THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

El cuarto personaje

«Vox no ofrece al PP participación, sino contaminación, con un brebaje de raíz neofranquista. Un jaque al rey para Feijóo y un salvavidas para Pedro Sánchez»

Opinión
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El cuarto personaje

El líder de Vox y candidato a presidir el Gobierno, Santiago Abascal.

Las elecciones del próximo 23-J van a tener un carácter singular: más que optar entre diferentes ofertas políticas que los partidos explican en sus programas, se tratará de medir los niveles de rechazo que suscita cada uno de los competidores en las urnas. En estos cuatro años, ha tenido lugar una desviación importante en las trayectorias de las distintas corrientes políticas, de manera que como ayer explicaba bien Antonio Caño, el voto «progresista», el habitual defensor del cambio, puede verse abocado a preferir opciones antes juzgadas conservadoras, a la vista de que aquellas autodefinidas como progresistas defienden causas tiránicas en la esfera internacional o tienden claramente a la desestabilización interior.

Así ha ocurrido con el llamado Gobierno Frankenstein, volcado en una concesión tras otra a los independentismos y perdiendo el norte a la hora de precisar los objetivos feministas, por otra parte merecedores de ser abordados con urgencia. En sentido contrario, el comportamiento del PP al hacer posible con gran discreción el remiendo legal del sólo sí es sí, apuntalando a Sánchez, hubiera merecido con justicia la etiqueta de voto progresista que nadie le reconoció.

Con tales destinos cruzados, lo más rentable ha sido sustituir la formulación de una oferta política legible -no recetarios de cientos de promesas, como los hoy ofrecidos en la red-, por un martilleo sobre los motivos que desautorizan el voto al adversario. Cabe profetizar que es el espectáculo al que hoy asistiremos en el debate entre Pedro Sánchez y Núñez Feijóo. Con los papeles invertidos, ya que las encuestas colocan por detrás al presidente, el aspirante tratará de machacar el hígado político de su adversario, esgrimiendo una y otra vez el contenido de los pactos de gobierno con Vox en las comunidades (Baleares, Extremadura), sobre el telón de fondo de una esplendorosa al parecer situación económica. Tiene que buscar el KO en ese punto, porque en otros sus ventajas serán solo parciales.

Por su parte, desde una lectura diversa de la coyuntura económica, Feijóo golpeará sobre un punto, la amenaza de la política de concesiones y alianzas con el independentismo, que Sánchez intentará eludir como sea. Según se ha visto en su recorrido triunfal por las televisiones, es un maestro del método Ollendorf: pregúnteme o critíqueme lo que quiera, que yo le responderé como me dé la gana, o simplemente me deslizaré hacia el silencio. Ninguna muestra mejor que el interminable programa electoral del PSOE: la cuestión territorial, y en particular la cuestión catalana, simplemente no existe. Sánchez es un prestidigitador en cuanto a jugar con el conejo y el sombrero de copa, sobre todo al hacer desaparecer al primero. Ya lo sabemos: la alianza de su Gobierno con Bildu nunca tuvo lugar.

«El riesgo para Sánchez es no contener en el cruce de golpes la ferocidad que le caracteriza frente a cualquier adversario»

Sánchez intentará destruir a Feijóo, de acuerdo con su método de supervivencia agresiva, y el candidato gallego tendrá que subrayar ante los espectadores que sus críticas han sido desatendidas, y al mismo tiempo no caer en clinch y evitar las contras mortíferas en que Sánchez es un experto, contando con la propensión de Feijóo a incurrir en deslices inesperados. De otro modo, el hoy presidente ganará en el combate esos puntos que precisa para equilibrar los sondeos. El riesgo para Sánchez es no contener en el cruce de golpes la ferocidad que le caracteriza frente a cualquier adversario. Al igual que Pablo Iglesias, debe tener en cuenta que le es disfuncional suscitar más odio del que ahora ya provoca.

Cabe descartar, en consecuencia, que asistamos a un debate en profundidad sobre las cuestiones centrales que afectan a la vida, e incluso a la supervivencia del Estado, más allá de las críticas puntuales. Sánchez no lo va a admitir en modo alguno y tal vez Feijóo carece de capacidad para plantearlo: estructura del Estado y su posible reforma, solución del embrollo catalán, política a adoptar con Marruecos y el Sáhara, cómo hacer compatible la actuación anticrisis con la subida en flecha del endeudamiento, pensiones. Todo quedará reducido a un «yo sí y tu no», en busca de un efecto positivo sobre la audiencia, en términos de expectativas de voto.

Por lo demás, allende el debate, las fichas ya están distribuidas en el casino de las elecciones próximas. Sumar hubiera podido cambiar la distribución de las piezas, dada la atracción que en un primer momento supo despertar Yolanda Díaz, pero hasta la fecha su capital político se ciñe a los buenos resultados de su gestión. La imagen exterior es la de reformas legales y protectoras en tiempo de crisis, conjugando la defensa de los trabajadores con el papel de los empresarios, en un marco ajustado hasta cierto punto por Nadia Calviño. En lo sucesivo, no ha sido capaz de saltar desde su ejecutoria de raíz sindical a la visión más amplia de un Estado reformador en tiempo de crisis.

El extenso y pormenorizado programa  de Sumar consiste en una inacabable serie de mejoras, con los trabajadores en calidad de principales destinatarios (más el complemento de las mujeres) y sin preguntarse en momento alguno por la viabilidad económica de las propuestas. Estamos ante un continuado ejercicio de perfectismo, tal y como lo hubiera calificado el viejo profesor. Viviremos mejor, y en verde, las mujeres serán protagonistas, la empresa se democratizará, el clima será cuidado. El telón de fondo es aquí el igualitarismo, que es algo distinto de la lucha contra la desigualdad, al declarar unos objetivos -impuestos sobre grandes fortunas, generalización de la Seguridad Social- sin atender a sus efectos colaterales. Es lo que sucede también con la profesión de fe por el multilateralismo, muy discutible si no toma distancias de su utilización por China y Rusia.

«Yolanda Díaz no ha sabido superar los particularismos de su construcción territorial y sume al futuro de España en la incertidumbre»

Lo que importa es que todo suene bien, aunque esto se hace difícil en la concepción multinacional del Estado, desbordando la «nación de naciones» al borrar el eje de la nación española, y en la abierta opción a medias palabras por un  referéndum exclusivamente catalán. A fin de cuentas, estamos ante una total indeterminación: Yolanda Díaz no ha sabido superar los particularismos derivados de su construcción territorial y sume al futuro de España en la incertidumbre. En definitiva, si se ganan las elecciones, ya lo resolverá Pedro Sánchez, si bien para acabar ahí, tal vez resulta más útil votar antes al político madrileño.

La conclusión es obvia. Sin alteraciones de última hora, los sondeos anuncian una previsible victoria del PP, con el complemento de los votos de Vox en el Congreso. Pero, victoria ¿para qué? Lo habitual en Europa ha sido trazar una línea roja frente a la extrema derecha. Aquí ha sido esta quien la ha marcado, con sus exigencias al PP. Vox tiene la hegemonía en la derecha como prioridad a cualquier precio y ha puesto sus cartas ideológicas sobre la mesa. La señora Meloni lo hizo mejor.

El problema reside en que no ofrece al PP participación, sino contaminación, con un brebaje de extrema derecha, de raíz neofranquista, y ahí está su programa, de abierta ruptura con la modernidad democrática y con la propia supervivencia del régimen de 1978. Y como va en serio, según se ha visto, la respuesta debe tener el mismo rigor, excluyendo de raíz toda posibilidad de que Vox destruya instituciones y valores democráticos desde el interior de un gobierno. Jaque al rey planteado a Feijóo y al Partido Popular. Y salvavidas para Pedro Sánchez.

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