas, que quienes reclaman la independencia frente a la invasión francesa en 1808, responden a un fermento nacional ya constituido. Lo prueba al fijar su atención en las Juntas Revolucionarias, en sus precisas declaraciones «por la independencia», y en el sujeto que promueve la sublevación, «el pueblo» que en nombre de la nación «exige la guerra a los franceses». Los representantes del Antiguo Régimen son el obstáculo y por eso el historiador tituló el capítulo: «La matanza de los capitanes generales». Claro que si olvidamos esto o la institucionalización previa durante siglos de una monarquíala construcción de la casa desde el tejado de 1808 autoriza todo tipo de interpretaciones.

Miguel Artola fue un hombre vitalista y un punto tímido, cerrado sobre si mismo, lo cual le valió fama de adusto. Su estilo de trabajo era individualista y ajeno a las polémicas. En ese primer momento, según confiesa él mismo, funcionó por intuición. Más tarde, cuando descubría un tema que le interesaba, o cuando le encargaban uno atractivo, formulaba las preguntas básicas relativas al mismo, y a partir de ahí las hipótesis desde las cuales ponía en marcha la investigación, siempre evitando dejar cabos sueltos y consultando el máximo de documentación disponible. En ningún momento tomó en cuenta juicios de autoridad. No pensaba con muletas.

Disfrutaba con la investigación: «El trabajo ha formado siempre parte de mi vida», me contaba a punto de cumplir los 90, «tener una actividad, contar algo que me ilusione». Así hasta el final. Se propuso en estos últimos años nada menos que reescribir la historia de la Revolución francesa. No pudo proseguirla, si bien no hacía mucho que había coordinado una Historia de la ciencia con Sánchez Ron, en 2012, y dirigido en 2015 un tomo de la Historia militar de España, en el cual volvió sobre la denostada guerra de Independencia.

«Fue un autodidacta, en los años 50 imperaba la historiografía más tradicional»

A Miguel Artola le gustaba la navegación. Aun recuerdo mi sorpresa, y la de mi mujer Marta, cuando a los 60 años nos visitó en Hondarribia, viniendo a vela desde San Sebastián en solitario. Y en gran medida, su obra es un periplo, en cuyo curso va pasando de un gran tema a otro en investigaciones sucesivas, sin perder la visión de la costa. Tras el prólogo de Los afrancesados, tema heterodoxo para la época, llegó el aldabonazo de Los orígenes de la España contemporánea, en 1959, una nueva luz sobre la transición del absolutismo a la libertad política. Miguel Artola fue un autodidacta, en los años 50 imperaba la historiografía más tradicional. La lectura fue su guía. Desde sus primeros estudios, la simple narración, la mera crónica, no podía satisfacerle, siendo necesario darla sentido, integrarla en un proceso de cambio.

El análisis se irá así extendiendo hacia los fundamentos económicos, las ideologías y el estudio riguroso del sistema político. Del estudio del fracaso político y cultural de la Ilustración, a su origen en el sistema fiscal, hasta el desplome de la Real Hacienda en 1808; de la constatación de la importancia de las guerrillas contra el francés, a la explicación de su funcionamiento; de la historia al uso de las constituciones decimonónicas a modo de crónica de Derecho Constitucional, al descubrimiento de una estructura de poder político que aglutina sus variantes en torno al núcleo de la Constitución de 1837. Siempre buscando la articulación de los análisis sectoriales en el marco de una comprensión de carácter general. Es la pretensión que también se proyecta sobre sus libros dirigidos a la docencia, como los Textos fundamentales para la historia, de 1968, en su etapa como catedrático de Salamanca, donde tuvo como mejores amigos a Francisco Tomás y Valiente y a Koldo Mitxelena.

La obra de Artola no enlaza abiertamente con un compromiso político. Sin embargo, el hilo conductor de su trayectoria nos revela que la línea de investigación gira casi siempre en torno a la gestación de la libertad en España y a su supresión. Su colega y amigo José María Jover le recordaba durante una conferencia en la Universidad Menéndez Pelayo, bajo el franquismo, esgrimiendo un ejemplar de la Constitución de 1812. Si Los orígenes… y el Fernando VII son trabajos históricos al servicio de la libertad política, en vísperas de la Transición publica Partidos y programas políticos (1808-1936), proporcionando un acopio de materiales para la democracia. Más significativo es aun su discurso de ingreso en la Academia de la Historia, una institución entonces poco apegada a la Constitución, recién agredida por los golpistas el 23-F. Tal vez por ello acogió el discurso con media entrada. Artola leyó su disertación el Dos de Mayo de 1982 sobre las declaraciones de derechos humanos. Sus palabras de conclusión son toda una profesión de fe democrática: «La intención de estas líneas es probar que no hay derechos sin garantías, ni garantías sin Constitución, ni Constitución sin división de poderes, ni división de poderes sin participación. En forma aun más breve: no hay derechos individuales sin la voluntad ciudadana de defenderlos».

«En ‘La monarquía en España’ rehace el largo camino de construcción de un Estado español centralizado»

La mirada de Artola se volvió finalmente hacia la formación del Estado español en un libro de 1999, de abrumadora documentación y más abierto al debate: La monarquía de España. Fue un empeño que inevitablemente hubo de ampliar, según él mismo nos cuenta, pasando de tres a 15 años de preparación. En ella rehace el largo camino de construcción de un Estado centralizado en España, arrancando de la fragmentación medieval.  

Publica, ya octogenario, una reflexión de madurez, El constitucionalismo en la historia, muestra de cómo el conocimiento histórico puede servir de fundamento al análisis político. La historia se constituía en trampolín para la ciencia política, dando lugar a una anatomía del Estado constitucional contemporáneo. Fallaba la profecía final: «La estabilidad política es la característica de la práctica constitucional en nuestros días». Algo que era todavía válido en 2005.

Para terminar, señalemos un vacío en su obra: no escribió, que yo sepa, unas memorias que hubieran tenido gran interés. Al respecto, le escuché más de una vez la narración de sus recuerdos de adolescencia, para septiembre de 1936, con San Sebastián sin agua y las tropas franquistas entrando en la ciudad, mientras los gudaris miraban desde Igueldo… Ahí quedó todo.

Miguel Artola se interesaba por la historia en tanto que espectador y analista del cambio histórico, con una dimensión teleológica que nunca tuvo intención de manifestar. El discurso citado de la Real Academia de la Historia en 1982, la temática de sus libros desde los años 60, dejan ver claramente, sin embargo, que para Miguel Artola el trabajo riguroso del historiador se dirigió a fundamentar la institucionalización de la libertad.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D