Comportarse como adultos
«Una gran coalición no es posible porque llevamos décadas en las que los jefes del bipartidismo han sido incapaces de acercar posturas y negociar reformas»
Adults in the room, en la traducción española Comportase como adultos (Ediciones Deusto). Así tituló Yanis Varoufakis su libro de memorias sobre los intensos meses en los que, como ministro de Economía griego, le tocó negociar los estragos de la crisis de 2008 y la deuda astronómica que tenía su país. En realidad, el popular economista utilizaba una frase de Christine Lagarde —por aquel entonces directora del Fondo Monetario Internacional— sobre la necesidad de tener adultos en las salas donde se dirimían las posibles salidas de los retos de aquellos caóticos días. El libro, de prosa pomposa y ego desmedido, intentaba explicar cómo Grecia se rindió ante unos poderes políticos y económicos despreocupados por el porvenir de los más necesitados. Aquel era el momento preciso en el que todos necesitaban actuar como adultos. Paradójicamente Varoufakis se convirtió en un trágico perdedor, ninguneado por los suyos y toreado por todos. Lo que puede sorprender a sus lectores más despistados, porque él nos quiso vender en cada página que era el más inteligente de aquellas reuniones. Sorprendente.
Me ha venido a la cabeza esa frase al ver cómo se intentan desparramar los marcos propios entre políticos y partisanos mediáticos. Esas cámaras de eco donde la realidad importa entre poco y nada. La lectura de los resultados, objetivos y límpidos como ellos solos, ha demostrado que los datos por sí solos no sirven de mucho. La interpretación es esencial. Ahí es donde se desdibuja la línea delgada entre verdad y mentira. Porque incluso hay verdades muy mentirosas y las mentiras pueden encerrar grandes verdades. Eso no es una enseñanza trumpista, es un aprendizaje vital. Habrá que ser adultos y reconocerlo. Cada partido tiene sus cámaras mediáticas y las intenta utilizar de la mejor manera posible. Los argumentarios van y vienen, aunque no surtan a veces el efecto deseado. Esas denuncias que, entre la conspiración y la deslegitimación, subrayan el control del adversario sobre los medios son pueriles. Aún cuesta encontrar a quien censure con fuerza los desmanes de los suyos. Porque los peligros de la propaganda siempre se encuentran en el barrio de enfrente.
Habrá que comportarse como adultos. Y, por ello, tampoco hacer demasiado caso de esas retóricas vacías sobre las líneas rojas, infranqueables desde un firme posicionamiento ético. A izquierda y a derecha, tenemos un listado largo de aspectos innegociables, que dan pureza, pero que se suelen perder por el camino. ¿La libertad? En ocasiones. ¿La igualdad? Depende de qué. Sorprende que la preocupación por las minorías y sus derechos cambien tanto según el problema que se debata. Y, como queremos ser adultos, tampoco deberíamos dejarnos engañar por discursos que utilizan ejemplos internacionales para defender su postura. Llama la atención que el desgañite sobre el cordón sanitario que la CDU de Angela Merkel —la democracia cristiana postMerkel está siendo un poco más ambigua— con su extrema derecha. Lo que olvidan caprichosamente los debeladores de este marco es que también estableció que no había nada que hacer con Die Linke, la coalición a la izquierda de SPD. No hagan el ejercicio en España, porque la cosa sale regular.
«La cultura política española ha ido generando un virus, latente en todas las siglas. Cuesta aceptar el pluralismo»
Y, en fin, podemos conseguir hablar como adultos. La gran coalición que algunos sueñan no es posible —dejamos para otro momento si es deseable—, el propio ejemplo alemán nos demuestra que quizá tenga bastantes efectos indeseados. No hay adultos en la sala cuando se trata de este tipo de acuerdos. Ni unos ni otros están dispuestos porque la cultura política española ha ido generando un virus, latente en todas las siglas. Cuesta aceptar el pluralismo. ¿Cómo va a pedir nada Núñez Feijóo después de todo lo que ha dicho de Sánchez? O viceversa. No nos engañemos. Sánchez también dijo barbaridades de los líderes secesionistas y miren cómo acabó. Esa no puede ser la excusa. Una gran coalición no es posible porque llevamos unas cuantas décadas en las que los comandantes del bipartidismo realmente existente han sido incapaces de acercar posturas y negociar reformas estructurales apremiantes. Sí, es cierto, ha habido pequeños cantos de sirena que confirman la regla.
Las distancias en muchos asuntos de interés no son tan alejadas como buscan vender a sus públicos. La bulla que se montó en la opinión publicada cuando Feijóo reconoció que iba a mantener la reforma laboral con ligeros cambios es una prueba. Era lo lógico y también tenía algo de teatro. La coalición progresista llegó al poder anunciando que iba a derogar la reforma laboral de Rajoy, incluso se comprometió con otras fuerzas que así sería. Lo que sucedió ni siquiera se puede catalogar como contrarreforma. Al final, se quedó en una reforma de la reforma. Porque sabemos que hay recetas de la izquierda que sirven y otras que no. Lo mismo sucede con la derecha. Entre ambas muchos puntos de conexión. En el fondo, dentro de los partidos también saben que esto es así. Hay espacio para el encuentro entre las dos fuerzas mayoritarias del país. Es complicado evitar las tentaciones que animan cualquier conflicto, no imposible. Seamos adultos y comencemos por reconocer esto. Bueno, que lo hagan los dos líderes primero.