Españas destituyentes
«El PSOE nunca gobernará sin el apoyo del nacionalismo. Por eso Sánchez insiste en mantener abierta esa brecha entre las dos Españas: la suya y el fascismo»
El PSOE perdió las elecciones, pero Ferraz era una fiesta. El motivo es evidente pero amargo. En los cantos de victoria palpitaba la asimilación de que los escaños logrados por ERC, Bildu y BNG eran escaños socialistas. En cinco años, hemos pasado de un PSOE que rechazaba que la gobernabilidad de España pivotara sobre el independentismo a un PSOE que celebra los escaños del independentismo como propios. En su salida al balcón, Pedro Sánchez no hizo nada por atemperar la alegría; también daba por hecho que será investido, no importa el precio, por quienes hace pocos años eran indeseables.
El gran éxito de Sánchez no ha sido inocular en media España el miedo al fascismo, sino inmunizarla contra cualquier otro miedo. Sólo así se entiende que millones de españoles celebren que la gobernabilidad de su país dependa de quienes quieren destruirlo. Que decidan sobre ellos quienes anhelan expulsarlos de su propio país. No quiero decir con esto que la derecha radical no sea una amenaza, pero sí que no es la única. Además, los nacionalismos no son amenazas hipotéticas; ya sabemos lo que son capaces de hacer. Y sabemos lo que quieren y que Pedro Sánchez está dispuesto a dárselo. Pero su jugada maestra, insisto, ha sido convencer a millones de españoles de que esa amenaza no existe.
Esta indiferencia se hizo patente la semana pasada, tras el debate de portavoces. En la prensa más afín al Gobierno todo eran elogios para Oskar Matute, la cara amable de Bildu. El hombre en Madrid que sirve para desviar la mirada hacia la agenda progresista. Es decir, para retirarla de la sangre derramada que su partido sigue celebrando. El sanchismo es también la anestesia contra toda amenaza que no convenga a los intereses de Pedro Sánchez. Y por eso, a pesar de todo, para la izquierda, el nacionalismo no existe como amenaza.
«Fracasado el procés, Sánchez es el plan B. Sólo así se explica el trasvase masivo de votos desde los partidos nacionalistas al PSC»
Habrá ingenuos que insistan en que gracias a Sánchez el nacionalismo está más débil que nunca. Pero la falta de conflictividad no es sinónimo de unidad, sino de incomparecencia. El Estado ha pasado de ser un obstáculo a ser un aliado. ¿Qué necesidad hay de emplear la fuerza cuando tienes el BOE? No se molesta en cavar un túnel para huir de prisión quien puede negociar un indulto. Fracasado el procés, Pedro Sánchez es el plan B. Sólo así se explica el trasvase masivo de votos desde los partidos nacionalistas al PSC. Quienes ven en Sánchez un remedio al independentismo tendrán que explicar por qué es su opción predilecta. Los votos no se ceden a los enemigos, sino a los aliados.
Y esta alianza entre el PSOE y el nacionalismo es estructural desde la moción de censura. Es más un hecho aritmético que ideológico. El PSOE nunca gobernará sin el apoyo del nacionalismo. Y si cuenta con él, gobernará siempre mientras la derecha esté dividida. Por eso Sánchez insiste en mantener abierta esa brecha entre las dos Españas: la suya y el fascismo. Por eso, incluso ante una victoria por la mínima, no hay un discurso de compasión, sino de aplastamiento y humillación. Sánchez solo puede sobrevivir si existen dos Españas. No hay muchas alternativas; si no hay pacto entre PP y PSOE nos encaminamos directos a un duelo entre dos Españas destituyentes.