THE OBJECTIVE
Nicolás Checa

Por qué fallaron las encuestas

«Los sondeos suelen preocuparse de anticipar a quien se votará y no quién votará. Esta es la razón clave por la cual la mayoría de las encuestas no acertaron el 23-J»

Opinión
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Por qué fallaron las encuestas

Feijóo y Sánchez en un collage. | Arancha Tendillo

Es más difícil saber quién vota que por quién. Estimar la participación electoral y su composición demográfica es técnicamente posible. Esta información es esencial para desarrollar mensajes electorales capaces de motivar la participación basados en las preferencias de votantes probables reales.

El debate sobre la fiabilidad de las encuestas encubre y confunde dos claves electorales: quién vota y a quién se debe convencer a votar. Si no sabemos quién es probable que vote, difícilmente van a poder los candidatos y sus mensajes convencerles de que voten.

No votar es votar. Y si no sabemos quién votará, los mensajes electorales se convierten en herramientas de uso incierto e innecesariamente arriesgado. Las campañas electorales modernas son capaces de segmentar el electorado potencial en tres sectores: votantes probables, persuasibles e improbables. 

Los mensajes electorales de Génova y Ferraz de las recientes elecciones generales sugieren que ambas formaciones, consciente o inconscientemente, fueron incapaces de convencer a posibles votantes persuasibles. 

La gran mayoría de las elecciones se ganan o se pierden con un mensaje estratégico lo suficientemente atractivo para convencer a los votantes persuadibles sin alienar a los probables. Esta es la fórmula de las grandes elecciones de efecto oleada de González en 1982, Clinton en 1996 y Blair en 1997. Por el contrario, las elecciones de base, como Aznar en 1996, Zapatero en el 2008, Obama en 2012 y Biden en el 2020, son aquellas en las que se intenta movilizar las bases ideológicas sin casi intentar convencer a los persuasibles más allá de lo incidental o anecdótico. 

Quién va a votar y por quién son las dos preguntas claves que los strategic pollsters (encuestadores estratégicos) deben intentar responder dentro de márgenes razonables de incertidumbre. 

«Las motivaciones negativas raramente funcionan para atraer votantes y corren el riesgo de motivar al adversario»

Tradicionalmente, los encuestadores de los medios solo suelen preocuparse de anticipar a quién se votará y no quién votará. Esta es la principal razón por la cual la mayoría de las encuestas y analistas no pudieron anticipar el resultado del 23-J. Y quizá sea también esta la razón por la que los mensajes dominantes de estas elecciones hayan podido tener un efecto estratégico contraproducente, a pesar de que tácticamente puedan haber funcionado para consolidar apoyos, no aumentarlos. 

La palanca de la participación, como diría el presidente Sánchez, es siempre el mensaje. El mensaje es la clave estratégica y táctica de todas las elecciones, siempre, en todas partes, y sin excepción. Si no hay un mensaje estratégico todo es más difícil. Si hay un mensaje estratégico todo es posible. Sin un mensaje efectivo, candidatos y partidos se ven obligados a buscar el voto de manera artificial, basándose en apoyos logísticos, incentivos, ballot harvestingdrop boxes, y otras prácticas, como targeted mail voting, algunas al borde de la legalidad y/o de regulaciones administraivas aplicables (Bush en el 2000 y 2004, Obama en el 2012 y Biden en el 2020). La ley electoral se verá forzada a regular todas estas actividades a medio y largo plazo.

Gracias a message testing a través de encuestas, los pollsters pueden recomendar mensajes electorales con mínimo riesgo y efectividad máxima. No sabemos todavía si el «derogar el sanchismo» de Feijóo o el «evitar el involucionismo de la extrema derecha» de Sánchez habrán sido elaborados de manera analítica, cuantitativa y probabilística. Pero lo que sí es cierto es que ambos son mensajes de motivación negativa, no positiva. Las motivaciones negativas raramente funcionan para atraer votantes y corren el riesgo de motivar al adversario. 

«Derogar el sanchismo» fue un mensaje cuestionable desde el principio, a pesar de su clara y aparente lógica: intentar convertir la elección en un plebiscito sí o no sobre la gestión de Sánchez y su coalición de Gobierno. El equipo de comunicación de Moncloa entendió la oportunidad que eso representaba y convirtió el plebiscito sobre Sánchez en un llamamiento a elegir entre el voto defensivo contra la amenaza de la derecha derogante o la amenaza de la derecha retrógrada e intolerante que daría marcha atrás al progreso de los últimos años. 

Esta es quizá la clave para entender la dinámica electoral de los recientes comicios. La participación diferencial a favor del PSOE en Cataluña, Cantabria, País Vasco y Valencia hizo que el PSOE consolidara la izquierda regionalista. Los socialistas mejoraron 14 puntos en Cataluña con respecto a 2019. El PSOE luchó por la consolidación del voto regionalista de la izquierda bajo la supuesta amenaza centralista de la extrema derecha. 

Esta estrategia fue utilizada efectivamente en las elecciones de noviembre del año pasado en Estados Unidos. La propaganda de la Casa Blanca y los demócratas fueron capaces de demonizar a todos los republicanos como una amenaza contra la democracia: «Democracy is on the ballot». Este llamamiento a votar contra los republicanos más que a favor de los demócratas fue capaz de superar divisiones internas, evitar rendir cuentas por la situación económica y la proliferación de crisis internacionales: Ucrania, Taiwán, Irán, Corea del Norte, Arabia Saudí, China y Rusia. Los republicanos nunca fueron capaces de ofrecer un mensaje efectivo para neutralizar «democracy is on the ballot» desde los micrófonos institucionales de la Casa Blanca. El PP nunca fue capaz de defenderse contra el ataque de la «amenaza de la derecha».

«Un problema en las encuestas es la falta de transparencia de los modelos de participación usados para ponderar las muestras»

A pesar de algunos grandes errores por parte de algunas encuestas mediáticas de mucha proyección, las encuestas apuntaban de manera suficientemente clara a la existencia de incertidumbre probalística sobre el resultado final. Y esto es atribuible casi en su totalidad a la falta de claridad y transparencia de los diversos modelos de participación utilizados para ajustar muestras. Un problema serio en todas las encuestas es la falta de transparencia de los modelos de participación usados para ponderar las muestras. 

En EEUU, a partir de septiembre, dos meses antes las elecciones, la mayoría de la encuestas que se publican ajustan sus modelos de participación en función de estimaciones de «votantes probables» (likely voters), no ya solo de «votantes elegibles» o simplemente «adultos». Y en función de esta segmentación de votantes probables se puede elaborar un mensaje capaz de persuadirles. 

Esta es la clave diferenciadora entre las encuestas encargadas por los medios y las encuestas realizadas para los partidos en campaña electoral. Las primeras ofrecen estimaciones aceptables pero poco útiles de opinión pública, ya que están basadas en el universo de la población de votantes Las segundas sirven para saber quién es más probable que vaya a votar, y así poder precisar mensajes más efectivos de persuasión y participación

Para evitar sorpresas electorales, es necesario que tanto medios como formaciones políticas exijan que las encuestas publicadas durante las últimas semanas de cada ciclo electoral sean totalmente transparentes con respecto a la composición demográfica y partidista del electorado probable, no solo el electorado potencial teórico. Esto facilitará a los votantes decidir si votar y por quién. No votar es votar

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