THE OBJECTIVE
Jorge Freire

Instrucciones para disecar a un amigo 

«Al amigo uno ha de confiarle lo más valioso, incluso la propia turma»

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Instrucciones para disecar a un amigo 

Estatua del capitán James Cook en Hyde Park, Sydney, Australia. | Europa Press.

El otro día nos convocó el amigo Fernando a sus tres íntimos. Nos contó, con una cierta solemnidad, que tenía un testículo desmesuradamente grande. Correspondimos tirándonos al suelo de la risa. A renglón seguido añadió que acababa de descartar que fuese algo maligno y que, afortunadamente, se trataba de una hinchazón producto del estrés. Cabeceamos aliviados, sin conseguir dejar de mondarnos un solo instante. Se me vino a las mientes aquel chiste de la infancia en que uno dice: Tengo un huevo más gordo que el otro, pero no te rías cuando te lo enseñe. Y, al bajarse el pantalón y ver que el compadre rompe en carcajadas, añade: ¡Pues ya no te enseño el grande!

Del incidente genital de Fernando puede extraerse alguna que otra lección. Lo deletéreos que son los efectos del estrés, por ejemplo, o el valor de la prevención. Si fuese un periodista engagé aprovecharía para ponerme sentencioso (hoy, jornada electoral, es día favorable a ello) y trataría de concienciar al lector acerca de la vergonzante insensibilidad de las viejas masculinidades, que se descojonan cuando un amigo se abre de capa. Pero si esta historia ofrece alguna edificación, y sin duda lo hace, es porque nos enseña el fulcro en que se apoya la verdadera amistad.

Fernando es un amigo al que disecarías, al que conservarías en formol, al que guardarías clavado con alfileres en una caja de cristal para que no cambiase nunca. Su afable estoicismo nos regaló, entre pitos y befas, la lección más importante: al amigo uno ha de confiarle lo más valioso, incluso la propia turma, aun cuando decida sacrificarla en el altar de unas buenas risas. Así hizo él. Su sonrisa de mártir, de santo emasculado, tan acendrada y tan inconsútil, conseguía hacer frente a las risotadas estentóreas de los garañones, que nos palmoteábamos la rodilla y nos secábamos las lágrimas como podíamos. ¡Pues ya no te enseño el grande!, repetíamos.

«No hay amigo más serio que el sabe restar gravedad a las cosas»

Decía Pascal que el ser humano carga con calamidades de rey depuesto. Nuestro querido Fernando pecha, más bien, con calamidades de explorador: gentes como Vasco de Gama o James Cook, que viajaban a lugares recónditos y volvían, por mor de los más exóticos mosquitos, con formidables episodios de orquitis. Seguramente Alexander Von Humboldt bajó del Chimborazo con tumefacciones en las criadillas. Ahora bien, ¿tenía la fortaleza de carácter de nuestro amigo? ¿Habría sido capaz de soportar las chanzas de su hermano Wilhelm o del mismo Goethe? Permítanme dudarlo.

Una cosa es burlar al toro y otra, burlarse de él. Y no hay amigo más serio que el que sabe restar gravedad a las cosas. La amistad tiene unas reglas y su observancia no admite la más mínima transigencia. Si un amigo te confiesa una pena, has de ser un canalla para añadir mohínes al dolor y pompa a la preocupación. Quien quite hierro, que añada leña: al amigo fiel todo le está permitido.

La comida se alargó y aprovechamos para bromear con que, siendo republicano, el amigo Fernando corre el riesgo de volverse monórquico. La monorquía, que no cabe confundir con la monarquía, estriba en tener, como Francisco Franco, un solo teste. Claro que no existe tal riesgo, pues la operación que le espera en septiembre es rutinaria. Sirva de prenda de amistad el presente articulillo, que acaso le infunda ánimos. Como dice el refrán, desdichas y caminos hacen amigos.

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